En el rincón más romántico de América, la política pone en peligro la estabilidad de las parejas.
“¿Quiere hacer que discuta con mi marido aquí mismo? Celebramos 40 años de casados: no es el caso”, afirma Jill B., 62 años, de Southfield, Michigan, quien baja la voz mientras le guiña un ojo a su marido, quien fotografía sin descanso la cascada que divide Estados Unidos de Canadá. Todavía lleva puesto el impermeable amarillo de plástico de aquellos temerarios que, tique en mano, se amontonan en la Cueva de los Vientos para ver la cascada desde abajo.
“Él votará a Trump, es exmilitar, dice que es el único capaz de poner orden en el país. Yo tengo muchas dudas. Es cada vez una discusión. Evito hablar sobre el tema: a veces pienso que tiene razón”, asegura Jill.
A siete semanas de las elecciones y con el margen de ventaja de Hillary que se va reduciendo, al menos según la última encuesta del New York Times y la CBS News (46 % a 44 %), precisamente las personas como Jill son las decisivas. Entre el electorado blanco, los hombres dispuestos a votar a Hillary son el 39 % mientras que el 50 % prefiere a Trump. En el caso de las mujeres, es al revés: el 52 % votaría a Hillary y el 39 % a Trump.
Así, entre las parejas a la caza de una selfie en el lugar más romántico de América —muchos por encima de los 60, que vienen aquí a celebrar aniversarios lejanos—, de política se habla poco. Y al oír mencionar a Trump o a Hillary desparece cualquier complicidad. “Permítame que me quede callado” dice Dan, un tipo enorme de 58 años, exsoldador de Pensilvania, en una mesa del histórico Red Coach Inn: “Si no esta noche, en lugar de cena a la luz de la velas, me peleo a patadas con mi mujer”.