El año en que murió el Gran Sueño Australiano

A la edad de 31 años, Justin Dowswell nunca imaginó que viviría en una habitación compartida en la casa de su infancia.

Tenía un trabajo de tiempo completo y bien remunerado en Sídney, Australia. Durante una década vivió alquilado, antes de que una crisis inmobiliaria sin precedentes lo obligara a cambiar su vida y regresar con sus padres.

“Es una lección de humildad”, dice. Pero la alternativa era quedarse sin vivienda: “Así que soy uno de los afortunados”.

Su realidad se aleja del Gran Sueño Australiano.

Mientras que el Sueño Americano es la creencia más abstracta de que cualquiera puede alcanzar el éxito si trabaja lo suficiente, la versión australiana es tangible.

Durante generaciones, ser propietario de una casa en un terreno modesto se idealizó como el indicador definitivo del éxito y la puerta de entrada a una vida mejor.

Es una aspiración que se introdujo en la identidad del país y ayudó a dar forma a la Australia moderna.

Desde los llamados Ten Pound Poms, trabajadores británicos que luego de la Segunda Guerra Mundial se mudaron a Australia y Nueva Zelanda, hasta el actual auge de empleados calificados que se desplazan desde India, oleadas de inmigrantes llegan a las costas de Australia en busca de su promesa. Y muchos la encontraron.

Pero para las generaciones actuales los sueños que alguna vez tuvieron sus padres y abuelos están fuera de su alcance.

Después de décadas de políticas gubernamentales que trataron la vivienda como una inversión y no como un derecho, muchos dicen que tendrían suerte incluso si encuentran un lugar estable y asequible para alquilar.

Una tormenta perfecta
Casi todo lo que podía salir mal en materia de vivienda en Australia salió mal, dice Michael Fotheringham.

“Lo único que podría empeorar las cosas es que los bancos comiencen a colapsar”, le dice a la BBC el director del Instituto Australiano de Investigación Urbana y de Vivienda.

La base de todo esto es que comprar una casa es astronómicamente caro: la propiedad promedio cuesta ahora alrededor de nueve veces el ingreso de un hogar común, el triple de lo que costaba hace 25 años.

Es particularmente grave para las tres cuartas partes de los australianos que viven en las principales ciudades del país.

Sídney, por ejemplo, es la segunda ciudad menos asequible del mundo para comprar una propiedad, solo superada por Hong Kong, según la encuesta de Asequibilidad de la Vivienda de 2023 de Demographia International.

Australia básicamente hizo que adquirir una vivienda sea prácticamente inalcanzable para casi cualquier persona sin riqueza familiar. El mes pasado, el jefe del importante banco ANZ, dijo que los préstamos hipotecarios se habían convertido en “el dominio exclusivo de los ricos”.

Eso dejó a personas como Chelsea Hickman cuestionando su futuro. La diseñadora de moda de 28 años siempre imaginó que se convertiría en propietaria de una casa y en madre, pero ahora le preocupa que eso no sea posible.

“Financieramente, ¿cómo podría permitirme ambas cosas? Las cifras simplemente no cuadran”, afirma.

Desde una casa compartida en Melbourne, le dice a la BBC que a pesar de trabajar a tiempo completo durante casi una década, ni siquiera puede permitirse alquilar un apartamento sola. Sus amigos están en una situación similar.

“¿Qué salió mal?”, se pregunta.

“Hicimos todo lo que todos dijeron que debíamos hacer y todavía no hemos llegado a este punto en el que vamos a tener independencia financiera y seguridad habitacional”.

Tarek Bieganski, un gerente de Tecnologías de la Información de 26 años se ríe cuando se le pregunta si cree que algún día será propietario de una casa.

“Está tan obviamente fuera de nuestro alcance que ya ni siquiera es un pensamiento”, señala. “Y esto viene de alguien a quien, realmente, le va bastante bien”.

