“El Chapo” Guzmán, el hombre que transformó al cartel de Sinaloa

Es el narco más poderoso del planeta. Se calcula su fortuna en 20 mil millones de dólares. En los pliegues de su biografía anida lo más oscuro de la historia reciente de México. Ahora reside en una celda del Distrito Federal.

Chapo-GuzmanLa imagen de Joaquín “El Chapo” Guzmán Lorea con las muñecas esposadas y tomado de la nuca por sus captores en el aeropuerto del Distrito Federal, dio la vuelta al mundo como un ícono de la soberanía del Estado mexicano sobre los poderes ocultos del crimen organizado. Acerca de su arresto, ya han corrido ríos de tinta y un sinfín de versiones. ¿Acaso fue una entrega consensuada con las autoridades o el individuo exhibido a la prensa es en realidad un doble del jefe narco más buscado del planeta?
En el aspecto fáctico, todo parece más simple: el uso de un teléfono satelital habría propiciado su desgracia, puesto que días antes fue apresado uno de sus hombres con 20 celulares. El resto, ocurrió por pura decantación.
En todo caso, primero habría que saber por qué el gobierno de Enrique Peña Nieto decidió soltarle la mano, habida cuenta –según un secreto a voces– de los pactos preexistentes entre ellos. En segundo lugar, el interrogante es si el sorpresivo éxito de sus perseguidores trazó efectivamente el fin de su leyenda.
De hecho, su organización, el cártel de Sinaloa, es la de mejor estructura, la de mejor protección policial y también la más extendida de México. Su radio de influencia abarca Sonora, Tamaulipas, Nuevo León, Michoacán, Jalisco, Guerrero, el Estado de México y, desde luego, Sinaloa.
La mayoría de sus líderes históricos proviene del antiguo cártel del Pacífico, que en la década del ’80 estuvo encabezado por Miguel Ángel Félix Gallardo, actualmente preso en el penal del Altiplano. Lo cierto es que el ocaso de la “vieja guardia” dio paso a una nueva generación de narcos, a saber: Héctor “El Güero” Palma, Pablo Acosta, Amado Carrillo Fuentes, Ismael “El Mayo” Zambada, los hermanos Arrellano Félix (Ramón, Benjamín y Francisco Rafael), además de El Chapo Guzmán.
Este último, nacido el 25 de diciembre de 1958 en el caserío de Baridaguato, en plena Sierra Madre del Estado de Sinaloa, dio sus primeros pasos junto al Güero Palma como hombre de Gallardo. Tras la captura del jefe en 1989, pasó a controlar los territorios de Mexicali, San Luis y Río Colorado. Las otras jóvenes promesas también obtuvieron sus plazas. En tal contexto, los Arrellano Félix se impusieron en toda Baja California, quebrando un acuerdo con El Chapo, a quien echaron de Sinaloa y Durango. Eso provocó una guerra entre ellos, ante la cual Guzmán se asoció con Palma y con el Mayo Zambada.
En medio de semejante conflicto bélico, ocurrió la muerte del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampos, un hecho maldito de la historia reciente de México. Y que bien vale ser refrescado para comprender los oscuros lazos entre el Estado y los sindicatos del delito.

