Los arrestados son musulmanes, según ha anunciado la policía de Palermo.
La historia es terrible, una vuelta de tuerca más al horror que sufren los miles de inmigrantes que tratan de llegar a Italia a bordo de viejas barcazas o lanchas neumáticas alquiladas a precio de oro y vejaciones en las costas de Libia.
Según el relato ofrecido ante la policía italiana por algunos supervivientes a su llegada a Palermo, la noche del pasado martes se desató una pelea por motivos religiosos entre los 105 africanos que viajaban en una lancha con destino a Sicilia. Al parecer, 15 de ellos, “de confesión musulmana” según la nota de la policía, arrojaron al mar a otros 12 que habían reconocido profesar la “fe cristiana”. Otro número no determinado de cristianos también fue arrojado al mar, pero logró sobrevivir formando una cadena hasta la llegada de la guardia costera.
Las autoridades italianas han dado credibilidad al relato y el ministro de Justicia, Andrea Orlando, ha firmado las órdenes de detención de los 15 inmigrantes al haber ocurrido los hechos en aguas internacionales. A los detenidos se les acusa del delito de homicidio múltiple agravado por odio religioso.
Nada más llegar al puerto de Palermo a bordo de la nave Ellensborg, varios supervivientes coincidieron tanto en la reconstrucción —efectuada por separado— ante la policía de lo acontecido desde que zarparon de una costa cercana a Trípoli como en la identidad de los 15 supuestos agresores. Aunque no dudaron en señalar la disputa religiosa como el origen de la riña, en lo que al parecer no se pusieron de acuerdo fue en si las 12 víctimas ya estaban muertas o malheridas cuando fueron arrojadas al mar y perdido su rastro.
El relato de los hechos resultó “coherente” para los investigadores, según recogen varios medios italianos, de ahí que el fiscal jefe de Palermo, Francesco Lo Voy, solicitara al ministro Orlando la detención de los 15 inmigrantes, originarios de Malí, Senegal, Guinea Bissau y Costa de Marfil. Entre los detenidos hay un joven de 17 años.
Pero, desgraciadamente, el horror no se queda ahí. Al tiempo que la Guardia de Finanzas y la Guardia Costera italiana —auxiliadas por barcos de la Marina, pesqueros y mercantes— siguen rescatando náufragos en el Canal de Sicilia —van más de 10.000 en apenas una semana—, también se suceden los testimonios de inmigrantes que dicen haber visto ahogarse a decenas de compañeros de viaje.
En concreto, cuatro de los 586 inmigrantes que la nave militar Foscari desembarcó este jueves en el puerto de Trapani aseguran que la lancha neumática en la viajaban el martes volcó y 41 de sus compañeros de viaje (todos hombres) desaparecieron en el mar. Los supervivientes, así como los desaparecidos, habían llegado a Libia procedentes de Nigeria, Ghana y Níger. Lo significativo, y lo dramático, de la situación es que tras desembarcar a los 586 inmigrantes en Trapani, la nave Foscari regresó inmediatamente a las costas de Libia, donde volvió a auxiliar a otros 582, la mayoría de ellos de origen subsahariano, pero también algunos de origen sirio y palestino. Entre ellos se encuentran muchas mujeres, de las cuales 10 están embarazadas, y medio centenar de menores, incluidos algunos bebés.
El estado de absoluta emergencia que vive Italia, que sigue buscando a centenares de desaparecidos, está sacando a flote las contradicciones de un país solidario —no hay más que recordar la reacción en Lampedusa ante la tragedia de 2013—, pero en el que también parecen cobrar fuerza los discursos xenófobos de algunos representantes de la Liga Norte y aun de Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi, que intentan sacar rédito político al miedo al extranjero.
La primera consecuencia es la insolidaridad que ya se ha podido detectar en algunas partes del país ante la petición cursada por el Gobierno para que habiliten centros de acogida. Según un informe publicado este jueves por el diario Corriere della Sera, las regiones de Sicilia, Lazio y Calabria (el centro y el sur) son las que están acogiendo a un mayor número de afectados, mientras que Lombardía, Véneto, Toscana y Piamonte lideran la “lista negra” de la insolidaridad. Se resalta el caso del Valle de Aosta, que solo ha aceptado a acoger a “una persona” de las miles que desembarcan en el sur.