Son la generación “between”. Tienen entre 7 y 11 años. Hacen vida de chicos, pero adoptan gestos de adolescentes. Según los especialistas, los padres son responsables en parte de este fenómeno.
Catalina, once años: “papá, por favor, dejame tranquila. Yo quiero aprender de mis errores”. Simón, ocho años: “ma, no necesito que me ayudes. Sé todo lo que tengo que saber para mi edad”. Thiago, nueve años: “decidí que esta noche me quedo a dormir en lo de Augusto. Decile a mamá que pase a buscarme mañana al mediodía”. Tienen entre siete y once años y hacen vida de chicos. Van a la escuela, miran televisión, practican algún deporte, prueban con clases de danzas o de música. Pero ya tienen mañas de adolescentes que se manifiestan a través de la irreverencia, la incapacidad de negociar o el hábito de ofenderse ante la palabra de los adultos.
¿Los padres? Absolutamente desconcertados y, según los especialistas consultados por Clarín, también responsables de este tipo de conductas.
El mundo del marketing, rápido en la captación de nuevos nichos de consumo, le puso nombre a estos “miniadolescentes”. Los llaman “between”, un neologismo devenido del inglés que significa “entre o en medio” y se refiere a la etapa entre la infancia y la adolescencia. Son los que todavía no arrancan con la pubertad pero ya tienen una forma de ser muy clara: son independientes y detestan que sus padres les hagan todo. A pesar de su corta edad, son expertos en tecnología, “textean” más rápido de lo que hablan, les dan clases a sus padres y son los que deciden las compras en el hogar.
En general, se trata de niños que empezaron a ir a la escuela desde los dos años y desarrollaron libertad y carácter. Esto es más evidente en las nenas, por algo fundamental: la menarca también se adelantó. Si hace un siglo las mujeres se desarrollaban a los 17, hoy el promedio de edad de la primera menstruación es a los 12.
Pero volvamos al universo adulto y el rol de los padres, que es central. Fernando Osorio, es psicólogo especialista en niños y adolescentes con problemas de conducta y autor del libro “Cómo ser buenos padres… a pesar de los hijos”. Él prefiere hablar de “autonomía anticipada” y pone a los adultos en el centro de la escena. “Tiene que ver con una gran necesidad de los padres de que esos chicos crezcan, un poco para desentender de todo lo que implica la crianza. Significa otorgarles permisos y opciones para decidir sobre cuestiones para las que no están preparados. Luego, los chicos pretenden ejercer autonomía sobre otros asuntos, más complejos, creen que no deben informar nada y que tampoco les corresponde pedir permiso”, observa. Para él, son chicos desafiantes porque perciben en sus padres que el ejercicio de la autoridad está debilitado. Dice que en las nenas la actitud es más evidente: “culturalmente se espera que la mujer tenga una actitud de mayor aceptación de los límites y las normas, pero esto ya no pasa”.
El pediatra Enrique Berner, jefe del Servicio de Adolescencia del Hospital Argerich y presidente de la Fundación para la Salud del Adolescente (FUSA), invita a pensar qué relación entablaron los padres con sus hijos durante los primeros años de vida, es decir, entre los dos y los cinco años, periodo en el que incorporan normas y reglas, tolerancia y frustración. Es el momento del berrinche, pero también del límite. “Y de repente, esos niños se comportan como adolescentes y ellos no los comprenden. La adolescencia es la misma, pero ahora esos chicos están más expuestos a los riesgos porque los padres no saben cómo poner el freno. La dificultad es de los adultos”, opina.
Corte y pegue en la heladera estos consejos de la psicóloga Claudia Messing, autora del libro “Por qué es tan difícil ser padres hoy”: “como el chico piensa que su criterio es tan válido como el del adulto, lo mejor es no dar órdenes, sino pedir. Incluirlos en sus propios problemas, ofrecerles que propongan una solución. Si no lo hacen, entonces avisarles que lo harán a la manera adulta. Para poner límites, lo mejor es conectarnos con nuestra propias limitaciones. Es decir, evitar el ‘porque lo digo yo’ y a cambio explicar. Por ejemplo, decir ‘me encantaría seguir jugando con vos, pero estoy cansada ahora’”. Berner agrega otra sugerencia, que tiene que ver con ponerse –equivocadamente– en lugar de “compinche” de los hijos: “lo que menos quieren los chicos es tener de amigos a sus padres”.