El guía supremo talibán exige a los jueces que apliquen la sharia con rigor en todo el país

Ajundzada quiere la pena íntegra contemplada en la ley islámica para asesinos, secuestradores y sediciosos.

El guía supremo talibán, Ajundzada, ha ordenado a los jueces afganos que apliquen íntegramente la sharia, en especial para determinados crímenes y delitos. Así lo ha anunciado en un escueto tuit el portavoz del Emirato Islámico, que avisa de que su cumplimiento será extensivo a todo Afganistán.

“Examinad detenidamente los expedientes de secuestradores, ladrones y sediciosos”, habría exhortado el guía religioso, que vive recluido en Kandahar y del que no existe ninguna imagen disponible desde hace años.

La advertencia ha sido interpretada como un retorno a las prácticas legales en Arabia Saudí, que arruinaron la imagen de la primera dictadura talibán. Entre ellas, las ejecuciones públicas, las lapidaciones o la amputación de la mano de los ladrones, en determinados casos. Algo que entraría en contradicción con las promesas de moderación de los talibanes a sus muy escasos y tibios valedores internacionales, empezando por Pakistán.

“Cuando se cumplan todas las condiciones, están obligados a aplicar la sharia”, habría conminado a los magistrados”, en los casos de hadad”. Término referido al adulterio, a la falsa acusación de adulterio, al consumo de alcohol, al robo, al secuestro, al bandidismo, la apostasía y la rebelión. “También en los casos de qisas”, algo que se puede traducir como ojo por ojo, diente por diente, en casos de asesinato, homicidio o violencia deliberada, aunque dejando la puerta abierta a que la familia afectada acepte una compensación económica por un delito de sangre.

Qasí lo exige la Sharia y esta es mi orden”, rubrica Hibatulah Ajundzada. El prurito jurídico, el rigor religioso y el afán de independencia siguen siendo sellos característicos del régimen talibán. Hoy como ayer, los talibanes toman ejemplo de Arabia Saudí, donde la sharia es ley y donde la pena de muerte por decapitación en público está a la orden del día. Al igual que los castigos corporales, con cientos de latigazos como pena habitual, como si se tratara de los tribunales de la Inquisición, pero sin hogueras.

Esta nueva vuelta de tuerca rigorista se añade al puritanismo que tiene como principales víctimas a las mujeres. Sobre todo, a las de clase media que no salieron en estampida del país junto a los ocupantes, huyendo del avance talibán. Muchas de ellas han perdido el empleo y reciben una ayuda misérrima para quedarse en casa. Otras continúan trabajando en hospitales privados o en escuelas privadas, las únicas donde las adolescentes, además de las niñas, siguen asistiendo a clase como antes.

El pasado fin de semana, además, entraron en vigor nuevas medidas que privan a las pocas mujeres que acuden a un gimnasio de seguir haciéndolo, aludiendo a que se estaba quebrantando la segregación de hombres y mujeres. Con el mismo argumento se impide a las mujeres acudir a los baños públicos y, según algunas voces, también el acceso en solitario a los parques públicos.

De hecho, las afganas han perdido el derecho de viajar sin la “protección” de un pariente varón y deben cubrirse con el hiyab al salir a la calle, práctica por otra parte habitual no solo en la mayor parte de Afganistán, sino también en los vecinos Irán y Pakistán, mientras que es residual en sus vecinos exsoviéticos de Uzbekistán y Tayikistán.

Pero no todo son malas noticias, pese a la miseria material generalizada y a la mezquindad de los clérigos talibanes. Mientras las mujeres han salido perdiendo en autonomía individual, muchos afganos y afganas valoran algunos dividendos de la paz. Esta ha permitido, por primera vez en décadas, la aparición del turismo nacional.

Las propias organizaciones humanitarias reconocen que por primera vez tienen acceso a todos los rincones del país. La gran diferencia es la llegada con cuentagotas de los fondos extranjeros, que antes llegaban a espuertas y con escasa fiscalización. El panorama económico es desolador, aunque se ha reducido la corrupción antes galopante. El puritanismo, en cualquier caso, no bastará para llenar el estómago.