La falta de nutrientes en la primera infancia genera un daño en el cerebro que luego no es posible remediar, advierte un médico que ha dedicado su vida a combatirlo.
Muchas maestras de zonas con alto grado de pobreza lo conocen bien y hasta terminan aceptándolo como una realidad que por más que se esfuercen ya no pueden cambiar: “son chicos que apenas aprenden a sumar y a restar, jamás a multiplicar o dividir. Mientras sus compañeros van pasando de grado, ellos desaprueban constantemente hasta que terminan desertando; pero no porque les falte empeño -asegura una docente con veinte años de carrera-: simplemente la cabeza no les da”.
La muerte temprana no es el único costo que tiene la desnutrición infantil. Quienes sobreviven a ella quedan muchas veces condenados a un déficit intelectual irreversible, una de las secuelas del hambre que menos se ve. A falta de cifras para describir esta realidad, la prueba más irrefutable de su alcance acaso sea el trabajo de CONIN, una fundación que a lo largo de los últimos años ha ayudado a 15 mil chicos argentinos a escapar de las secuelas de la desnutrición.
Su fundador, un pediatra que a principios de los noventa comprendió que era necesario hacer algo, estuvo el viernes en La Plata para contar hasta qué punto una nutrición deficiente en la primera infancia puede comprometer el futuro de una persona, e indirectamente la de todo un país. “La debilidad mental provocada por la desnutrición infantil es la única creada por el hombre y por lo tanto la única que se puede y se debe revertir”. “Durante los primeros años de vida, el mayor impacto de la desnutrición lo sufre sobre todo al cerebro y llegado cierto punto ya no tiene marcha atrás”, explica el doctor Abel Albino, quien asegura que “la debilidad mental provocada por la desnutrición infantil es la única creada por el hombre y por lo tanto la única que se puede y se debe revertir”.
A eso se dedica precisamente CONIN (Cooperativa para la Nutrición Infantil), una organización sin fines de lucro fundada en 1993 con el propósito prevenir y tratar la desnutrición infantil. Con una metodología que apunta a atacar el problema en forma integral trabajando intensamente con las familias de los chicos en riesgo, su modelo se ha multiplicado en medio centenar de centros a lo largo del país.
INDICADORES INDIRECTOS
A principios de los noventa, el doctor Albino, que se graduó de médico en la Universidad de Tucumán, se encontraba en España, a donde había viajado para estudiar Biología Molecular. El contrataste entre la prosperidad europea y la angustiosa realidad en que se debatía por entonces nuestro país lo había llevado a reflexionar sobre su propio compromiso cuando encontró un diario tirado en la calle, y en él una entrevista en la que le preguntaban a Teresa de Calcuta que era para ella la paz. Acaso porque él mismo no se sentía en paz, la respuesta de la religiosa al periodista lo movilizó de una manera inusual. “El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto de la amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz”, leyó en aquel diario el doctor Albino, quien poco después dejó España para volver a trabajar en nuestro país. “En aquel momento el único que hablaba de desnutrición infantil era yo; el único que veía desnutrición era yo. Hubo gente que decía que estaba loco, que andaba buscando algo raro, que lo que yo decía era una exageración”, cuenta Albina en el hall de acceso a la Facultad de Medicina de La Plata al explicar que si algo ha cambiado en estos veinte años es la percepción que nuestra sociedad tiene de la problemática: “hoy es un tema nacional”, asegura. Aun así, dice, “sigue sin haber cifras, por lo que continuamos ignorando el alcance de la desnutrición infantil en nuestro país. Lo único que tenemos para orientarnos es un indicador indirecto, la tasa de mortalidad infantil, que va 7,4 por mil en Tierra del Fuego a 20 por mil en Formosa. En ese amplio abanico está la cifra de chicos desnutridos, que tal vez sea de un 13 o un 15, pero comparada con el 7 por mil que registra Chile, no deja de ser un papelón”.
