Doble discurso: lejos del califato prometido, EI pierde el apoyo de quienes se habían ilusionado

Sirios que escaparon denuncian que los jihadistas no cumplieron su promesa de una sociedad regida por los valores islámicos, sino que cometen todo tipo de abusos de poder.

la-amenaza-de-estado-islamicoMohammed Saad, un activista sirio, fue encarcelado por Estado Islámico, colgado de sus brazos y golpeado duro y parejo, hasta que un día, de improviso, sus carceleros se lo llevaron y lo ocultaron en un baño.
¿El motivo? Un alto clérigo musulmán estaba de visita para inspeccionar las instalaciones. El clérigo les había dicho a los extremistas que manejaban la prisión que no podían torturar a los cautivos y que todo aquel que no enfrentaba cargos debía ser liberado en 30 días. Saad dice que apenas el panorama se despejó, los tormentos volvieron.
“Son una banda de asesinos que finge ser un Estado”, dice Saad desde Turquía, hasta donde logró escapar en octubre. “Todo eso de aplicar la sharia y los valores islámicos es pura propaganda. EI no es otra cosa que torturas y muerte.”
Los sirios que escaparon recientemente de las garras del grupo dicen que la gente de la región está cada vez más desilusionada con EI y sus falsas promesas de instalar un utópico imperio de la justicia musulmana, de igualdad y de buen gobierno.
Por el contrario, el grupo terminó pareciéndose bastante al dictatorial presidente de Siria, Bashar al-Assad, un poder que descansa en el miedo que inspiran sus soplones infiltrados en la población. Más que igualdad, la sociedad ha presenciado el ascenso de una nueva clase de élite: el combatiente jihadista. Estos privilegiados gozan de varios beneficios especiales, del favor de los tribunales, y se permiten mirar desde arriba a “la plebe” y hasta ignorar los dictámenes de sus propios clérigos.
A pesar de las atrocidades que le dieron notoriedad, EI había sido una luz de esperanza para algunos jóvenes sunnitas cuando invadió sus territorios en Siria e Irak y declaró un califato, a mediados de 2014. La agrupación se presentaba entonces como la contracara de Al-Assad: traería justicia con una interpretación rígida de la sharia y brindaría servicios a sus habitantes, incluidos créditos para los granjeros, agua y tendido eléctrico, y ayuda para los pobres. Su máquina propagandística alentaba el sueño de un califato islámico que sirvió para atraer a jihadistas de todo el mundo.
En Estambul y varias ciudades turcas cercanas a la frontera, decenas de sirios que escaparon recientemente de los territorios controlados por EI contaron sus historias.
“La justicia de Daesh es errática”, dice Nayef, oriundo de Al-Shadadi, ciudad de Siria oriental controlada por el grupo terrorista, y que huyó a Turquía con su familia en noviembre. Daesh, como realmente llaman a EI en la región, ha reclutado informantes y soplones en las ciudades y aldeas que controla, para vigilar la menor señal de disidencia.
El grupo es cada vez menos capaz de proveer los servicios públicos básicos, en gran medida debido a que los sucesivos reveses militares parecen haber complicado sus finanzas. Los bombardeos aéreos de Estados Unidos y Rusia han destruido gran parte de su infraestructura petrolera, una de sus principales fuentes de recursos. Muchos de los ahora refugiados hablan de prolongados cortes de luz y agua, y del aumento del combustible y el gas.
Abu Salem, activista de Deir el-Zour, ciudad de Siria oriental, dice que la popularidad de EI se está erosionando. “Han convertido en enemigo a casi todo el mundo”, dice Salem desde la ciudad turca de Reyhanli, junto a la frontera siria.
Una evidencia de la distancia entre las afirmaciones de EI y la realidad es el manifiesto de 12 páginas que detalla el sistema judicial aplicado por el grupo. El documento enfatiza reiteradamente la necesidad de justicia y tolerancia. Cuando cita los deberes de la Hisba -la “policía religiosa” encargada de garantizar el cumplimiento del código de vestimenta y la estricta separación de los sexos-, dice que sus integrantes “deben ser flexibles y amables, para que su influencia sea mayor y el efecto, más contundente”.
Sin embargo, todos los sirios escapados hablan de los brutales extremos a los que llega la Hisba. Una mujer de Raqqa dijo que cuando se considera que una mujer ha violado el código de vestimenta, los milicianos azotan a su esposo, por ser responsable de ella. Y que cuando una mujer saca la basura a la calle sin estar debidamente cerrada, su marido es sometido a latigazos.
Abu Manaf, de 44 años y oriundo de Deir el-Zour, dijo que algunos clérigos desafiaban a los milicianos por su uso azaroso e indiscriminado de los castigos más duros de la sharia, como las decapitaciones, las lapidaciones, los azotes o la amputación de miembros. Los clérigos moderados de EI consideran que esos castigos sólo pueden ser aplicados en circunstancias específicas. También se quejan de la costumbre jihadista de exhibir los cadáveres de los decapitados en lugares públicos, ya que viola el precepto islámico que exige el entierro expedito de los muertos.
“Muchos de esos clérigos moderados desaparecen, son asesinados o encarcelados por crímenes que no cometieron”, dice Abu Manaf, que abandonó Deir el-Zour en noviembre y pasó tres semanas en Raqqa, la capital de facto de EI, antes de llegar finalmente a Turquía.
El relato de Saad sobre su encarcelamiento en su ciudad natal refleja las tensiones que existen entre los extremistas y algunos clérigos.
Fue arrestado por su activismo en los medios y las redes sociales, donde informaba sobre la oposición a Al-Assad. EI sospechaba que pertenecía al grupo rebelde Ejército Libre Sirio, que también combate contra los extremistas. El día en que un clérigo fue a inspeccionar la cárcel donde estaba, instalada en una antigua comisaría, el religioso le preguntó a uno de los guardias si los prisioneros tenían suficiente agua y comida, y si recibían golpes. Saad cuenta que tras cinco meses de cautiverio, logró que lo liberaran bajo la promesa de hacer campaña en los medios a favor de EI. Durante tres meses ayudó a editar videos y material de propaganda, hasta que huyó a Turquía.
Los sirios entrevistados en Turquía dicen que en los tribunales de EI los jueces suelen favorecer las posiciones de las autoridades de EI frente a cualquier disputa legal con la población en general. Los miembros de EI suelen referirse a la gente común con el término “al-awam”, que en árabe significa “la plebe”.
Hossam, antiguo propietario de un negocio de ropa femenina en Raqqa, dice que los miembros de Daesh tienen privilegios que los diferencian tajantemente del resto de la población. Hossam y otros refugiados dicen que en muchos casos, los jóvenes se unen al grupo para escapar de la pobreza.
“Los que entran en Daesh ascienden socialmente de inmediato. Los hombres de Daesh manejan autos de alta gama, comen en los mejores restaurantes, y todos sus familiares y amigos tienen una vida más fácil”, comenta Hossam.
Uno de los privilegios que se arrogan los miembros de EI es la posibilidad de casarse con mujeres del lugar. Muchos de los sirios entrevistados dicen que las familias con hijas suelen ser sometidas a presiones para que las entreguen en matrimonio a los combatientes, lo que ha obligado a muchos a sacar subrepticiamente a sus hijas hacia Turquía.