El país escandinavo tiene hidrocarburos de sobra, pero la percepción de que todo se acaba se suma a las crecientes voces que creen que la nación debe apostar por las energías renovables.
Noruega es un país con conciencia ecológica: es líder mundial en la utilización del coche eléctrico y su apuesta por las renovables es clara. Pero también es uno de los mayores productores de petróleo y gas natural, con unos dos millones de barriles diarios. Es la doble moral con la que vive esta nación desde que descubrió ingentes cantidades de hidrocarburos en el Mar del Norte allá por los años 70. Pero los tiempos están cambiando y cada vez son más los ciudadanos que se sienten incómodos ante esta situación.
A los argumentos medioambientales se suman ahora los económicos, en un país que ve con preocupación su fuerte dependencia de la industria petrolera. Ésta representa el 12% del PIB y el 40% de los ingresos en exportaciones, según datos de 2016. Sin embargo, los recursos naturales no son eternos y todo el mundo sabe que, tarde o temprano, llegará un día en que el oro negro se acabará.
La producción alcanzó su pico en 2001, con unos 3,4 millones de barriles diarios. Desde entonces, la cifra no ha dejado de decrecer. Según algunas estimaciones, todavía habría petróleo para unos 50 años más, y gas, para unos 100. Son muchos. Y las ganancias serían altas. Sin embargo, se multiplican las voces que piden un cambio de rumbo, una estrategia clara y planificada con la que preparar la transición hacia una nueva era económica.
El tema fue uno de los más debatidos durante la campaña previa a las elecciones generales del pasado 11 de septiembre. Y también ha sido uno de los primeros que el reelegido Gobierno conservador ha abordado. Hace unos días, el propio ministro de Medio Ambiente, Vidar Helgesen, anunció la creación de una comisión de expertos para estudiar el grado de competitividad del país en tecnologías verdes y el impacto que los cambios en el consumo energético tendrán en la industria petrolera nacional. “La transición hacia las renovables está yendo más rápido de lo que se pensaba” y, “dadas las revoluciones en el transporte y la energía, las fuentes de energía fósil van a tener cada vez menos valor”, admitía el ministro en declaraciones a la agencia Reuters.
Los expertos llevan años advirtiendo sobre la falta de diversificación de la economía. Sin embargo, fue la caída de los precios del petróleo de hace un par de años lo que más alarma generó. El país, que, algunos años antes, apenas había notado la gran crisis financiera internacional tras la quiebra de Lehman Brothers, tuvo ahora que echar mano de su gigantesco fondo del petróleo para evitar la recesión. Se perdieron unos 50.000 puestos de trabajo y las petroleras paralizaron gran parte de su inversión.
Búsqueda de alternativas
De pronto, los ciudadanos de una de las naciones más prósperas de la tierra, eran conscientes de que su bienestar no es para siempre, de que había llegado la hora de espabilar. Desde entonces, el asunto sale con asiduidad en tertulias y debates y también han surgido varias iniciativas para promover la innovación y la creación de empresas de alto valor añadido.
Una de ellas es Digital Norway, lanzada hace escasas semanas por las 15 mayores compañías del país con el apoyo del Gobierno. Su objetivo es acelerar la transformación digital de las empresas para lograr que sean más competitivas. “Nos damos cuenta de que Noruega no podrá vivir de los hidrocarburos para siempre. Por esto, creemos que, por un lado, hay que conseguir una industria del gas y del petróleo más eficiente y, por el otro, crear nuevas oportunidades en otras industrias”, señala en declaraciones a El Confidencial el consejero delegado del proyecto, Tor Olav Morseth.
Por su parte, la petrolera estatal Statoil ha empezado a aventurarse en el terreno de las renovables, con inversiones en energía eólica y, más recientemente, en la solar. Sin embargo, todo esto “todavía es poco”, asegura Knut Anton Mork, profesor de economía de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. En su opinión, para ganar en competitividad, especialmente en el área tecnológica, Noruega tiene antes que superar algunos obstáculos. Uno de ellos es el elevado coste laboral, que está un 15% por encima incluso de la vecina Suecia, que ya de por sí es un país con un alto nivel salarial.