CRISTO NO SIEMPRE VENCE

Posadas Ocampo estaba al frente de la Arquidiócesis de Guadalajara. Era la mañana del 24 de mayo de 1993. Días antes, un intruso había ingresado a su residencia, pero la rotura de una maceta lo hizo volver sobre sus pasos. Eso pasó tras haber protagonizado un vidrioso encuentro con un emisario del gobierno federal. El tema tratado era un secreto que él guardaba con sumo celo. Aquel lunes, abordó un Grand Marquis blanco que aguardaba con el motor en marcha. El nuncio Girolamo Prigione estaba por llegar en un vuelo procedente del Distrito Federal. Y él debía entregarle una información más que sensible. Eran las 11:15 cuando el auto del cardenal ingresó al playón del Aeropuerto de Guadalajara.
En ese mismo instante, un pintoresco grupo de pasajeros formaba fila de manera bulliciosa ante el mostrador de Aeroméxico. Lo encabezaba un morocho de porte atlético; era Alfredo Araujo, alias “El Popeye”. A metros, abrazado a una columna, estaba Jesús Alberto Bayardo Robles con unas copas de más. La presencia de ambos en Guadalajara –junto a otros 15 tipos de sospechosa traza– obedecía a razones de trabajo: eran sicarios del cártel de Tijuana (de los hermanos Arellano Félix) y habían llegado allí el 20 de mayo para ejecutar a El Chapo Guzmán. Pero no lo encontraron. En la noche anterior, se les ordenó volver a Tijuana. Por aquella época, el enfrentamiento entre el clan de los Arellano Félix y El Chapo atravesaba su momento más intenso.
Ahora, durante el mediodía, Francisco Rafael Arellano Félix departía con su hermano Ramón en la sala de embarque. Los sicarios aún estaban demorados en el check-in. Sucede que el estado etílico de Bayardo Robles hizo que los empleados de la compañía aérea pusieran reparos en que abordara el avión. Era notable el ímpetu casi infantil con que aquella muchachada intercedía ante las azafatas por el camarada en apuros.
En ese mismo momento, se produciría una terrible casualidad: la llegada al playón del aeropuerto de un Buick verde; en su interior iba nada menos que El Chapo, acompañado por tres guardaespaldas. En la camioneta que los escoltaba, iban otros diez matones. Ambos vehículos aparcaron detrás del auto del arzobispo, quien continuaba en la cabina.
A las 12:35 llegó la nave procedente del Distrito Federal. El nuncio Prigione fue el último pasajero en descender por la escalerilla. El cutis arrugado de ese anciano desentonaba con la pulcritud de su sotana. No menor fue su sorpresa al advertir que, en vez del cardenal, lo recibió en la pista un sujeto retacón, acompañado por dos uniformados. No era otro que el poderosísimo jefe de la Policía Judicial federal (PJF), Rodolfo León Aragón. El tipo fue directamente al grano: “el arzobispo ha sufrido un accidente”. No dijo más.
Minutos después, al atravesar el estacionamiento a bordo de un móvil de la PJF, Prigione vería a través de sus gruesas gafas la magnitud de tal percance: los orificios que exhibía el Grand Marquis del Arzobispado le hacían parecer un queso gruyere. Posadas Ocampo continuaba en la cabina, pero desplomado sobre el asiento; una lluvia de balas habían acabado con él. “Estaba en medio del fuego cruzado”, atinó a decir Aragón. Sus palabras fueron opacadas por una sinfonía de sirenas y voces de mando.
En los alrededores, yacían otros siete cadáveres, y cinco más en la entrada al hall de Partidas. Entre ellos, atravesado por una ráfaga de metralleta, Bayardo Robles dormía la mona eterna. El Chapo y los hermanos Arellano Félix, junto a los sobrevivientes de sus guardias pretorianas, habían logrado poner los pies en polvorosa.
En medio de la conmoción por lo sucedido, pasaría desapercibida la orden del presidente Carlos Salinas de Gotari de no efectuarle la autopsia al cuerpo de Posadas Ocampo. En resumidas cuentas, una de las hipótesis de su muerte hablaba sobre la fatalidad del fuego cruzado en medio de un enfrentamiento entre dos bandos rivales; la otra, se basaba en la teoría de la confusión: los sicarios del cártel de Tijuana habrían acribillado al cardenal tras confundirlo con Guzmán.
Éste –por otras razones– sería detenido unas semanas después en Guatemala, para ser extraditado a México. Y en diciembre de aquel año, Francisco Rafael Arrellano Félix –también por otros motivos– fue arrestado en Tijuana. Luego, en 2004, terminaría en una cárcel de los Estados Unidos. En el ínterin, la causa por la muerte de Posadas Ocampo fue archivada.
Pero en 1999, un secretario del cardenal muerto, el padre Wenceslao, reveló el tenor de las informaciones que Posadas Ocampo debía entregar al nuncio Prigione: eran documentos que una mujer le había proporcionado y probaban el vínculo de destacados políticos y funcionarios con los cárteles de la droga. Esa mujer habría sido nada menos que la primera dama, Cecilia Occelli, de quien Salinas de Gotari se divorció en 1994, al concluir su mandato. Esa versión le dio sentido al encuentro del arzobispo con el misterioso representante del gobierno –quien intentó persuadirlo para que devolviera esos papeles– y el no menos enigmático intento de robo ocurrido en su residencia.
En este punto entró en escena un arrepentido que habría participado en la conjura: el ex militar Marco Torres García, quien señalaría al policía Aragón como el orquestador del asunto. De hecho, para la DEA este era el enlace entre Salinas de Gotari, su secretario privado, Justo Ceja, y el segundo de la Procuraduría General de la República (PGR), Mario Ruíz Massieu, con los jefes narcos más importantes de México.
El resto fue simple dramaturgia: a sabiendas de que el obispo iría a recibir a Prigione al aeropuerto justo cuando la patota del cártel de Tijuana estuviera allí, el jefe de la PJF manipuló a El Chapo con una falsa alarma para que se fuera de Guadalajara en un avión a esa misma hora. El epílogo tuvo una sencillez atroz: todos ellos serían emboscados por un escuadrón de sicarios estatales. Esta parte de la historia jamás fue incorporada al expediente judicial.

