El analista internacional Santiago Pérez, radicado en Río de Janeiro, analiza el futuro político internacional dentro de una estructura que expone como “delicada”.
Caminamos hacia un nuevo orden mundial. Esta afirmación fue posiblemente una de las más repetidas y consideradas de los últimos años. Iniciado el siglo XXI, el proceso conocido como Posguerra Fría comenzó a extinguirse. Nacía así un nuevo ciclo en el cual la novedad excluyente sería el fin del unipolarismo. A partir de la disolución de la Unión Soviética en 1991, los Estados Unidos gozaron de una posición de poder virtualmente absoluto dentro del sistema internacional. Este escenario de hegemonía norteamericana comenzó, iniciada la presente centuria, a verse cuestionado. Como consecuencia de una alteración en los términos del intercambio, el crecimiento del precio internacional de las materias primas y la ralentización de las economías desarrolladas, distintos actores emergentes comenzaron a ganar protagonismo internacional. La tesis de los BRIC, difundida por Goldman Sachs en 2001, aportó estructura teórica al análisis de este incipiente nuevo equilibrio. Brasil, Rusia, India y China serían, en teoría, los países que liderarían el crecimiento mundial. Esta tendencia, sumada al estancamiento norteamericano, configurarían, de cara al futuro, un renovado orden mundial multipolar. El estallido de la crisis financiera internacional en el año 2008 pareció terminar de diagramar el nuevo mapa económico. Un mundo desarrollado en crisis (catalogada por algunos aventurados como terminal) y las naciones emergentes en vigoroso crecimiento, transformadas en la nueva locomotora de la economía mundial. Todas las variables se alineaban para dar inicio a una nueva etapa.
Pero las tendencias cambian, sobre todo cuando entra en juego la característica cíclica de la economía. A diferencia de lo sucedido desde 2008 a esta parte, las naciones desarrolladas parecieran haber logrado superar lo peor de la crisis y comienzan a dar signos de recuperación. Estados Unidos es un claro ejemplo de ello. Solo por citar un dato reciente, en el último trimestre de 2013 el PBI norteamericano se expandió un 3,4% (en proyección anual), número nada despreciable. La mejora en las condiciones domésticas ha llevado a la Reserva Federal a disminuir sus paquetes de estímulo y con ello a restringir la liquidez internacional. Este nuevo escenario ha hecho tambalear las monedas de los hasta ahora sólidos países emergentes. Desde Brasil, hasta Sudáfrica y Turquía. Todos han sufrido los efectos del cambio en la ecuación monetaria. La influencia norteamericana en las finanzas mundiales pareciera mantenerse intacta. ¿Vamos hacia un nuevo orden mundial? Saque usted sus conclusiones. Posiblemente el único competidor real a la supremacía económica estadounidense sea el gigante asiático. Desde las reformas iniciadas por Deng Xiaoping en 1978 que China crece a (valga la redundancia) tasas chinas. Se trata de un fenómeno de alguna forma exógeno al “superciclo” de los commodities, que alimentó el boom de las economías emergentes. Las proyecciones de crecimiento para 2014 de Brasil (2%), Rusia (1,5%), India (5%) y Sudáfrica (2,7) han disminuido a tasas equiparables a la de los Estados Unidos (2,8%). China, aún algo desacelerada, continúa expandiéndose bien por encima de la media mundial. Mientras el PBI global crecerá 3% en 2014, la economía china lo hará en un 7,5%. En otras palabras, Beijing continúa acercándose a Washington y de mantenerse las tendencias algún día podría superarlo.
De todas formas, el económico es solo un ángulo desde el que puede leerse la realidad global. Con el devenir del fin de la Posguerra Fría y la llegada de este incipiente balance de poder multilateral, los Estados Unidos no han visto alterado mayormente su capacidad de acción. De hecho el único freno real a las ambiciones de la Casa Blanca ha sido, paradójicamente, el Kremlin. Resulta que los dos únicos actores con un músculo militar (y político) lo suficientemente sólido como para generar algún tipo de contrapeso el uno al otro son, justamente, una derivación de los archienemigos de la extinta Guerra Fría. Rusia y Estados Unidos. Así quedó demostrado en la Guerra de Georgia de 2008 y en la sangrienta e interminable crisis siria. Moscú ha logrado marcar un límite a las ambiciones norteamericanas, consiguiendo mantener a los Marines fuera de su área de influencia directa, algo que no se alcanza precisamente pidiendo permiso. La pulseada ruso-norteamericana muestra que en lo que respecta a factores de poder militar, no mucho ha cambiado. La “lejana” China vuelve aquí a ubicarse como una pieza relevante en el tablero geopolítico. Su presupuesto de defensa crece sostenidamente, ubicándose ya en el segundo escaño del ranking mundial. Al mismo tiempo, las tensiones del país asiático con Estados Unidos en torno a las disputas de soberanía sobre el Mar de la China Meridional representan, posiblemente, el mayor foco de tensión internacional de cara al futuro. Se trata, nada más y nada menos, que de una pulseada entre las dos mayores potencias económicas de la tierra.
Ya sea por su capacidad económica, militar, demográfica, geográfica o por una suma de todas ellas, el único actor capaz de mover los simientos del equilibrio de poder planetario pareciera ser China. Lo interesante del caso es que esto no representa una gran novedad. Resulta que la potencialidad de esta milenaria nación era legible con amplia antelación la difusión de la tesis de los BRIC y diversos trabajos derivados.
Por último, es importante recordar que, a pesar del paso del tiempo, la arquitectura política internacional se muestra anacrónica e inalterable. El Statu quo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aun respeta la lógica derivada de los resultados de la Segunda Guerra. Situación que le permite (por ejemplo) a Francia, potencia en debatible decadencia, operar militarmente y a voluntad en sus antiguas colonias. Las recientes intervenciones en Mali y en la República Centroafricana así lo demuestran. ¿Una nación europea en crisis con mayores capacidades que una potencia emergente? Así es. Ni siquiera Alemania y Japón, superpotencias económicas, han logrado salirse del apretado cinturón militar impuesto por Los Aliados tras la caída del Eje hace ya casi siete décadas.
En virtud de todo lo aquí expuesto, vale la pena preguntarse si caminamos efectivamente hacia un nuevo orden mundial. Es posible que el título mismo de este artículo esté equivocado. Pero justamente de eso se trata. De invitar a reflexionar sobre el incierto futuro de la compleja realidad global.