El argentino que creo una toallita que permite detectar enfermedades ginecológicas

Su proyecto se consagró como uno de los ganadores de la edición 2014 de Singularity University, el campus de innovación de la NASA; apenas regresó al país, decidió ponerse en acción e ideó un chip de detección temprana basado en la menstruación.

Gabriel-WeinsteinEl aburrimiento no representa un estado que cuadre -ni siquiera por unos minutos- con la personalidad curiosa, intuitiva y ambiciosa que transmite Gabriel Weinstein al moverse, hablar, gesticular, enfatizar, y recordar sus primeros desafíos en el emprendedorismo, con el que tomó contacto a sus 23 años (hoy tiene 31) cuando decidió abrir con dos amigos una empresa de software, según acusa recibo su memoria.
“No me puedo quedar quieto”, justifica, enseguida, apenas se sienta y empieza la entrevista con LA NACION, una característica que quedará demostrada mientras cuenta su paso por Singularity University, el campus de innovación para salvar al mundo que funciona hace seis años en la NASA, y también al compartir su proyecto, el de una toallita femenina que detecta enfermedades ginecológicas nacida en el marco de esa experiencia, a la que califica de “espectacular” e “increíble” en forma permanente.
Es lógico. Desde hace unos meses, el currículum de este joven innovador sumó una línea que lejos está de ser una actualización intrascendente: fue uno de los cuatro argentinos seleccionados entre 4500 personas de distintas nacionalidades que viajó a Estados Unidos a formarse en uno de los centros académicos no tradicionales más prestigiosos de la actualidad. ¿El objetivo? Desarrollar soluciones alternativas tendientes a resolver los problemas cotidianos que afectan a la población mundial.
Aunque suene extraño, en ese contexto, la menstruación se convirtió, además del propio equipo -integrado por dos daneses, una polaca, un búlgaro y él-, en la aliada más importante de la iniciativa que idearon y que resultó ser una de las cinco ganadoras de las 22 presentadas al final de la cursada. Eso, admite, actuó como un gran aliciente para avanzar confiado en la propuesta, diseñar un prototipo y proyectar un lanzamiento real, fuera de la simulación, en su país al volver.
“Es el primer proyecto en el mundo que involucra a la menstruación, por lo que nos costó mucho encontrar información. Fue muy difícil. Sólo descubrimos que un policía de Nueva York la había usado para resolver un caso. Pensándolo así es revolucionario y no invasivo. Buscamos sacarle provecho a algo que inicialmente se piensa en términos negativos, malos o molestos, sobre todo, en el caso de las mujeres que más lo padecen”, describe a LA NACION Gabriel, quien aclara que la novedad no contempla “cambiarles su comportamiento durante el periodo”, o que “se vuelvan adictas o dependientes” de un chip mes a mes, sino ayudar a una detección temprana que complemente el diagnóstico posterior de un especialista.
Con eso entre manos, entremezclado con su rutina pre-viaje, mantiene su espíritu emprendedor calmo, animado y entretenido. Es que desde que regresó a Buenos Aires está convencido que quiere capitalizar y perfeccionar lo asimilado en Singularity. En simultáneo, sueña con poder implementar en el mercado latinoamericano “la toallita inteligente”, esa que alerta al segmento femenino cada vez que descubre valores en el cuerpo fuera de rango, y que puede volverse una herramienta muy útil para evitar sorpresas o males mayores.

EL PROYECTO, A FONDO

A mitad de año, apenas ingresó a Singularity, Gabriel buscó, entre otras cosas, aprovechar su estadía para conectarse con personas de otros países. Reconoce que, en algún punto, se lo impuso a sí mismo hasta como una condición excluyente para poder abrirse a otros extranjeros y enriquecerse del intercambio con otros perfiles, “backgrounds” y culturas dispares.
Con ese propósito, se acercó y conoció a sus compañeros: una médica danesa, un emprendedor danés, una ingeniera mecánica polaca; un experto en usabilidad de productos búlgaro; y una médica brasileña.
Apremiados por el tiempo y la necesidad de cumplir con la consigna (la presentación de la idea en 48 horas), se pusieron a trabajar, todos a la par, sin roles asignados. Tras varios debates y algunas trasnochadas -que replicaban a su modo las charlas en las que suelen incurrir los personajes de la popular serie norteamericana The Big Bang Theory, se focalizaron en potenciar “aquello que mejor sabía hacer cada uno” y plasmarlo en la propuesta. Sin advertirlo, bocetaron un tampón para descubrir enfermedades que después mutó en una toallita y logró la aceptación inmediata del equipo (y de los jurados y compañías grandes del sector).

