Son estudiantes secundarios de San Luis. Consiguieron dos segundos puestos en pruebas que simulan rescates con robots de inteligencia artificial que ellos crearon.
La robótica es una ciencia dura que comienza a demostrar su sensibilidad en el aprendizaje colaborativo, ya que consigue que la enseñanza se convierta en una verdadera experiencia social. Con esta premisa en mente, un grupo de alumnos secundarios que asisten a un taller en la Universidad de La Punta (ULP) lograron dos segundos puestos en la RobCup, la competencia de automatización más importante del mundo. En aquel prestigioso torneo tuvieron que enfrentar a los equipos de los países más tradicionales de la informática.
La RobCup es un certamen internacional que, a través de la articulación de máquinas autónomas, busca promover la investigación y formación temprana en el campo de la inteligencia artificial. Y si bien el fútbol es el plato fuerte del menú, también hay otros ingredientes como el Rescue Line y Rescue Maze, donde destacaron los dos equipos puntanos.
En ambos desafíos, el objetivo es realizar operaciones de rescate en un escenario con diferentes niveles de dificultad que recrea una catástrofe urbana. Sobre aquella maqueta en desnivel, el robot autónomo debe tomar las decisiones correctas a medida que avanza. “No podemos intervenir en el recorrido ni ayudarlo. Tenemos que programar el software y colocar los sensores en posición para que sea capaz de saber qué hacer ante determinados obstáculos y como diferenciar un bloque de una víctima”, explica Federico Cravero, uno de los estudiantes.
“La idea que se persigue es que los chicos pasen de ser consumidores pasivos de tecnología a productores”, señala Pablo Miranda, jefe del programa robótica de la ULP de San Luis, a pocas horas de su vuelta de Leipzig, Alemania, donde tuvo lugar la edición 2016 de la copa. El seleccionado que representó a la Argentina -elegidos entre 100 estudiantes que concurren en tres talleres- lo integraban: Ezequiel Córdoba (17), Lucas Orozco (18), Federico Cravero (17), Agustín Mazza (17), Juan Fernández (16), Guido Queiroz (17), Maximiliano Guerrido Otín (17) y Lihuén Cabrera (17).
Una de las particularidades de este concurso, que cuenta con la mirada de las marcas líderes del sector, es que no reparte sumas siderales entre los vencedores. “No es casual que uno de los lemas sea ‘No importa cuánto ganes sino lo que vas a aprender’”, indica Pablo Sturm, uno de los coordinadores.
Desde los 12 años, muchos de estos talentos asisten a talleres intensivos de robótica. Allí combinan sus conocimientos de programación, mecánica y electrónica para armar máquinas que no necesitan del hombre. “El robot lo diseñamos y lo ensamblamos nosotros. Incluso aquellas piezas que necesitábamos y no se conseguían, proyectamos el molde en un tablero de dibujo técnico y lo imprimimos en 3D”, proclama Orozco.
En el tramo final de la competición, el reglamento indica que, por sorteo, se deben fusionar con otro grupo, que en esta oportunidad fue Alemania, para completar la misión en forma sincronizada. “Un robot efectúa una parte del recorrido y el otro retoma la posta y continúa con el objetivo señalado. Todo esto se coordina a través de sensores de comunicación y no se pueden superponer ni extraviar el rumbo”, detalla Mazza.
El reto no es tanto de nivel técnico, como de carácter social. “Tenés menos de 24 horas para ponerte de acuerdo con un equipo que no habla tu idioma y entre todos los miembros componer códigos que enlacen a nuestra máquina con la que ellos crearon. Como no hablamos alemán ni ellos castellano, utilizábamos el inglés para intercambiar ideas”, remarca Córdoba.
La lógica de esta carrera es fomentar la cultura colaborativa. “Uno de los requisitos previos es presentar los planos del robot y una descripción de su mecánica. Una vez completado el concurso, esta información se publica en Internet para que todos los participantes puedan conocer los secretos del ganador pero también, de aquellos ensambles que si bien no llegaron al podio, tenían aspectos realmente innovadores” revela Miranda.
Al ser consultados sobre la desconfianza que generan en mucha gente el avance de estos autómatas y de la inteligencia artificial, los alumnos no dejan de ocultar su sorpresa. “Lo asombroso es que la mayoría de las personas ya tienen un robot en sus casas (aspiradoras, lavarropa o heladeras). En unos años más llegarán modelos más avanzados, que podrán cuidar gente o hacer solos las tareas del hogar, como los que se ven en las películas. Y serán algo cotidiano”, indica Fernández.