El chef José Andrés da de comer a miles de funcionarios de EE UU

El cocinero y empresario español organiza una red de solidaridad para los trabajadores afectados por la clausura del Gobierno impuesta por Trump.

“Esto ha sido muy duro. Tengo tres hijos pequeños y mi salario es el único que entra en casa. El alquiler, la luz, el teléfono. Al final tuve que buscar un trabajo de profesor sustituto en un colegio. Esto ha sido una lección: no puedo depender de un sueldo solo. Tengo que estar preparado. Somos peones en manos de un presidente imprevisible”. James Edwin, de 35 años, funcionario de Hacienda, lleva sin cobrar desde antes de Navidad. La insistencia de Donald Trump en pedir al Congreso miles de millones para su muro en la frontera con México, y la negativa de los demócratas a dárselos, ha dejado sin financiación a departamentos enteros del Gobierno, provocando el cierre parcial de la Administración más largo de la historia de Estados Unidos. Y ha colocado a cerca de 800.000 empleados públicos ante la angustia de dos nóminas seguidas sin cobrar (aquí son quincenales), debido a un pulso político que nada tiene que ver con lo que se despacha en ventanillas como la que ocupa Edwin.

El viernes por la tarde el presidente dio marcha atrás y accedió a permitir la financiación de los departamentos afectados mientras sigue negociando su muro. Se abre un plazo de seis semanas para alcanzar un acuerdo y, si no, otra vez cierre. Edwin volverá a cobrar la semana que viene. Pero ha aprendido, dice, que la seguridad no se la proporcionará su puesto de trabajo en la administración pública. Justo en la mitad de la avenida Pensilvania, entre la Casa Blanca y el Capitolio, señala a izquierda y derecha, mientras niega con la cabeza. “A mí lo que me da tranquilidad es esto”, explica, y levanta la bolsa de papel marrón que lleva en la mano, llena de bocadillos de cerdo asado con ensalada asiática de mango y cilantro, y sopas de quínoa con verduras asadas.

Esto es el cuartel general de Food For Feds (comida para los federales), la iniciativa que ha puesto en marcha el chef español José Andrés para dar de comer gratis a los funcionarios durante el cierre del Gobierno. Nada menos que 11.000 comidas cocinadas y servidas cada día por centenares de voluntarios. Una iniciativa que se ha expandido como la pólvora hasta formar una red solidaria sin precedentes en el mundo de la hostelería. En el momento en que Trump anunció la marcha atrás, se habían sumado tres centenares de restaurantes de 35 Estados, de Utah a Florida, de Michigan a California.

José Andrés no es nuevo en el mundo de la ayuda humanitaria. Su red de casi 40 restaurantes es una empresa que palidece ya al lado de la magnitud del proyecto solidario que lleva a cabo a través de su ONG World Central Kitchen. En apenas unos años ha desarrollado una nueva y eficaz vía en la respuesta a las catástrofes, que le ha convertido en un caso de estudio y le ha valido la nominación al premio Nobel de la Paz de 2019. Poco menos que abandonado a su suerte por el Gobierno de Trump tras el huracán María, que asoló la isla en 2017, José Andrés ha alimentado a Puerto Rico. Ha dado de comer en Haití, en Indonesia y también en California, tras los incendios de este otoño, y en una Florida golpeada por los huracanes.

“Pero nunca pensé que mi ONG tendría que atender una emergencia política en este país”, explica el chef. “Al principio decidí dar comida gratis a los empleados federales en mis restaurantes. Pero me di cuenta de que estábamos ante una emergencia real, así que monté todo esto”.

La iniciativa tiene también algo de simbólico. “Estamos a mitad de camino entre la Casa Blanca y el Capitolio. Enfrente de los archivos nacionales, donde se encuentran los documentos constituyentes de este país. Por eso, esto quiere ser también una llamada a la acción a los senadores, los congresistas y, sobre todo, al presidente. No podemos permitir que, atrapadas en esta pelea, las familias pasen hambre. Esto es una llamada al diálogo, a la unidad, a sentarse y compartir”, explica.

Que José Andrés no es amigo del presidente Trump –con quien se enfrentó incluso en una batalla judicial tras negarse a abrir un restaurante en uno de sus hoteles, en protesta por sus insultos a los mexicanos– no es un secreto. Pero no ha querido convertir esto en algo partidista. Invitó a los senadores y congresistas a trabajar de voluntarios dando de comer a los afectados. Algunos funcionarios se dieron el gusto de que un Kennedy (Joe III) les sirviera la comida. “Trump basó su campaña en apelar a su éxito como empresario, en su capacidad para alcanzar acuerdos. Yo solo le pido que sea ese gran negociador que dice ser. Y negociar implica ceder”, defiende el cocinero.

Como le gusta a José Andrés, que llegó a este país sin nada y hoy figura en la lista de las personas más influyentes de la revista Time, el proyecto ha ido creciendo, adaptándose y diversificándose cada uno de los 11 días desde que echó a andar. De este local, donde las colas de funcionarios han llegado a dar la vuelta a la esquina, se ha expandido al local de al lado. Allí los afectados pueden coger bolsas de alimentos, pañales y leche para bebés, o comida para mascotas. En otra gran sala han montado mesas donde representantes de diferentes empresas de suministros (gas, luz, telefonía) atienden a los afectados y tratan de elaborar con ellos un calendario de pagos. Aún permanecerán abiertos al menos hasta el próximo viernes, explica Andrés, para asegurarse de que los afectados tienen ya la nómina en su cuenta. “A partir de entonces, volveremos a estar ahí en cuanto se nos necesite, advierte.

“Ha sido toda una lección de humildad”, asegura Renita Johnson, funcionaria del Departamento de Estado, madre soltera, acompañada de la mayor de sus tres hijas, de 20 años. “Ahora estoy contenta porque por lo menos parece que podré pagar las facturas. Nunca he estado tanto tiempo sin cobrar, y lo peor ha sido no saber qué iba a pasar. Me he sentido como una rehén en manos de los políticos. Eres una pelota en su partido, y ellos siguen cobrando mientras juegan contigo”.

La experiencia ha pasado factura también en las ilusiones de los más jóvenes. “Me ha afectado a la moral, estoy desilusionada con el servicio público, al que decidí dedicar mi carrera”, explica una joven de 24, que pide que no se publique su nombre, becaria del Departamento de Agricultura. “Es preocupante saber que con un trabajo federal puedes estar expuesta a esta inestabilidad. Yo tengo esperanza en el mundo y mantengo mi compromiso con el servicio público. Pero esto ha sido un bache grande. Es frustrante, no deberíamos ser sus rehenes. Pero yo no quiero el muro. Y si para evitar que se levante tengo que cambiar mis planes de futuro, estoy dispuesta a ello”.