– ¿Cuáles fueron los primeros pasos del desafío que proponía la universidad?

– Empezamos a trabajar en una start up weekend, donde armamos el proyecto durante 48 horas. Era poco tiempo, pero nos sirvió para ver si realmente funcionábamos como grupo. Era una especie de testeo y lo tomamos como tal, con jueces incluidos. Cuando terminó nos dijeron que habíamos ganado la primera competencia. Eso fue buenísimo. Después vino un mes intenso en el que hicimos de todo, desde leer patentes para chequear que lo nuestro no estuviera hecho hasta investigar la tecnología y hacer encuestas para ver si la gente usaría eventualmente la toallita.

– ¿Qué requisitos mínimos tenía que cumplir el proyecto?

– Te daban tres, después hacías lo que querías. Tenía que ser factible; tenía que afectar a mil millones de personas, de acá a diez años; y había que desarrollarlo en grupo. El desafío, además, debía responder a alguna de las verticales de la universidad, como salud, agua, energía, etc. Elegimos entonces uno relacionado con salud y que involucraba a aproximadamente 1700 millones de mujeres que menstrúan, por lo que estábamos cubiertos. Hubo grupos que estuvieron más complicados.

-¿Por qué la menstruación? ¿Cuál fue el puntapié inicial que le dio origen?

– Descubrimos que hay 300 marcadores, o sea datos, que no están presentes en la sangre pero sí en la menstruación (sangre, fluidos, endometrio). Cerraba por todos lados. Lo más llamativo es que todo esto ocurrió durante la primera semana, en uno de los tantos brainstormings que tuvimos.

-¿Cuáles son las enfermedades que el chip podrá detectar?

– Tenemos un montón: HIV, sífilis, gonorrea, HPV, clamidia, entre otras que analizamos. Hicimos un prototipo con la última, que es la más común, no es mortal y tiene cura a las dos semanas, aunque incluiremos todas las mencionadas y algunas más. Incluso, pensamos en la posibilidad de incorporar valores relacionados con la fertilidad, que resulta un negocio gigante.

– En líneas generales, ¿cómo funciona la toallita y de qué manera emite una alerta?

– La toallita será flexible y tendrá tres capas: la primera, de contacto con la piel; la segunda, de absorción y filtrado; y la tercera, la del sensor de microfluidos. Se trata, en realidad, de un pequeño laboratorio adentro de un chip (un sensor, una batería y un transmisor de radiofrecuencia, que es el encargado de enviar la información al celular). Cuando la sangre llega al sensor, el marcador reacciona en caso de encontrar una enfermedad y se genera un electrón. Si lo hay, significa que hubo reacción y que algo tenés.

-¿Tienen pensada alguna estrategia para motivar a las mujeres a comprar el producto?

Sí. Cada paquete contendrá dos de estas toallitas junto con las convencionales. Esto es porque si aparece que la persona tiene una infección, seguramente va a querer volver a chequearlo. Hicimos una encuesta y la gente está super dispuesta a pagar un poco más. Más adelante, pensamos implementarlo en tampones.

– ¿Dónde harían el lanzamiento? ¿Cuál sería el primer mercado al que apuntarían?

– Idealmente, será Brasil y América latina. En Estados Unidos pueden tardar entre 5 y 7 años en aprobar cualquier producto médico, por eso, para esta etapa está descartado.

Gabriel habla constantemente en plural sobre la toallita inteligente, pero hoy es el único integrante del grupo formado en Singularity que conserva el proyecto. “Cuando volvimos, cada uno intentó seguirlo desde su país de origen pero fue difícil. Ya no teníamos la misma disponibilidad que antes. Les consulté si existía algún inconveniente con mantenerlo y decidí hacerlo por mi cuenta. Una de las opciones era irme a Estados Unidos, donde están la tecnología y los profesionales, pero quiero que el producto sea argentino. Quiero traer acá lo que aprendí”, revela en diálogo con este medio.
Sus días, desde entonces, oscilan entre reuniones con clientes a encuentros con posibles socios para rearmar el equipo, que actualmente constituye su “única preocupación”, mientras evalúa importar el chip que allá ya existe. “Lo desarrollaron en Standford para nosotros y lo vimos funcionando. Si no lo hago, soy un nabo”, confiesa entre risas.