Los drones armados pueden dejar obsoleta a una de las armas más reconocibles desde Vietnam.

Era cuestión de tiempo. Las pocas imágenes disponibles no son demasiado elocuentes, pero sí se conoce el resultado final. Un imponente helicóptero Black Hawk de las fuerzas policiales colombianas fue atacado durante una operación antidroga; el aparato, valorado en unos 20 millones de euros, quedó inservible, y murieron doce personas. Pero lo que ha puesto nerviosos a muchos es que todo fue provocado por un dron de unos cientos de euros.
En la guerra asimétrica, el lowcostismo de recursos, soluciones y escalabilidad ha conducido a que sistemas de guerra, inherentemente costosos, sean derrotados poco menos que por juguetes adquiridos a través de AliExpress. La realidad no es exactamente esta, pero resulta en extremo cercana. Si en Ucrania se puede ver a diario cómo los que eran invulnerables tanques saltan por los aires atacados por aparatos de quinientos euros, queda patente que el siguiente blanco son los helicópteros.
Y si las tácticas de guerra de drones contra helicópteros nacieron en Ucrania, se han expandido como un virus hasta desembocar en el agitado escenario de Colombia. El pasado jueves día 15, un helicóptero UH-60 Black Hawk de la Policía Nacional de Colombia (PNC) demostró la creciente vulnerabilidad de las aeronaves de ala rotatoria ante este tipo de ataques. Según los primeros informes oficiales, el helicóptero del PNC fue alcanzado por un dron mientras prestaba apoyo a los agentes en tierra dedicados a la erradicación de cultivos de coca.
De acuerdo con declaraciones del gobernador de Antioquia, Andrés Julián Rendón, en la zona operan disidencias de las FARC y el conocido grupo de narcotraficantes llamado Clan del Golfo. En las imágenes de vídeo existentes y que han emergido en redes sociales, no queda claro el procedimiento ni la operativa utilizada. (Actualización: Informaciones más recientes, recogidas tras la edición de este artículo, apuntan a explosivos bajo tierra en la zona de aterrizaje; cambia el método, pero no el problema que se plantea)
El presidente del país, Gustavo Petro, atribuyó el ataque al helicóptero, junto con la detonación de un coche bomba en una base militar colombiana, a facciones disidentes de la ahora extinta guerrilla de las FARC. Es una muestra del rechazo al acuerdo de paz de 2016, el cual buscaba poner fin a un prolongado conflicto interno que ha dejado más de 450.000 muertos en el país.
El problema generalizado es que el derribo ocurre en un momento en que los ejércitos se están replanteando la utilidad de este tipo de aeronave debido a las múltiples amenazas, incluidos los drones, un peligro del que se viene advirtiendo desde hace tiempo. El incidente colombiano no hace más que certificar la opinión de al menos dos gobiernos de cierto calado: Corea del Sur y Polonia.
Ambos han suspendido, o al menos retrasado y puesto en revisión, la compra de helicópteros en fechas recientes. Ante las lecciones ucranianas —y ahora colombianas—, es bastante probable que otras naciones que tengan programas en desarrollo con adquisiciones previstas de este tipo de aparatos pongan en pausa estas compras.
Los asiáticos tenían un acuerdo con Boeing para quedarse con 36 helicópteros de ataque AH-64E Apache Guardian, pero el pedido, valorado en 3.250 millones de euros, se canceló de manera abrupta antes de recibir aparato alguno. Yu Yong-weon, miembro de la Asamblea Nacional de Corea del Sur, dijo al diario The Korea Times que la vulnerabilidad de los helicópteros frente a defensas aéreas de última generación, municiones merodeadoras y drones, mostradas en Ucrania, fue lo que motivó la decisión de abandonar esta línea.
Los otros que han movido ficha en este sentido han sido el gobierno de Polonia. Este país miembro de la OTAN pospuso la compra de 32 helicópteros S‑70i Black Hawk y alegó razones similares: la enorme vulnerabilidad de las plataformas tripuladas y la necesidad de priorizar drones, tanques y mejoras en comunicaciones.
Bajadas en bolsa
A cambio, los fabricantes de este tipo de aeronave —principalmente Sikorsky Aircraft, filial de Lockheed Martin, Boeing y Airbus Helicopters— se echan las manos a la cabeza ante la tesitura. Los costes de desarrollo de cada uno de estos aparatos tan especializados son una locura, y se amortizan en la medida en que el volumen de ventas se eleva y se diluyen los gastos iniciales. Si estas ventas escasean, el precio por unidad se dispara, y si no se llega a unas cifras previstas, puede suponer un fuerte descalabro en las cuentas del fabricante.
La proliferación de drones de bajo coste está aumentando de manera exponencial las amenazas crecientes para este tipo de aeronaves, en especial en el entorno de las áreas de aterrizaje en zonas disputadas. Los helicópteros deben enfrentarse ahora a drones FPV, armas merodeadoras y drones interceptores. Los primeros se pueden colar por sus portezuelas y estallar en el interior de las cabinas; los segundos son misiles que vuelan hasta dar con ellos; y los terceros bien podrían —como mínimo— dejarlos en tierra al golpear sus palas y provocar una fuerte avería por impacto cinético.
Cambio de reglas
Hasta el día de hoy, las contramedidas para repeler este tipo de amenazas no han alcanzado un ritmo de evolución que los haga mostrarse como eficaces. Un equipo pequeño que use un arma guiada contra un helicóptero antes requería disponer de sistemas portátiles de defensa aérea (MANPADS), también conocidos como misiles buscadores de calor disparados desde el hombro, o armas antitanque. Ambas son caras, difíciles de conseguir y requieren soporte especializado.
Un dron FPV, en cambio, puede obtenerse con facilidad y por una fracción del coste, y puede volar hacia un helicóptero para derribarlo con una agilidad y precisión extremas. Los drones también pueden reutilizarse si no encuentran un objetivo, lo que significa que pueden patrullar de manera activa en busca de helicópteros entrantes, si fuera necesario.
El lanzamiento de los drones no puede ser detectado por los sistemas de advertencia de aproximación de misiles a bordo porque son muy pequeños, y muchas veces construidos en plástico, un material indetectable para los radares al uso. Los sistemas de guerra electrónica son quizá la mejor defensa posible contra estas amenazas, pero ha habido un avance lento en la adaptación de dichos sistemas en helicópteros.
Por otro lado, está la realidad de que los drones controlados por cable de fibra óptica no emiten señales de radiofrecuencia y no pueden ser bloqueados. Todo esto crea una realidad operativa cada vez más compleja e impredecible para los helicópteros militares, incluso en entornos de baja amenaza. Las tácticas desarrolladas están condenando a los helicópteros tradicionales más avanzados a un uso más limitado, como son los roles de apoyo.
Esto va a ir a más
Drones y sistemas inteligentes están redefiniendo el campo de batalla moderno, y no para dominar, sino, al menos, para no ser dominados, disponen de otro lenguaje. El Black Hawk derribado en Colombia, al igual que el Mi-17 Hip que rebeldes de Myanmar tiraron con un dron FPV cuando intentaba aterrizar con suministros, son una muestra de lo que está por venir.
Fáciles de acceder y emplear, los drones armados representan una amenaza que puede dejar obsoleta a una de las armas más fascinantes de todas desde la guerra de Vietnam. Al paso al que vamos, es muy posible que jamás volvamos a ver escenas como las de la película Apocalypse Now. Al menos, con tripulantes a bordo.