A los siete decidió crear un banco para ayudar a sus compañeros de clase y ha recibido premios a nivel mundial, entre ellos uno de Naciones Unidas.
A los siete años José Adolfo Quisocala decidió crear un banco: sus compañeros de clase no tenían dinero para el bocadillo porque se lo habían gastado en golosinas, cromos o juguetes. Pero, lo que es peor: había otros muchos niños de su edad que ni siquiera podían ir al colegio porque tenían que estar pidiendo en un semáforo o trabajando para conseguir dinero.
José Adolfo tiene hoy 14 años y es presidente de Bartselana, el primer banco cooperativo para niños, jóvenes y mujeres: “Ver a los niños que viven en la pobreza, ver a muchos niños trabajando en las calles, en los semáforos vendiendo dulces, rogando… me hizo pensar por qué estos niños no pueden ir a una escuela normal”. Ahí comenzó todo.
Mientras sus compañeros de clase pensaban en ser futbolistas, José Adolfo creaba un banco. Ahora explica a The Guardian que “una de las razones por las que los niños trabajaban era porque no había dinero en casa. ¿Por qué no puedo enseñarles a ahorrar?” Ya tiene más de 2.000 clientes con edades comprendidas entre los 10 y los 18 años y ofrece servicios como préstamos y microseguros entre otros servicios financieros.
Comienzos difíciles
Para poner en marcha su idea, José Adolfo tuvo que convencer a un grupo de profesores. Después, un premio escolar le dio el empujón que necesitaba y pudo registrar oficialmente su banco por medio de una cooperativa local. Desde entonces no deja de recibir galardones, entre ellos el Premio Internacional de Finanzas Infantiles y Juveniles de Unicef en 2014 o el Premio Climático Infantil en 2018.
Pero la gran apuesta del creador del banco de los niños fue idear la fórmula de que los menores lograran ingresos recogiendo plástico y papel para reciclar: “Los niños a veces traían ahorros de unos pocos centavos y les había prometido que comprarían una bicicleta, un ordenador o un portátil, pero con esa cantidad de dinero tardarían mucho tiempo. Creía que debía haber una forma en que pudieran ganar dinero y pensé en la basura: todos generamos basura y decidí que ésa era la solución”.
José Adolfo estableció diversos acuerdos con empresas de reciclaje de su zona y pudo pagar a sus clientes un precio más alto de lo normal. Sólo tienen que llevar los residuos a una de las básculas que hay instaladas en siete escuelas de Arequipa y por cada kilo de plástico o de papel reciben 0,80 soles peruanos, aproximadamente 21 céntimos de euro. Ese dinero va directamente a sus cuentas en el banco: “No queremos que estén en la calle recolectando basura, sino en casa, evitando que la basura llegue a la calle”.
El único problema que ahora tiene José Adolfo es que no tiene tiempo para poder ir al colegio, por lo que sigue una educación online. Su padre dejó su trabajo para ayudarle en este proyecto y hasta el gobierno peruano le ha felicitado formalmente por su trabajo. Un modelo a seguir para jóvenes y adultos, pese a que sólo tenga 14 años de edad.