El fantasma de la violencia xenófoba recorre Alemania

La llegada de refugiados y el aumento de los ataques de corte racista encienden las alarmas.

Mujer-le-da-de-beber-a-un-niño-en-BerlinDos cifras han hecho saltar estas últimas semanas las alarmas en Alemania: el país recibió más 179.000 peticiones de asilo por parte de refugiados durante los primeros seis meses de 2015. El número de peticionarios de asilo superó levemente las 202.000 peticiones durante todo el pasado año. Paralelamente, en 2014 y en lo que va de 2015 se han registrado 348 ataques xenófobos a refugiados. Solo este año, la cifra oficial de agresiones protagonizadas por grupos de extrema derecha ya asciende a 173, y está a punto de superar la cifra total de agresiones documentadas a lo largo de 2014 (175).
Esta misma semana, un coche de un político local de La Izquierda que trabaja en la acogida de refugiados sufrió un atentado en los suburbios de la ciudad de Dresde. La capital del Estado de Sajonia se ha convertido a lo largo de este año en el centro de peregrinación de los participantes en las marchas de Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), un movimiento de claro corte nacionalista y islamófobo en el participan tanto militantes de la extrema derecha alemana y neonazis como ciudadanos descontentos con la situación del país y contrarios a la llegada de más inmigrantes.
Con esas estadísticas e informaciones sobre la mesa, los medios ya han comenzado a establecer comparaciones entre la actual situación y la vivida a principio de la década de los 90: recién caído el Muro de Berlín y con la reunificación del país todavía fresca (y acompañada por el cierre de fábricas y despidos masivos de trabajadores en el Este de Alemania tras la equiparación monetaria), los antiguos territorios de la República Democrática Alemana vivieron una oleada de ataques a extranjeros y refugiados que en algunas ciudades desembocaron en auténticos pogromos.

Rostock-Lichtenhagen

Fue el caso de Rostock-Lichtenhagen: en la ciudad del noreste de Alemania, un turba de militantes ultraderechistas y neonazis, mezclados con ciudadanos que miraban y aplaudían, provocaron disturbios de corte xenófobo durante un largo fin de semana de finales de agosto de 1992. La turba acabó atacando con piedras y cócteles molotov un edificio en el que vivían trabajadores extranjeros vietnamitas invitados por el Gobierno de la ya desaparecida RDA. Milagrosamente, nadie murió, pero la historia reciente de Alemania quedó irremediablemente manchada. Una mancha imposible de borrar y narrada ahora por la película «Wir sind jung, wir sind stark» («Somos fuertes, somos jóvenes»), estrenada a principios de este año.
«Nos se puede decir que nos encontramos ante una situación de violencia similar a la vivida a principios de los 90, pero lo que sí que vemos es la consolidación de una opinión pública abiertamente racista en partes de la sociedad. A ello contribuyen declaraciones como las de Horst Seehofer, en las que diferencia entre ‘refugiados buenos’ y ‘refugiados malos’», asegura Joschka Fröschner, trabajador social de una oficina de ayuda a víctimas de la violencia racista del Estado germanooriental de Brandeburgo.
Fröschner hace referencia a las reiterativas declaraciones del líder de los socialcristianos bávaros de la CSU. Seehofer ha repetido durante los últimos meses que los refugiados e inmigrantes procedentes de los Balcanes (muchos de ellos, gitanos) están abusando del derecho a pedir asilo de Alemania. El líder socialcristiano incluso ha llegado a plantear el establecimiento de campos de refugiados para poder expulsarlos del país con mayor rapidez.

Autoridades desbordadas

Los centros de acogida de Berlín y las autoridades que se encargan de procesar las peticiones de asilo hace tiempo que están desbordados. Así lo advierte Nora Brezger, del Consejo de Refugiados de Berlín, que apunta que el personal y los recursos son insuficientes teniendo en cuenta el enorme flujo de extranjeros que no cesará en los próximos meses.
Previsiblemente, Alemania recibirá a lo largo de este año más de 400.000 peticiones de asilo. Esa cifra incluso podría superar el récord de 438.000 registrado a principio de los 90 debido a la llegada masiva de ciudadanos de la antigua Yugoslavia que huían de la guerra de los Balcanes. La inacción de la política y una deficiente infraestructura de acogida, sumadas al racismo latente en parte de la sociedad, desembocaron entonces en unas imágenes de violencia xenófoba que despertaron los peores fantasmas