Ahora es prácticamente un desierto, donde persiste el hedor, el barro negro en el asfalto, los murales de colores vivos en las paredes descascaradas que pronto dejarán de existir y las ratas que se mueven impunes entre aceras, huecos y puertas.
Es como si una peste repentina hubiera dejado sin habitantes el lugar. Quedan unos pocos, muy pocos, insuficientes para borrar la sensación de desolación.
Hasta hace menos de una semana era el centro de venta y consumo de drogas más importante de Bogotá, a sólo 800 metros de la casa de gobierno de Colombia, la Casa de Nariño.
El Bronx.
“Una república independiente del crimen”, como la llamó el alcalde de la ciudad, Enrique Peñalosa, a la que la policía no podía entrar (sólo agentes encubiertos, que se arriesgaban a terminar como consumidores o descubiertos y tal vez asesinados).
En sus cuatro cuadras en forma de H incompleta convivían consumidores –de todo tipo de drogas, especialmente bazuco, una mezcla de pasta base de coca y lo que se encuentre, hasta hueso de vaca o ladrillo–, sus proveedores, las mafias locales, bares, casas de juego, venta y alquiler de armas, y prostitución de adultos y menores.
Molotov y orín
Cuando la policía finalmente entró al lugar en un operativo con más de 2.000 efectivos –incluido personal del Ejército– en la madrugada del sábado pasado fue recibida con cócteles molotov, disparos y hasta botellas llenas de orina.
Adentro había entre 1.500 y 2.000 personas.
Las autoridades capturaron a 20 y la Fiscalía sospecha que algunos criminales lograron escapar por un túnel de 200 metros construido debajo de las casas del Bronx.
136 menores fueron puestos bajo el cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ente encargado de velar por la infancia en el país.
La mayoría de los que estaban allí eran consumidores o adictos a las drogas.
Algunos vivían en esas cuadras, otros en la calle, otros en “pagadiarios”, lugares en los que por poco menos de un dólar por noche podían evitar dormir a la intemperie.
En los edificios del Bronx había pequeños cuartos, diminutos, con apenas lugar para un colchón.
Cuando estuve allí, este jueves, todavía quedaba en alguno la decoración de un retrato en lápiz de una mujer y su niña y una cajita con maquillaje.
Uno de los que debieron abandonar el lugar es Julio César Caicedo, de 30 años.
Ahora está en el Centro de Atención Médica a Drogodependientes La Rioja, a donde este jueves había unas 230 personas, muchas llegadas tras el operativo policial en el Bronx.
Caicedo dice que no vivía en el Bronx, pero que lo frecuentaba: “Iba a consumir marihuana, trago, perico (cocaína), a escuchar música”.
Secuestros, desapariciones
Cuando las autoridades entraron encontraron a un hombre encadenado y atado de pies, cuello y manos detrás de una falsa pared.
Tuvo suerte de ser hallado.
Los capos locales decían que era policía. Es posible que corriera la suerte de otros que se cree que desaparecieron allí.
Algunas versiones hablan de salas de tortura, donde desmembraban personas, el castigo para aquellos señalados de infringir el código interno del Bronx.
En un edificio de cuatro plantas, en una esquina, pintado de azul, verde y amarillo, con ventanas enrejadas se encontró sangre en los pasillos.
“Las famosas casas de pique (desmembramiento) sí existían porque se usaban para las personas que cometían errores (informantes de las autoridades) o las personas infiltradas, como policías”, le dice a BBC Mundo Caicedo.
“Materia de investigación”
Es algo que está investigando la Fiscalía y según Daniel Mejía, secretario de Seguridad de Bogotá, es mejor ser cautelosos respecto a esas versiones.
“Yo creo que es materia de investigación”, le indica a BBC Mundo.
“No encontré ninguna de las cosas que se mencionan”, agregó en referencia a las casas de pique o el supuesto hueco por el que personas eran arrojadas para ser atacadas por perros.
“No reúne las características de un lugar de tortura o desmembramiento”, de acuerdo con Mejía.
¿Y las denuncias de desapariciones? “Muchas de esas personas ya empezaron a aparecer”, señaló.
“Al que se portaba mal le pegaban”
Carlos Alberto Salazar Zuluaga, de 26 años, también está en el centro de La Rioja, tras vivir durante ocho meses en el Bronx.
Él dice que lo de las casas de pique no es cierto: “Al que se portaba mal le pegaban pero no lo mataban”.
Los encargados de la seguridad, los soldados de las mafias del Bronx, eran llamado “sayayines” – el nombre de unos personajes de la serie de dibujos animados japonesa Dragon Ball Z.
Los sayayines solían estar mejor vestidos que la población general del lugar, siempre se tapaban el rostro y, por lo general, no consumían.
Hay videos en los que se los ve agrediendo a sujetos del sitio.
Las autoridades capturaron a 20 personas en la operación que comenzó el sábado, pero seguramente había más sayayines.
¿Pueden estar en lugares como La Rioja? “Hay esa inquietud, esa preocupación de que los sayayines se hayan infiltrado”, afirma Mejía.
Es más, asegura que incidentes ocurridos cerca del Bronx luego de la entrada de la policía fueron incentivados por los sayayines: “Hemos visto que en los últimos días regalando droga y comida han tratado de convencer a los habitantes de la calle para atacar infraestructura de la ciudad”.
l funcionario entiende que no han terminado con la tarea.
“Hay que continuar la intervención, seguir desarticulando estas bandas, convencer a los habitantes de la calle a que vayan a los centros de integración social”.
¿Volver al mismo lugar?
Ahora la zona del Bronx está acordonada, sólo se puede entrar con autorización de la policía, que la vigila con 450 hombres.
Las autoridades estiman que el operativo continuará por algo más de una semana.
En el corto plazo, las construcciones, muchas de ellas enclenques, serán derribadas para desarrollar el sector –este jueves ya había allí cuadrillas de la empresa de electricidad renovando el alumbrado público.
¿Quién sabe qué será de los muchos muñecos de peluche, figuras de santos, guitarras, fotos personales, biblias, diarios íntimos que descansan allí junto a pipas caseras, cigarrillos, botellas de alcohol, máquinas tragamonedas destartaladas y miles y miles de objetos huérfanos?
¿Más aún, qué será de quienes allí habitaban?
Carlos Alberto Salazar Zuluaga dice que quiere volver al mismo lugar.
Le advierto que el Bronx va a dejar de existir. “Tenemos que llegar a algún lado todos”, responde.
¿Pasará entonces como hace más de 15 años, cuando también era alcalde Enrique Peñalosa, se decidió desarmar el Cartucho, antecesor del Bronx, y finalmente convertirlo en un parque?
La tragedia del Cartucho se terminó mudando al Bronx.
Dicen que en estos últimos días, tras la ofensiva del sábado pasado, ya ha estado creciendo la población de otros núcleos de distribución de estupefacientes, como 5 Huecos o San Bernardo, no tanto más lejos de la Casa de Nariño.
En San Bernardo la policía ya estuvo haciendo un operativo. Le pregunté al secretario de Seguridad Mejía acerca de 5 Huecos.
Me respondió que en el preciso instante en el que hablábamos, este jueves por la tarde, se estaba desarrollando una intervención allí para llevar a centros de acogida a habitantes de calle y detener a criminales.
¿Lograrán evitar que se repita la historia del Cartucho?