EL NARCO ENAMORADO

Durante siete años, El Chapo gozó de un poder absoluto en la cárcel de Puente Grande. En complicidad con el Güero Palma y Arturo Martínez Herrera, alias “El Texas”, preparó su fuga durante dos años y la concretaría el 19 de enero de 2001.
Tras su fuga, El Chapo retomó el control del cártel de Sinaloa y se alió con Ignacio Nacho Coronel, Juan José Esparragoza, Arturo Beltrán Leyva y su viejo amigo, el Mayo Zambada. Dentro y fuera de México, aquella alianza se denominó “La Federación de Narcotraficantes”. Y desplazó de sus territorios a otros cárteles, como el de Juárez y el del Golfo, por citar solo a dos de sus más acérrimos rivales. Tal enfrentamiento interno coincidió –a partir de diciembre de 2006– con la ofensiva militar ordenada por el presidente Felipe Calderón. Si bien esa guerra no logró desarticular a ninguno de los sindicatos mafiosos, causaría en seis años unas 70 mil víctimas fatales.
Estados Unidos, en tanto, acusó a El Chapo de introducir a ese país más de 200 toneladas de cocaína entre 1990 y 2008. La DEA ofrecía por él una recompensa de cinco millones. Entre 2009 y 2012, estuvo en la lista anual elaborada por la revista Forbes de los hombres más ricos del mundo. Se calcula su fortuna en 20 mil millones de dólares.
El Chapo se desplazaba libremente por todo el país, e incluso por Guatemala. Y hasta se casó el 2 de julio de 2007 en el pueblo de La Angostura, del Estado de Durango, con Emma Coronel Aispuro, de 18 años. Ella acababa de coronarse Reina de la Gran Feria del Café y la Guayaba de aquel año. Pese a que el novio tenía orden de captura, asistieron al evento las más altas autoridades de Sinaloa. El Chapo llegó a su boda en una avioneta, vestido con una campera de cuero y sombrero de ala ancha; empuñaba un fusil de asalto AK-47 y una pistola que le hacía juego con la ropa. Los festejos duraron varios días.
Casi siete años después, el cerco policíaco-militar en torno a su persona se fue estrechando de manera inexorable. En la mañana del último sábado de febrero, fue finalmente capturado. Pero en Sinaloa, aún se escucha su corrido: “alegre y enamorado, siempre le ha gustado ser/ le cueste lo que le cueste, pues ejerce su poder.”