El 86% del narcotráfico mundial pasa actualmente por la región centroamericana, arrojando unos beneficios ilícitos de unos 6.000 millones de euros anuales, según los investigadores.
La región centroamericana alberga algunas de las selvas más biodiversas del planeta. Son tan recónditas e inexploradas que todavía hoy son el escenario del descubrimiento de nuevas especies animales. Esas frondosas junglas tropicales están comenzando a desaparecer a un ritmo vertiginoso. Jaguares, pumas, monos araña y las comunidades indígenas de la zona comparten un enemigo común: la cocaína.
El tráfico del popular narcótico, y también de otras sustancias como la marihuana y la heroína, es el responsable de hasta el 30% de la deforestación anual en las selvas tropicales de Guatemala, Honduras y Nicaragua, según un estudio publicado recientemente en la revista científica ‘Environmental Research Letters’. Los narcotraficantes están transformando la jungla en terrenos aptos para la ganadería o la agricultura en su afán por lavar el dinero obtenido en sus actividades ilegales. Han hecho desaparecer millones de hectáreas de jungla, según los investigadores. En algunas zonas podrían ser responsables de hasta el 50% de la deforestación que se ha producido en los últimos años.
El fenómeno ha explotado en la última década debido a la ‘guerra contra las drogas’ que Washington promociona en países como Colombia y México. “La política de EEUU ha llevado a los traficantes a buscar lugares con un riesgo menor para transportar las drogas. Es más difícil atraparles en las regiones selváticas de América Central, y hasta allí se han desplazado”, comenta a El Confidencial David Wrathall, profesor de Ciencias Ambientales de la Universidad de Oregón y uno de los autores del estudio.
El 86% del narcotráfico mundial pasa actualmente por la región centroamericana, arrojando unos beneficios ilícitos de unos 6.000 millones de euros anuales, según los investigadores. Las consecuencias para el medio ambiente han sido catastróficas: “Los narcotraficantes necesitan lavar dinero, y comprar grandes cantidades de tierra es una magnífica forma hacerlo”, explica Wrathall.
De pistas de aterrizaje a explotaciones agrícolas
La deforestación de las selvas tropicales se inicia generalmente con la tala de árboles en bosques remotos con el objetivo de despejar caminos de tierra por donde transportar la droga. Continúa con la construcción de pistas de aterrizaje para que las avionetas cargadas de cocaína puedan repostar en sus viajes al norte. También se erigen muelles para operar los barcos -e incluso submarinos- que transportan los narcóticos.
A dichas operaciones les sigue la compra -o toma- de extensos terrenos que funcionan como una especie de ‘seguro de vida’ ante la posibilidad de que se acabe el negocio de la droga, o de una posible captura. Un buen número de los transportistas de cocaína de la zona son, de hecho, reclutados de las granjas locales, según los investigadores.
La palma africana es uno de los cultivos preferidos de los narcotraficantes. “En cualquier caso el valor de la tierra no radica para ellos principalmente en la agricultura, sino en su valor como bien especulativo”, comenta Kendra McSweeney, profesora de geografía en la Universidad de Ohio y cofirmante del estudio. Otras actividades que provocan la deforestación de la jungla y son utilizadas por el narco para lavar dinero comprenden la tala y la minería ilegal, e incluso empresas turísticas más o menos lucrativas.
La deforestación se cuadruplica en Honduras
Los científicos basaron su investigación en un estudio de la Universidad de Maryland sobre la evolución de los bosques mundiales entre 2001 y 2014. Detectaron una deforestación “anormal” en Centroamérica, que poco tenía que ver con los patrones comunes asociados a la colonización de las junglas de la zona en el pasado. Compararon esos datos con la información de la Oficina para el Control de Drogas de EEUU y establecieron los paralelismos.
