Las armerías venden un 40% más y el FBI certifica un aumento del 36% respecto al mismo periodo del 2019.
El efecto del coronavirus, bajo el hilo conductor del miedo, llena hospitales y armerías.
Como ilustración de la idiosincrasia estadounidense, donde conviven cosas tan contradictorias como el esfuerzo médico y la fiebre matadora por las pistolas, aquí va un retazo de conversación escuchada en Miami el pasado fin de semana.
El escenario es una vivienda en el entorno del barrio llamado Little Haiti. Ese nombre ya describe una zona pobre en la que hace décadas se establecieron los inmigrantes procedentes de la isla caribeña, uno de los lugares más miserables del mundo.
Aunque la gentrificación ha propiciado la llegada de blancos, el área continúa teniendo resonancia de peligro para las mentes conservadoras. Una mujer europea y empleada de una empresa local reside en ese entorno. En la charla expresa su consternación por lo que le ha comentado el jefe ante la posibilidad de que se tenga que confinar en casa. “Me ha dicho que sufre por mí, que tiene miedo que me quede en mi vivienda sin tener pistola”.
Asegura que a ella ni se le pasa por la cabeza comprarse un arma. Pero esta idea la han convertido en realidad muchos ciudadanos en Estados Unidos.
La venta de armas y de munición se ha disparado en muchos estados, en especial en los que han sido más golpeados por el patógeno, como California, Nueva York o Washington.
Pero el impacto por la ansiedad que provoca la pandemia también se observa en territorios menos afectados por ahora.
Cada vez que los amantes de la pólvora atisban un problema, como sucedió cuando Barack Obama ganó las elecciones, tanto en el 2008 como en el 2012, o se daba favorita a Hillary Clinton en el 2016, o tras una trágica matanza (Sandy Hook, Parkland), las armerías ven incrementado su negocio porque los clientes intuyen posibles prohibiciones que, por cierto, nunca llegan.
En este aumento de ventas se constata que muchos propietarios de armas se refuerzan precisamente por ese miedo a que el Gobierno, pese a que el presidente Donald Trump es amigo del lobby del rifle, utilice ese poder de emergencia para imponer restricciones en las compras.
En esta ocasión se ha detectado que muchos compradores son noveles, de los de la primera vez, por el temor de que se produzca un desmoronamiento del orden social. La gente parece tener poca confianza en la respuesta oficial a una situación de emergencia y teme que se colapse el teléfono 911 de asistencia.
Algunas armerías informan de una subida en las ventas del 40%. El fenómeno de las estanterías vacías en los supermercados –¿papel higiénico?– también se certifica en establecimientos de referencia del sector de las armas.
El FBI ha experimentado un gran aumento en las peticiones de antecedentes para avalar las compras. El registro de armas ha trepado un 36% desde finales de febrero en comparación con el mismo periodo del 2019. Esto significa unos 2,8 millones de dólares respecto al pasado año.
La comercializadora de munición, Ammo.com, señaló en un comunicado que han experimentado el mayor pico en relación a los últimos cinco años. En especial, la subida más pronunciada y continuada se produjo a partir del 23 de febrero, cuando el coronavirus empezó a manifestarse en EE.UU.
Cada vez hay más gente que pide restringir la venta de armas, pero a la que se atisba una crisis, las colas se forman ante las armerías. Otra contradicción del país que sufre la epidemia armada.