El G6 de la salud: “Tenemos una responsabilidad muy grande sobre las espaldas, pero si seguimos así no vamos a poder”

Seis directores médicos de hospitales de alta complejidad del país hablaron con LA NACION sobre la crisis sin precedente que atraviesa el sistema de salud.

Seis directores de hospitales de alta complejidad, referentes en el país, afirman que las dificultades de financiamiento que están atravesando en esta crisis sanitaria sin precedente los están empujando a concentrar los esfuerzos de atención en las urgencias y las enfermedades graves que no pueden esperar. Y anticipan, durante una entrevista con LA NACIÓN, que los procedimientos programados podrían cancelarse “de acá en adelante” para posponerlos como está ocurriendo con las consultas.

Son Marcelo Marchetti, director médico del Hospital Italiano; Claudio Pensa, director médico de Fleni; Norberto Mezzadri, director médico del Hospital Alemán; Mariana Sciarretta, directora del área Comercial y Relaciones institucionales del Hospital Británico; Fernando Iudica, director médico del Hospital Universitario Austral, y Sebastián Defranchi, director ejecutivo de la Fundación Favaloro. Forman lo que se conoce en el sector como “el G6″.

Sus centros también destinan recursos a la investigación y la formación profesional. Emplean, juntos, a más de 20.000 personas, incluidos 6500 médicos y 4300 enfermeros, con 1600 residentes. Por año, atienden más de seis millones de consultas, hacen más de 105.000 cirugías, superan los mil trasplantes y cubren unas 125.000 internaciones con sus 1800 camas.

“Hasta ahora, los hospitales nunca levantamos la mano en queja. Siempre tratamos de manejar la tormenta y ver cómo ser eficientes de la mejor manera, usar lo que ingresa de la mejor forma y distribuirlo equitativamente. Pero lo que queremos decir hoy es que hasta acá podemos llegar –dice Iudica–. Tenemos una responsabilidad muy grande sobre las espaldas porque queremos seguir atendiendo un infarto en tiempo y forma, operar a un paciente con un tumor cerebral o asistir a un paciente con una fractura compleja. Pero si seguimos así, no vamos a poder”.

Se refiere a una ecuación con ingresos muy por debajo de sus costos, de acuerdo con los cálculos que exhiben, y cobros a dos meses con inflación, además de los problemas para conseguir insumos y la dificultad para contratar nuevos profesionales debido a los bajos salarios. “Esta situación, prolongada en el tiempo, hará que lentamente o abruptamente las instituciones no funcionen”, dice Mezzadri.

El grupo de directores nació hace cinco años cuando surgió la inquietud de conversar sobre los problemas que estaban enfrentando en un sistema que iba deteriorándose. Hubo coincidencias e invitaron al resto de los hospitales que terminaron por formar lo que los directores denominan el Grupo de los Seis o, simplemente, “el G6″. En un segundo encuentro en el Austral delinearon un primer “orden del día”, una serie de puntos compartidos sobre los que había que empezar a trabajar, como reclamar un alivio fiscal o créditos especiales para poder renovar el equipamiento.

“Durante muchos años caminamos por la sombra hasta que dejamos de hacerlo porque empezamos a entender que [autoridades y financiadores] no nos llaman a la mesa porque temen el liderazgo institucional que tenemos”, repasan, ahora, frente a LA NACIÓN, en la primera entrevista que aceptan dar juntos.

Transcurre en la sede del microcentro porteño de uno de los hospitales. “Hemos tomado la decisión de ser protagonistas y de que nos escuchen porque somos actores importantes del sistema. Lo hacemos por nuestras instituciones y, desde nuestro lugar, por todo el sistema de salud”, sostiene uno, en nombre del grupo.

–Si mañana los convocan los equipos de las agrupaciones políticas presidenciables para conocer la situación en la que están trabajando, ¿aceptarían la invitación?

–¡Claro que sí! Vamos. La salud está en una situación crítica.

En sus diferencias, comparten problemas como prestadores en un sistema que está quebrado, algo que ninguno niega. Opinan que “sería muy dañino” esperar hasta que asuma en diciembre próximo el nuevo Gobierno electo para alertar sobre la gravedad de la situación en la que están trabajando. “La salud no puede esperar más”, define Sciarretta.

Insisten en que son, como dice Defranchi, el último eslabón de la cadena de la atención. “Cuando las dificultades nos tocan a nosotros –señala el director de Favaloro–, directamente se trasladan al paciente. Mi preocupación, en este contexto, es el prestador que sufre aumentos que no le llegan, con una suba de los costos muy por encima de la inflación por el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Y no siempre la opinión pública conoce que no es lo mismo la obra social, la prepaga o el Estado que los prestadores, que somos los que brindamos atención. Todos somos parte de un mismo sistema, pero somos partes diferentes”.

Marchetti, que toma la palabra avanza sobre esos problemas compartidos. “El deterioro viene desde hace tiempo y nos hacemos cargo de no haber levantado antes la mano”, afirma.

Como viene publicando LA NACIÓN, la crisis en la que está inmerso el sistema sanitario argentino se profundizó como nunca antes tras la pandemia de Covid-19.

“Tenemos un fuerte desfinanciamiento por lo que ocurre en la [economía de la] Argentina sumado a que la población quiere recibir los mismos servicios que en los países desarrollados por la fantasía de que el servicio de salud es un derecho y es gratuito –apunta Marchetti–. La noticia es que el sistema entero está desfinanciado”.

Lo atribuye a que no se asignan recursos en el subsistema público, a que los salarios no suben como los costos y la inflación en el caso de las obras sociales y a que “la gente no está dispuesta a pagar más y se congelaron las cuotas en un contexto inflacionario” en el sector privado.

