La naturaleza ha ido tejiendo un sistema de relaciones y afinidades entre las especies a través de los siglos, en el que, por ejemplo, depredadores y presas han concertado sus citas para una fecha y un lugar determinado. Pero esa invisible red de datos y códigos ahora está siendo amenazada por los efectos del cambio climático, con consecuencias todavía impredecibles para los ecosistemas.
“Descubrimos que los eventos biológicos clave entre los pares de especies es sustancialmente diferente hoy de lo que era hace 35 años. La diferencia es de aproximadamente unos 6 días por década”, explicó la bióloga canadiense Heather Kharouba en diálogo con ámbito.com.
La investigadora de la Universidad de Ottawa detalló que “curiosamente, los eventos dentro de una temporada se están alejando cada vez más para la mitad de los pares de especies. Es decir, que hay una brecha más amplia. Mientras que para la otra mitad se están acercando, por lo que la brecha entre los eventos es cada vez menor”.
Los cambios ocurren en todos los escenarios. “Hicimos estudios y detectamos cambios en ecosistemas de la tierra, el aire y el mar”, describió. Y citó ejemplos como el del gavilán holandés, que por las alteraciones climáticas llega seis días antes que hace 16 años al encuentro con su presa, una pequeña ave.
En Arizona (EEUU), el colibrí de cola ancha está teniendo problemas para coordinar sus tiempos con su principal fuente de alimento, el néctar de la castilleja, que modificó la fecha de aparición de sus primeras flores.
Durante el último cuarto de siglo también sufrió percances el zooplancton del lago Washington, ya que el fitoplancton del que se alimenta aparece 34 días antes, lo que afecta de modo directo los primeros eslabones de la cadena alimenticia.
En el Mar del Norte están perdiendo su coordinación (el desfasaje ya alcanza los 20 días) el período de crianza de los pichones de las aves marinas con el lapso de crecimiento de su plato principal, los peces anguila de la arena.
Por otra parte, las crías del caribú de Groenlandia, mamífero de la familia del reno, no tienen suficiente alimento luego de que las plantas de la gran isla modificaran sus regímenes de crecimiento.
Estos cambios no ocurren delante de nuestros ojos, por lo que nuevos informes serán fundamentales para arrojar más precisiones de sus impactos y conocer qué parte nos toca. “Incluimos tantos estudios de todo el mundo como pudimos, pero desafortunadamente no teníamos tantos de América del Sur con un marco de tiempo suficiente. Pero dado el patrón que detectamos en otros continentes, estimamos que ocurren los mismos cambios”, razonó Kharouba.
¿Qué consecuencias traerán estos modificaciones sobre los ecosistemas? “Esa es una pregunta difícil de responder y en la que estamos trabajando ahora mismo. Aún no contamos con suficientes datos para decir con certeza cómo se verán afectadas todas las comunidades ecológicas”, sugiere la investigadora. “Con la evidencia con la que contamos, sabemos que algunos pares de especies podrían verse afectados en procesos como la polinización, lo que produciría un efecto cascada en la cadena alimentaria”, avizora.
En un futuro cercano, los desencuentros entre el fitoplancton y el zooplancton analizados en el lago Washington afectarían a pequeños peces, estos a su vez a otros más grandes y el golpe al ecosistema oceánico podría impactar en un negocio tan rentable y vital para muchos países como la industria pesquera. Así, si no reducimos la velocidad del cambio climático y acrecentamos la protección de las especies y sus hábitats, los estudios con los que contamos preanuncian momentos difíciles, no solo por su impacto en los ciclos naturales sino también sobre la economía.