La lectura apareció hace unos 5.400 años, pero la capacidad lectora ya estaba presente en los cerebros y estaba relacionada con el procesamiento del lenguaje.
El cerebro está preparado para que una persona sea capaz de leer antes incluso de que esta aprenda a hacerlo. Así lo demuestra el último estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), que revela que una región de la mente posee una serie de conexiones que permiten realizar dicho acto desde una muy temprana edad.
Para realizar el experimento, el instituto escaneó el cerebro de varios niños antes y después de que aprendieran a leer. De esta forma, los investigadores lograron predecir el área exacta en la que se desarrolla la habilidad a través de sus conexiones con las demás zonas.
En los últimos años, los neurocientíficos del MIT se habían preguntado por qué el cerebro tiene una sección dedicada exclusivamente a la lectura, una habilidad de uso exclusivo de los seres humanos y que se desarrolló hace alrededor de 5.400 años –tiempo insuficiente, según los expertos, para que la evolución haya reconfigurado este órgano para que sea capaz de realizar una nueva actividad–. Ahora, se sabe que la zona que desarrolla la capacidad de leer recibe también información visual y que es capaz de conectarse con regiones asociadas al procesamiento del lenguaje.
«Las conexiones de largo alcance permiten que esta región sea capaz de comunicarse con otras áreas del cerebro», ha señalado al portal web del MIT el doctor Zeynep Saygin, autor principal del estudio. «Hasta donde sabemos, dentro de esta zona solo el área de la lectura tiene esta particular capacidad de conexión, y esa es la razón por la que la distinguimos del córtex adyacente».
Lo curioso del hallazgo es que se ha comprobado que las conexiones con las regiones del lenguaje que existen en las personas adultas cuando ya saben leer también aparecen en los niños, por lo que no son consecuencia de ningún aprendizaje.
Los científicos escanearon dos veces a los jóvenes, una vez con cinco años y otra con ocho. Es decir, antes y después de que aprendieran a leer. Después, realizaron una resonancia magnética funcional para medir su actividad cerebral.