Las palabras de Bill de Blasio contra el agente, apartado del cuerpo, provocan una reacción de rechazo en el sector policial duro.
Deborah Danner intuyó su destino.
Lo dejó por escrito como si fuera su propio obituario. “Somos conscientes de las frecuentes historias sobre enfermos mentales que se enfrentan a las fuerzas de seguridad en lugar de estar en manos de los profesionales de la salud mental”. Su frase resuena ahora, después de que el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, calificó de “trágica e inaceptable” la muerte de esta mujer, una esquizofrénica de 66 años, abatida a tiros en su apartamento del Bronx por un policía.
La confrontación arrancó como tantas otras ocasiones. Algún vecino del edificio del 630 de Pugsley Avenue contactó con el teléfono de emergencias. Al parecer, como había sucedido a menudo, el comunicante informó sobre la actitud errante, desorientada, de Danner.
El sargento Dugh Barry acudió al lugar. Siempre según la versión oficial, logró convencer a la enferma, que era afroamericana, de que dejara las tijeras que blandía. Pero, de repente, se armó con un bate de béisbol. El uniformado respondió con dos balas. Prefirió no utilizar la pistola paralizante.
“Esto nunca debería haber sucedido, así de simple”, insistió De Blasio. “Está claro, desde un primer momento, que hemos fallado”, subrayó James O’Neill, máximo responsable del cuerpo policial de la ciudad. “Resulta desalentador que las cosas se hayan producido en este sentido”, reiteró O’Neill, en una confesión poco habitual en estos casos.
A pesar del estado inicial de la investigación, al sargento Barry le quitaron la placa y el arma de inmediato. Le apartaron del servicio el miércoles, pasadas escasas horas de la confrontación.
Este caso ha suscitado reminiscencias de otro asunto similar datado en 1984. En aquella ocasión, la víctima mortal de los disparos policiales fue Eleanor Bumpurs, que también tenía 66 años y falleció en su casa. Danner la citaba en su ensayo sobre la esquizofrenia a lo largo de treinta años.
Aseguran que la tragedia de Bumpurs conllevó a establecer cambios en la manera como la policía trataba estas situaciones. Tres décadas después, estos encuentros siguen siendo complejos. “Hubo una oportunidad para rebajar la tensión y esperar a que la tensión se calmase”, reiteró De Blasio, cuyos duros comentarios volvieron a reabrir la herida del agravio en policías de la línea dura. Al alcalde le castigaron hace un par de años cuando, en el funeral por dos agentes tiroteados, le dieron la espalda.
Era el momento álgido por los disturbios de Ferguson (Misuri) y se había difundido que De Blasio, casado con una negra, aconsejó a su hijo adolescente que evitara siempre enfrentarse a un policía por el riesgo del color de su piel.
La muerte de Deborah Danner llega en un momento en que sigue más que vigente el debate sobre cómo los uniformados ejercen su labor cuando delante tienen a afroamericanos o hispanos.
Apóstoles de la ley y el orden, filas alentadas por el candidato republicano Donald Trump, han salido con duras críticas contra el alcalde y el jefe O’Neill por censurar la acción del Bronx.
Otros como el reverendo Al Sharpton han solicitado, en cambio, que se someta a los agentes a reeducación. Que en situaciones como la de Danner sean menos guerreros y más pacientes.