“No, no puedes filmar. Ni fotos. Sólo grabar la entrevista si lo necesitas”. Quien habla es el dueño del DNA, uno de los coffee shops más populares de Ámsterdam, situado en un barrio residencial en los bajos de un edificio de viviendas alejado del bullicio del centro de la capital. Mark (nombre ficticio) se comporta con cautela.
El año pasado, su local recibió, en mitad de la noche, varios disparos, provocando un estruendo monumental. Los vecinos avisaron a la policía y el alcalde Ámsterdam le cerró el establecimiento durante 90 días. Meses más tarde y cuando llevaba ya un tiempo abierto, volvieron a reventarle los cristales con nuevos disparos realizados muy de cerca. Los autores huyeron y la investigación sigue abierta. “No puedo decirte quién nos disparó porque no lo sé. La Policía cazó a un tipo poco después del segundo ataque pero, tras interrogarlo, lo dejaron libre porque no aportó ninguna información y no había pruebas suficientes para incriminarlo”, señala a FCINCO este holandés con más aspecto de guardaespaldas que de empresario.
“La segunda vez que nos dispararon, el Ayuntamiento nos cerró el local tan sólo una semana. Antes eran tres meses, pero la administración se ha dado cuenta de que si nos castiga de este modo los disparos seguirán, puesto que es lo que buscan los autores”, sostiene. De sus palabras, aunque se niegue admitirlo, se deduce que los tiros contra el DNA obedecen a rencillas y venganzas dentro del sector. “No, nunca me han amenazado y no tenemos problemas con nadie. No tengo ni idea de quién puede estar detrás”, zanja sin querer ahondar en el asunto.Los locales dependen de los traficantes.
El DNA no es el único coffee shop que se ha visto salpicado por la criminalidad que subyace en el mundo de la droga en Ámsterdam. En el último año varios locales han sufrido disparos y se han visto forzados a cerrar temporalmente. “La criminalidad existe porque en Holanda no está permitida la venta de cannabis al por mayor ni su cultivo. Solo está legalizada la compra-venta en pequeñas cantidades en los coffee shops, pero los locales tenemos que comprar la mercancía a los traficantes. Es increíble, pero es así”, desliza el holandés.La situación es, pues, como sigue: el supuesto paraíso legal de las drogas blandas que parece ser Holanda no es tal. La razón es que la ley, llena de lagunas, permite la compra y consumo de marihuana en pequeñas cantidades (no más de 5 gramos por persona y día) en los mundialmente famosos coffee shops, donde tanta juventud se ha fumado su primer porro, pero prohíbe el cultivo de cannabis dentro el país, con lo cual la droga entra a Holanda en grandes cantidades de forma totalmente ilegal.
La mayoría viene de España
“Aunque también en España está prohibido su cultivo, mucho del cannabis que entra a los Países Bajos procede de España. Es totalmente absurdo que no esté permitido que cultivemos nuestra propia hierba porque los traficantes no solo mueven cannabis, obviamente trafican con drogas duras que ofrecen a la gente, a nuestros clientes, en plena calle”, lamenta. Agnes, la dueña del coffee shop Siberië, en pleno centro de Ámsterdam, nos recibe sin ocultarse. Dice que quiere “dar la cara y no esconderse” porque lo que está sucediendo es “muy perjudicial para el sector”. No se refiere a los tiros, sino a otra “agresión” en forma de ley contra estos locales. El pasado 1 de enero entró en vigor una normativa que prohíbe la ubicación de coffee shops en áreas a menos de 250 metros de centros escolares. Ello significa que, si un establecimiento está a menor distancia de la referida, “tiene que cerrar las puertas”, explica con tristeza. “No entiendo cómo se establece esta norma cuando nuestros locales no pueden permitir la entrada a menores de 18 años”, desliza.La nueva ley provocó el pasado 1 de enero la clausura del célebre Mellow Yellow. Tras medio siglo abierto, el que fuera el primer coffee shop de Holanda permanece cerrado porque se encontraba a menos de 250 metros de una escuela de peluquería “donde todos los estudiantes tienen al menos 17 o 19 años”. “¿Dónde está el sentido de esta ley?”, insiste Agnes. Desde 1995, el número de coffee shops en Ámsterdam ha pasado de 350 a 167, y en lo que va de año ya han cerrado sus puertas 27 locales.
Miedo a dar la cara
“El problema es que en verano, cuando empecemos a recibir la avalancha de turistas, los coffee shops que siguen abiertos se masificarán, y eso creará molestias entre los vecinos y al final todo va en perjuicio de la ciudadanía”, remarca.El próximo 15 de marzo se celebran elecciones generales en Holanda y el sector teme el gobierno que se forme tras los comicios incremente el cerco a los coffee shops con leyes aún más restrictivas. “Existe una especie caza y captura contra nuestros locales y la imagen que se tiene de nosotros cada vez es más negativa. Sé que mucha gente no se habría prestado a darte esta entrevista por miedo a ser identificado con el mundo de los coffees”, concluye la joven empresaria.