En cualquier caso, Mork considera que, a pesar del debate generado, los planes para cambiar la situación todavía no son suficientemente ambiciosos y, de momento, todo sigue “como antes”. De hecho, denuncia que, una vez superado el bache de 2014, “las compañías del gas y del petróleo creen que los días felices vuelven a estar aquí, que la actividad inversora está a punto de remontar y los precios seguirán subiendo”. Es más, “defienden que, con el recorte de costes, varios campos son ahora rentables a precios más bajos”, advierte.
Mork también duda del Gobierno, del que dice que está más interesado en “conservar los trabajos” de la industria petrolera que en abrir nuevas vías de desarrollo en otros ámbitos. En la pasada legislatura, sin ir más lejos, concedió 10 licencias de exploración en el Bar de Barents, en pleno Círculo Polar, razón por la que las organizaciones ecologistas han llevado el caso a juicio.
Peligrosas perforaciones en el Ártico
Son trece las compañías internacionales con permiso para explotar unos 40 pozos en uno de los ecosistemas más frágiles del planeta. Una muestra más de la hipocresía de las autoridades, que con una mano firmaban los Acuerdo de París y con la otra abrían la puerta a nuevas y peligrosas perforaciones en el Ártico.
A falta de nuevos descubrimientos en el Mar del Norte, la industria mira ahora hacia nuevas áreas. El Mar de Barents, situado en el extremo más septentrional, es una de ellas, así como el Mar de Noruega, que abarca todo el noroeste. Los descubrimientos efectuados en éste último también son objeto de un acalorado debate. En concreto, la industria mira con interés las islas Lofoten, una región de alto valor ecológico que esconde grandes reservas de hidrocarburos frente a sus costas.
Rica en bacalao ártico y arrecifes de coral, la zona vive del turismo y de la pesca y, hasta ahora, había permanecido al margen de las explotaciones gracias a una moratoria. Sin embargo, tanto el Gobierno como la principal fuerza de la oposición, el Partido Laborista, se muestran favorables a permitir un estudio de impacto medioambiental, considerado el primer paso a futuras prospecciones.
El asunto ha provocado una fuerte reacción no sólo por parte de las organizaciones ecologistas, sino también de los pescadores y hoteleros de la zona, que ven amenazado su principal medio de vida. También hay quien especula sobre un posible interés de las petroleras en armar jaleo mediático sobre esta zona para intentar alejar la atención del Mar de Barents, donde, al menos, las licitaciones ya están aprobadas.
Sea como sea, la oposición de los ciudadanos a este tipo de proyectos va en aumento. Una encuesta encargada este verano por el periódico Aftenposten posicionaba a un 43 por ciento de la población en contra frente a un 34 por ciento a favor.
Turismo, pesca e innovación
Los argumentos ecológicos se alían con los económicos, reforzando un estado de opinión cada vez más generalizado. Noruega no puede seguir enriqueciéndose a base de contaminar el mundo. El modelo económico tiene que cambiar, por el bien del planeta y el del propio país. Pero ¿cómo?
Uno de los sectores que más está creciendo es el del turismo. La moda por los destinos extremos y salvajes está atrayendo al país a visitantes de todo el mundo. Sin embargo, no todos ven esto con buenos ojos. Al Igual que Islandia, la concentración de visitantes en parajes naturales que hasta ahora habían permanecido casi vírgenes está provocando problemas de masificación e inconvenientes para la población local. Esto no quita que futuras mejoras en la planificación e infraestructuras turísticas hagan posible un modelo de negocio más sostenible.
El potencial pesquero del país también es conocido, con el salmón y el bacalao como especies estrella. Aunque la estrategia que gana más adeptos es la que pasa por promover la innovación, siguiendo el exitoso modelo de las vecinas Dinamarca, Suecia o Finlandia.
En este camino, Noruega parte con una gran ventaja: su famoso fondo soberano. Ideado para ahorrar los beneficios del petróleo para las futuras generaciones, su valoración alcanza ya el billón de dólares. Un importante colchón en el que apoyarse a la hora de sentar las bases del futuro.