Pero con las tasas de interés aumentando más rápido que en cualquier otro momento de la historia de Australia, incluso muchos de aquellos que lograron ascender en la escala inmobiliaria ahora viven con el temor de caerse de ella.

Los bancos de alimentos se ven abrumados por los titulares de hipotecas que luchan por mantenerse a flote. Muchos necesitan más de un trabajo para subsistir. Y los jubilados se han visto obligados a volver a trabajar.

Sin embargo, no todos sienten el mismo pesimismo.

El nivel general de propiedad de viviendas -aunque disminuye significativamente entre los jóvenes- se mantiene en alrededor de dos tercios.

Y esos australianos están bastante contentos de ver cómo aumentan los precios de las propiedades y crece su riqueza.

Esto es difícil de digerir, dice Hickman, especialmente teniendo en cuenta que muchos hogares (uno de cada tres) ahora poseen una propiedad distinta a aquella en la que viven.

“Entiendo que la gente dice: ‘Bueno, trabajé duro para conseguir estos millones de casas’ y bla, bla, bla, y yo digo: ‘Está bien, bien por ti. Yo también trabajo duro y solo quiero un hogar.”

“Las uvas de la ira”
Como resultado de todo esto, millones de personas están atrapadas en el mercado de alquiler, buscando crear una versión diluida del Sueño Australiano como inquilinos.

Pero eso tampoco es un paraíso.

La oferta de alquiler se encuentra en mínimos sin precedentes, hasta el punto de que los ayuntamientos de todo el país están rogando a las personas con casas de vacaciones vacías y alquileres a corto plazo que las trasladen al mercado a largo plazo.

Y, con la mayor demanda, los alquileres se están disparando.

Las noticias australianas están inundadas de historias sobre aumentos masivos de alquileres e imágenes de personas desesperadas haciendo cola para inspeccionar propiedades plagadas de defectos y, en algunos casos, hasta cubiertas de moho.

“Es como en ‘Las uvas de la ira’, dice el profesor Fotheringham, refiriéndose a la famosa novela de la época de la Gran Depresión sobre una familia que lucha por construir una vida.

La vivienda social o subsidiada, que alguna vez fue una red de seguridad para quienes tienen ingresos bajos o moderados, tampoco es una opción para la mayoría de los australianos. El número de viviendas disponibles es menos de la mitad de lo que se necesita para satisfacer la demanda inmediata y las listas de espera duran años.

Y todo esto está sucediendo en un momento en el que los desastres naturales y los efectos climáticos están acabando con grandes extensiones de casas, haciendo que aún más partes del vasto continente australiano sean inhabitables.

La crisis está llevando a la gente a vivir sin hogar o en condiciones de hacinamiento. La demanda de apoyo a la vivienda es tan alta que algunas organizaciones benéficas dicen que están repartiendo tiendas de campaña.

Una mujer de Tasmania le dijo a la BBC que ella y sus cuatro hijos pasaron más de seis meses hacinados en una habitación que tenía su madre después de que fueran rechazados en más de 35 propiedades mientras languidecían en la lista de espera de viviendas sociales.

Hayley Van Ree, una mujer de Melbourne, afirma que sus perspectivas para poder alquiler eran tan sombrías que su madre tomó dinero de su propio fondo de jubilación para comprar un apartamento y alquilárselo, provocando lo que ella describe como una mezcla confusa de alivio, vergüenza y culpa.

“Los amigos que tienen padres con propiedades tienen un tipo de pensamiento morboso. Saben que cuando sus padres mueran ellos podrían estar bien”, dice Van Ree. “Odio que sea mi realidad”.

Dowswell ahora está de regreso en Sídney y finalmente consiguió un apartamento después de seis meses, pero dice que el calvario es un enorme peso para sus finanzas y su salud mental.

“Es simplemente desmoralizador… cuanto más pienso en ello, más me enojo”, dice.

¿Inversión o derecho?
En 2023, la conversación nacional pasó de lo caro que es comprar una casa a lo difícil que es conseguir cualquier tipo de vivienda asequible.