“Si no hay financiamiento, cae la calidad”, define Sciarretta. Según explica, están cobrando a meses y menos del 50% de los precios que abonaron en el momento de comprar insumos, con honorarios y paritarias que suben, pero siguen retrasados. “Es inviable. Estamos en una tormenta perfecta”, agrega la cardióloga.

Recuerda que 2500 instituciones cerraron durante la pandemia. “Esto demuestra lo grave y progresivo que va siendo la crisis del sistema de salud”, insiste Sciarretta.

Con faltantes
La principal preocupación entre los directores es la devaluación que se trasladó de inmediato a los costos. Dos tercios de sus insumos están atados al dólar y eso incluye hasta elementos descartables. “Para la atención de lo masivo, el stock no está amenazado –continúa el director del Italiano–. Pero sí sufrimos la devaluación y que a diario [los proveedores] nos digan que no nos pueden vender más al dólar oficial.” Eso se traduce en una diferencia del 50% en los costos.

Están teniendo “faltantes puntuales” en insumos de laboratorio, catéteres o stents y el ejemplo que surge de inmediato es el del ambo que necesita el equipo de cirugía para operar. La tela es importada, pero si se busca la opción nacional, el valor del producto es un 40% más costoso. En más de 105.000 cirugías por año que hacen esos seis hospitales, con unos 10 profesionales y técnicos por intervención y, con el uso de más de un ambo si la operación es prolongada, los directores coinciden en que no hay forma de prever semejante stock.

“El desfase entre los aranceles que nos pagan por las prestaciones y los costos es de un 400% promedio desde 2019, que fue el último año de normalidad que tuvimos, hasta este mes”, detalla Mezzadri.

En el Hospital Alemán, estiman que esa diferencia en el caso de los insumos llega al 1000% y, en los aranceles hospitalarios, al 600% en el mismo período. “Los guantes, un insumo híper básico para trabajar, aumentaron un 1600% por fuera ya de los costos promedio y, así, muchos productos más”, detalla el director de esa institución.

“No queremos generar pánico –insiste Iudica–, pero si las condiciones están dadas como están con los importadores, que son nuestros proveedores, los insumos importados, que son los que más usamos para resolver la alta complejidad, en breve van a empezar a faltar. No tenemos la capacidad económica para hacernos de un gran stock porque son insumos que siguen circuitos especiales de comercialización”.

Desde la pandemia hacia acá, según coinciden en el G6, el precio al que sus hospitales les brindan servicios a los pacientes y los financiadores (obras sociales, prepagas, PAMI, ART), quedó “muy por debajo” de sus costos totales, por lo que debieron tomar medidas para compensarlo dada la falta de respuesta política. Tener un plan de salud propio, como los tres hospitales de comunidad del G6, aporta el 50% o menos de la facturación mensual, mientras que para los otros tres, sin ese ingreso asegurado, los pagos de los financiadores a más de 60 o 90 días con alta inflación “es crítico”, según coinciden.

Para adaptarse, reconocen que contrajeron costos y aprendieron “una gimnasia de eficiencia máxima” para intentar no resignar calidad. “No hacemos medicina como podemos, sino de acuerdo con los estándares internacionales y la mejor evidencia científica disponible. Esto tiene costos altísimos”, explica el titular de Fleni.

El parque tecnológico (equipos para diagnóstico y tratamiento) de esa institución es de unos US$30 millones; el 35% cumple su vida útil en tres o cuatro años y hay que programar su reemplazo. “Es imposible con la situación el país, sin créditos blandos ni subsidios a los servicios generales (agua, luz o teléfono) y con un alivio fiscal momentáneo”, plantea Pensa.

Demoras
A una queja frecuente por turnos que se están dando a meses, responden que es un problema común por la crisis de profesionales, de la que viene dando cuenta LA NACIÓN. En el Italiano, esa demora en los servicios de dermatología, oftalmología, endocrinología y nutrición, por ejemplo, es de más de 90 días. “En nuestro caso –dice Marchetti–, el problema es encontrar profesionales para atender.”

Los directores empiezan a enumerar también a los médicos con burnout que hay que sacar de las guardias, aumento de hasta un 40% en los últimos meses de la activación de protocolos por violencia de parte de los pacientes, especialidades de seguimiento que se resienten con la pérdida de médicos de cabecera y desinterés en la residencia con pérdida de la vocación en los más jóvenes.

“Profesionales que no son tan jóvenes, con toda una carrera hecha se van porque no les resulta atractivo seguir trabajando en un hospital argentino”, menciona Defranchi.

“En los últimos meses, desde la pandemia hacia acá, un médico argentino tramitó por semana la documentación para irse a trabajar a otro país y el 80% se fue”, agrega el director del Italiano.

Con los problemas del salario y los honorarios, está también el crecimiento de la demanda de atención ambulatoria. En Fleni, por ejemplo, ese aumento es de entre el 8 y 12% anual debido, por un lado, a una búsqueda de mejor calidad en el diagnóstico y el tratamiento por tratarse de centros de alta complejidad y, por el otro, a que “la accesibilidad está siendo muy fácil” en relación con la manera en que la población demanda los servicios. En el Italiano, hay un 30% de pacientes que ocupan un turno y faltan a la consulta, lo que también ayuda a saturar el sistema, según coinciden los directores.

El 70% de las 430 agendas de turnos en Fleni tienen una espera mayor a dos meses y atienden 19.000 consultas mensuales: el 40% son de primera vez. “Pero esto no está pasando solo por la demanda, sino también porque no estamos encontrando todos los recursos que deberíamos para poner en la primera línea porque no encontramos personal capacitado y tampoco quieren trabajar hoy con una consulta promedio de entre $2800 y 3000″, dice Pensa. En los centros, están trabajando con sistemas para organizar la necesidad de primeras veces y la teleconsulta.