En Honduras, por ejemplo, la deforestación se cuadruplicó entre 2007 y 2011, coincidiendo con el rápido crecimiento del tráfico de cocaína en el país. La deforestación media de la región era de unos 20 kilómetros cuadrados al año, pero el efecto del narco aumentó la cifra a unos 60 kilómetros cuadrados anuales, según la doctora McSweeney. La tala ilegal de árboles y los nuevos asentamientos agrícolas ajenos al tráfico de drogas siguen siendo las principales causas de deforestación en la región pero, para los investigadores, la influencia del narco es indudable.
La pérdida de jungla por la cocaína es, además, singular en Centroamérica. No se produce por la plantación de hoja de coca o marihuana, como en Colombia -que ha perdido más de un millón de hectáreas de selva por cultivos ilícitos- sino casi exclusivamente por su tráfico. Es también un efecto que no se siente en otro país de la región como Panamá, con un sistema fiscal opaco que facilita el lavado de dinero de la droga a través del sistema financiero.
Catástrofe en zonas protegidas
El fenómeno es mayor en las zonas protegidas, normalmente más remotas. Entre el 30% y el 60% de la narcodeforestación se da en reservas. “Extensas áreas selváticas están siendo cada vez más fragmentadas, cortando los lazos entre las distintas zonas y reduciendo la biodiversidad. Las especies que necesitan bosques más grandes para su subsistencia, como el jaguar o los primates, y otros grandes mamíferos, tendrán más difícil sobrevivir en los nuevos parajes”, lamenta Steven Sesnie, del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EEUU y líder del estudio.
Los narcos operan en las reservas para estar más alejados de las autoridades y por el difuso registro de propiedad de tierras de esos remotos lugares: “Es común que muchas personas reclamen la propiedad de la tierra en las zonas protegidas. Entre ellos seguramente habrá grupos indígenas, colonos, agricultores y terratenientes. Cuando las reglas de propiedad no están claras, el dinero puede usarse para reclamar la tierra con más fuerza”, explica Wrathall.
Sobornos para comprar la tierra
Plata es, precisamente, lo que los narcos tienen: “Con todo su dinero pueden comprar terrenos donde quieran. Si no es legal hacerlo, pueden sobornar a las autoridades para legitimizar la venta. Pueden pagar a las fuerzas de seguridad para mirar hacia otro lado. Actúan con una impunidad casi completa”, critica McSweeney.
Quienes les transfieren la tierra tampoco tienen muchas herramientas para negarse a hacerlo. “Los narcos coaccionan física y financieramente a pequeños campesinos y comunidades indígenas para que les transfieran sus tierras. Raramente ocurre de forma voluntaria. Suele darse en un contexto de intimidación y violencia”, añade la experta. Los terrenos adquiridos por los narcos y posteriormente legalizados son, en ocasiones, transferidos a empresas ordinarias, completando el proceso de blanqueo y cambiando el uso de la tierra para siempre. La lucha contra el fenómeno no es sencilla: “Si los activistas hablan sobre ello, los matan”, lamenta McSweeney.
Explosión de violencia entre indígenas
Las comunidades indígenas son las que más están sufriendo la llegada de la cocaína, según los expertos. El fenómeno de la narcodeforestación está suponiendo para ellos una explosión de violencia y la pérdida de tierras. Ganaderos locales, especuladores de tierra y traficantes de madera están expandiendo su producción a costa, principalmente, de esos pequeños pueblos.
Algunos jóvenes indígenas incluso deciden ingresar en las bandas de tráfico de drogas convencidos de poder mejorar su estatus social. No siempre se ve al narco como algo negativo: “Algunas veces se les considera un beneficio para la comunidad. Construyen infraestructura, provén centros de salud rurales y en algunos casos seguros de salud para quienes trabajan para los cárteles, y también sus transportistas”, destaca Sesnie.
Arrojar una solución de la narcodeforestación no es sencillo. Algunos expertos creen que se deben integrar las políticas antidroga con las políticas ambientales, al ser materias entrelazadas. Otros apuestan por el fortalecimiento de la posición de las comunidades indígenas, el desarrollo de conciencia social sobre el problema, desmilitarizar la guerra contra las drogas o incluso legalizarlas. Centroamérica sigue perdiendo sus junglas, y cientos de vidas, mientras se llega a una solución.