El fin de las congelaciones de alquileres y desalojos durante la pandemia, la migración récord, el rápido aumento de las tasas de interés y los retrasos en la construcción conspiraron para dejar las viviendas en Australia en el peor estado que jamás hayan tenido, advierten los expertos.

Pero la crisis es el resultado de “50 años de fracaso de las políticas gubernamentales, financiación y codicia”, escribió el destacado periodista financiero Alan Kohler en un reciente ensayo.

En el cambio de milenio ocurrió algo particularmente crítico, sostiene.

Hasta ese momento, los precios de la vivienda en Australia seguían el ritmo de crecimiento de los ingresos y el tamaño de la economía, pero esto comenzó a cambiar cuando el gobierno federal introdujo cambios impositivos que incentivaron la compraventa de viviendas con fines de lucro.

Un fuerte aumento en la inmigración y las subvenciones gubernamentales también hicieron subir los precios de la vivienda en esa época, pero Kohler dice que fueron estas exenciones fiscales las que cambiaron para siempre la forma en que Australia piensa sobre el sector.

“Será imposible devolver el precio de la vivienda a algo menos destructivo… sin purgar la idea de que la vivienda es un medio para crear riqueza en lugar de simplemente un lugar para vivir”, escribió.

Hacerlo será incómodo para muchos votantes, lo que requerirá coraje e innovación por parte de los políticos, añade.

Y eso es algo que los críticos dicen que los sucesivos gobiernos a nivel federal, estatal y local han luchado por lograr.

Algunos señalan décadas de abandono de la vivienda social, o la persistencia de las subvenciones para los primeros compradores de casas, que son populares pero no funcionan como deberían y, de hecho, hacen subir aún más los precios.

Otros argumentan que se abusó con demasiada facilidad de las leyes de planificación y patrimonio para limitar los desarrollos, a menudo por parte de residentes reacios a ver cambios en sus suburbios e inversiones.

Luego está el temor a revisar esos lucrativos incentivos fiscales para los inversores inmobiliarios: la promesa de reforma más reciente fue rechazada en las elecciones de 2019 y ahora fue abandonada.

“La vivienda debe considerarse un servicio esencial antes que una inversión”, afirma Dowswell. “Definitivamente existe un imperativo moral para actuar… [pero] el egoísmo se interpondrá en el camino”.

La ministra nacional de Vivienda, Julie Collins, le dijo a la BBC que hay “desafíos” que abordar, pero que su gobierno -elegido hace 18 meses- está implementando “las reformas de vivienda más significativas en una generación”.

Ha creado o ampliado programas para ayudar a los posibles compradores, aunque tienen requisitos estrictos y plazas limitadas. También prometió construir miles de nuevas viviendas sociales asequibles -una pequeña mella en la lista de espera- y crear un fondo de inversión para apoyar proyectos futuros.

Junto con los gobiernos estatales, se comprometió a crear un Plan Nacional de Vivienda y Personas sin Hogar y a reforzar las protecciones para los inquilinos.

El gobierno también está utilizando otras palancas: anunció a principios de este mes que reduciría a la mitad el ingreso de inmigrantes de Australia y triplicaría las tarifas para los compradores extranjeros de viviendas. Ambas cosas, según ellos, deberían ayudar a aliviar la tensión.

Algunos apoyan estos cambios, pero dicen que son pequeños ajustes en un sistema que necesita reformas profundas.

Aquellos con quien habló la BBC dicen que el Sueño Australiano fue demolido, erosionando los cimientos de la identidad nacional.

Durante mucho tiempo, a Australia se la consideró la tierra de la justicia.

“[Pero] la educación y el trabajo duro ya no son los principales determinantes de cuán rico eres; ahora todo se reduce a dónde vives y qué tipo de casa heredas de tus padres”, dice Kohler.

“Significa que Australia es una meritocracia menos igualitaria”.

O como resume Hickman: “Es un engaño”.