El caso emblemático de las coimas en el Senado fue clave para que algunas figuras se enaltecieran a nivel nacional, aunque también terminó con otros sectores.
“Para los senadores, tengo la Banelco”. Brutal y marketinera, la frase de Hugo Moyano fue el arabesco que faltaba, un detalle de verosimilitud. Seco, Moyano la pronunció el verano de 2000. La puso en boca de Alberto Flamarique, ministro de Trabajo aliancista, y se convirtió en un abracadabra para acceder al olimpo sindical. La ley de flexibilización laboral impulsada por Fernando de la Rúa se conoció, desde entonces, como la “ley Banelco”.
Moyano, el jefe del MTA, riguroso crítico de Carlos Menem, irrumpió como el jerarca gremial de la transición ante una CGT comandada por los “gordos” y los “jóvenes brillantes”, fervientemente menemista y paralizada.
La frase de la Banelco instaló a Moyano en una tarima inusual: un sindicalista peronista denuncia un supuesto pacto entre un presidente radical y un puñado de senadores del PJ. La rara avis de un gremialista que, en vez de ser denunciado por corrupción (había tenido una causa por drogas y los años le sacarían a Moyano ese invicto al acumular varias causas), vocea una denuncia que ayer se topó con un fallo judicial que no solo exculpó a los imputados sino que, además, ordenó investigar el rol de los protagonistas políticos detrás del impulso de la causa.
Moyano fue y es lo que fue. En gran medida, por su militancia contra la “ley Banelco”. Le aportó mística entre la dirigencia de base e intermedia porque encabezó la cruzada contra la ley. Aquella rebeldía tuvo otro efecto: lo acercó a Cristina de Kirchner, por entonces diputada santacruceña, quien lo recibió en el Congreso y respaldó su rechazo. Unos años después, en 2003, con Néstor Kirchner como presidente, su mujer (por entonces senadora por Santa Cruz) presentó un proyecto para derogar la “ley Banelco”. Fue el primer texto que el naciente kirchnerismo envió al Congreso y fue votado por unanimidad.
Moyano, según relató varias veces, conoció primero a Cristina que a Néstor. A su vez, la Primera Dama luego se enfrentó al bloque de senadores del PJ que, presidido por Augusto Alasino, la expulsó de la bancada. Así y todo, en 2003 Moyano prefirió apostar a la candidatura de Adolfo Rodríguez Saá en vez de a Kirchner, a quien veía “copado” por Eduardo Duhalde.
Hubo otro jugador: Antonio Cafiero. El ex gobernador bonaerense, que por su salud no pudo comparecer ante el tribunal pero testificó por escrito, fue el otro soporte oral que le dio sustento político a la denuncia de sobornos. Asomó, en paralelo, el vicepresidente Carlos Chacho Álvarez, que renunció en octubre de 2000 antes de cumplir un año de gobierno.
La investigación periodística y judicial que posicionó a Moyano (que cuatro años después, de la mano de Kirchner, llegó a secretario general de la CGT) perforó la presidencia de De la Rúa y fulminó a una subgeneración de peronistas en la que el entrerriano Alasino era el emblema, pero que incluía también a Alberto Tell, Emilio Cantarero y Remo Constanzo. Solo Ricardo Branda tuvo, después del escándalo de los sobornos, una butaca política con peso específico como director del Banco Central.