“UNA CUCHARADA Y UN BESO”
La pelea que lleva adelante CONIN se disputa en un terreno muy estrecho, el que va desde el vientre materno a los 5 años de edad. Fuera de él, las secuelas que deja la desnutrición en los chicos ya no son reversibles. En otras palabras, lo que no se hizo hasta entonces queda como una deuda que por más esfuerzos que se realicen luego ninguna sociedad llega a saldar.
“Los dos primeros años de vida son la primavera del sistema nervioso central -explica el doctor Albino-. Vendrá un verano, un otoño y un invierno, pero nunca más volverá a florecer así. En esa etapa de la vida, nuestro cerebro pasa de pesar 35 gramos a 900, apenas 300 menos de lo que alcanza finalmente en la adultez. Pero en ese lapso no sólo aumenta su peso sino también su actividad . A los nueve meses, la mayor parte de nuestras neuronas ya se ha diferenciado, se ha ubicado en su respectiva región del cerebro y ha comenzado a establecer una enorme cantidad de contactos con otras neuronas vecinas. Ese proceso, que se conoce como cableado neuronal, es lo que nos da la capacidad de asociar, la memoria, la rapidez mental…”. “Cuando un chico no recibe los nutrientes necesarios en esa etapa de su vida, su cerebro no sólo deja de crecer sino que también se comienza atrofiar. La suerte del sistema nervioso central se define en los primeros 12-18 meses de vida. Si durante ese tiempo el niño no recibe una adecuada ingesta de nutrientes su capacidad intelectual queda disminuida”, señala el doctor Albina, quien asegura que el problema no se limita sin embargo a la alimentación. En su momento de mayor desarrollo, lo que necesita el cerebro es “un 50% nutrientes y otro 50% estimulación -afirma el fundador de CONIN-. Los chicos necesitan tanto de la cucharada como del beso para poder crecer. Si uno no les pellizca el cachete, si no les canta el payaso Plinplín, si no les hace tortitas, no desarrollan su curiosidad, no exploran nuevos estímulos, no llegan a establecer un buen cableado cerebral”.
DE GENERACION EN GENERACION
Sin minimizar el impacto del hambre, en el Banco Alimentario de La Plata -una organización civil que abastece de comida a 86 comedores infantiles- aseguran que el mayor problema en nuestra región no es tanto la falta de comida como las deficiencias nutricionales que tienen los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. “Si bien sigue habiendo hambre, el problema más grande que registramos hoy es la malnutrición infantil -comenta Miguel Chalar, su director-. Las familias de bajos recursos se alimentan casi exclusivamente a base de papas, fideos, guisos y arroz. Sus hijos no comen frutas o verduras jamás, lo que hace que aun cuando a veces se los vea gordos, la mayoría de ellos tiene un serio déficit nutricional. Más allá de sus dificultades económicas para acceder a esos alimentos, existe un problema de educación. No están acostumbradas a comer alimentos frescos y los rechazan. Por eso es que cuando repartimos zanahorias, acelga o frutas que logramos recuperar del Mercado, también nos ocupamos de mostrarles cómo prepararlas para que sean sabrosas. De otro modo, no las comen”.
El diagnóstico del Banco Alimentario no difiere demasiado que hacen desde la propia CONIN. “En realidad no se trata sólo de la falta de alimentos sino de su elección. En ese sentido existe un serio problema sociocultural: las mamás de familias en situación de pobreza no saben tampoco cómo preparales alimentos frescos a sus hijos, por lo cual es frecuente que haya una malnutrición escondida detrás de una obesidad”, cuenta la doctora Graciela Citate, coordinadora del Centro local. Pero ya se trate de desnutrición o malnutrición el riesgo de ese déficit en los primeros años de vida no sólo es el mismo sino que constituye una condena que pasa de generación en generación. Y es que -como señala el propio doctor Albina-, “la desnutrición infantil es tanto un síntoma de la pobreza como, muchas veces también, su causa principal”.