El llamado “cinturón del vodka”, con fronteras más étnicas que geográficas, incluye a los países con más producción y consumo de este licor. Es también el lugar donde más alcohol se bebe.
Todavía no se sabe con certeza por qué, en 1994, la tasa de mortalidad de los hombres rusos aumentó un 50% y la esperanza de vida descendió hasta los 57 años y medio (tasa comparable a la de Corea del Norte, Haití o Bangladés). Los investigadores la han llamado la “crisis de mortalidad rusa” y, aunque durante mucho tiempo se achacó a la crisis económica y al estrés causado por la accidentada transición poscomunista, cada vez parece más claro que lo que mató a millones de rusos fue la última borrachera. Gorbachov había impuesto con éxito varias leyes antialcohol en 1985 y el consumo de vodka se redujo a un tercio. Pero la medida, antipopular y costosa (el 10% de los impuestos recaudados venía del alcohol), duró pocos años. Con el vodka barato de nuevo, los bebedores rusos se dedicaron a recuperar el tiempo perdido. Más de un millón de ellos murió en un año.
El llamado “cinturón del vodka”, con fronteras más étnicas que geográficas, incluye a los países con más producción y consumo de este licor. Es también el lugar donde más alcohol se bebe de todo el mundo. Para celebrar un buen momento, para olvidar uno malo, para brindar por el futuro o para ahogarse en melancolía, para despedirse o reencontrarse, reír o llorar, bautizos o funerales, el alcohol es más que un “pegamento social”, es, como dice un viejo chiste, “el verdadero sistema político” de estos países. “Ni comunismo ni capitalismo ni socialismo: alcoholismo”.
En los seis países más bebedores del mundo (Bielorrusia, Moldavia, Lituania, Rusia, Rumanía y Ucrania) el alcoholismo es una lacra social cuyo coste social, laboral y económico es imposible de cuantificar. Pero en otros lugares, como Polonia o Lituania, el consumo –también muy alto, comparado con el resto del mundo- se ha incrementado en la última década y casi un 6% de la cesta de la compra se gasta en alcohol.
El negocio de los borrachos
Se calcula que un millón de polacos se emborracha cada día y que una de cada cien muertes en el país se deben al alcohol o problemas derivados de su abuso. En todo el país proliferan las tiendas Alkohole 24, donde se puede comprar alcohol de cualquier clase, cualquier día de la semana (a diferencia de los supermercados, que deben cerrar los domingos) y a cualquier hora (solo algunas ciudades lo restringen por la noche). Como los impuestos recaudados por estos establecimientos van directamente a las arcas municipales, resulta difícil para muchas ciudades pequeñas o lugares turísticos renunciar a una sabrosa fuente de ingresos.
En un país donde el 6% de los cánceres mortales en la población masculina están causados por el alcohol, no hay ningún plan nacional para atajar este problema, que según muchos expertos debería considerarse como una epidemia. La única respuesta de los políticos ha sido elevar los impuestos de la venta de alcohol, pero, por ejemplo, la limitación en publicidad de bebidas apenas afecta a la cerveza, que es precisamente el producto cuyo consumo más ha crecido en los últimos años.
En la tradición eslava, el alcohol ha sido siempre sinónimo de vodka, y viceversa. Pero los productores de esta vieja bebida, transparente, inodora, que no se congela ni siquiera bajo cero y que se puede hacer a base de patatas, arroz o frutas, se han sabido adaptar al mercado y atraer nuevos consumidores. La ‘małpka’ (‘monita’) es una botellita con 100 o 200 mililitros de vodka que se puede encontrar en más de 40 variedades, desde sabor limón o cerezas hasta mezclada con sirope, en cualquier tienda de conveniencia.
Comprar una de estas botellas antes de ir a trabajar, otra al salir del trabajo y una más después de cenar forma parte del hábito diario de tres millones de polacos, muchos de ellos mujeres, que encuentran este formato socialmente aceptable por su tamaño y diseño. El precio, de menos de dos euros, hace que también sea la favorita de muchos indigentes que, en poco tiempo, pueden recaudar mendigando los zlotys que cuesta.
Jas L. es un taxista de 39 años de Cracovia. Heredó un piso de sus padres y percibe 450 euros al mes en ayudas gubernamentales por sus dos hijos menores de edad y asegura que ha conseguido tres cosas en la vida: “Sacarme el carnet de conducir, la licencia de taxista y la habilidad de beber mucho sin emborracharme”, explica. Cada tarde, después de una jornada de trabajo de “dos o tres horas”, pasa por el supermercado, compra un litro de vodka y 12 latas de medio litro de cerveza y cuando sus hijos duermen, baja con su mujer a un descampado frente al bloque donde vive y allí se reúne con otros “vecinos y amigos” para beber hasta la última gota del suministro diario.
A pesar de que a veces surgen peleas o “las cosas salen de control”, ni una sola vez ha sido molestado por la policía y tampoco cree que sus vecinos le consideren un borracho. “Beber es bonito, si estás sano no te afecta, te hace querer a la gente y además es un derecho”, asegura.
A dormir a la habitación de la resaca
En efecto, el único límite legal a la embriaguez en público surge si se molesta al prójimo (y alguien lo denuncia) o si se produce una situación de peligro para el borracho o los demás (por ejemplo, conduciendo). En contadas ocasiones, lo que espera a los borrachos es una cama en la ‘Izba wytrzeźwień’ o habitación de la resaca, unos dormitorios donde la policía lleva a los peores casos para que pasen la borrachera y que suelen estar situados junto a algunas comisarías.
La estancia no es gratis, y como legalmente no se puede aplicar un precio más alto que el del hotel más caro de la ciudad, la cuantía suele rondar los 70 euros. Más de un turista beodo ha despertado en una de estas habitaciones desnudas, con una colchoneta de escay y las ventanas abiertas para que corra el aire, sin recordar cómo ha llegado hasta ahí.
Paradójicamente, algunos de esos turistas con problemas alcohólicos llegan a Polonia en busca de un remedio definitivo a su problema. En muchas clínicas privadas de este país se puede comprar el tratamiento con Antabuse por unos 400 euros, en lugar de los 4.000 que puede llegar a costar en el Reino Unido. Se trata de un implante que se coloca en la boca del estómago y que libera una sustancia que hace al paciente rechazar violentamente la más mínima cantidad de alcohol. Un sorbo de cerveza basta para que el disulfiram, que es la sustancia en cuestión, multiplique los efectos negativos de una borrachera: vómitos instantáneos, pérdida del equilibrio y un malestar tan pronunciado que, durante los 12 meses que dura el tratamiento, su portador renuncia al alcohol por completo.
“La mayoría de nuestros clientes son mujeres occidentales con problemas domésticos de abuso que están destruyendo su vida y la de su familia o que están embarazadas”, dice por teléfono el doctor de una clínica en Poznan. “Pero me gustaría ver a más polacos, y sobre todo hombres, intentando solucionar su alcoholismo con este u otro sistema”. Más que un sector económico, el alcohol ha generado todo un sistema completo donde se crea el problema, se le alimenta y hasta se vende el remedio.
Le puede tocar a cualquiera
Larysa es una ucraniana de -cree- unos 56 años que cada día acude a tomar la sopa boba de un monasterio del barrio judío de Cracovia. Va acompañada de Wiktor, un polaco de edad indefinida que saca dinero haciendo recados para los albañiles de algunas obras en la ciudad. La pareja, profundamente católica – “tanto que durante la visita del papa Francisco a Cracovia estuvimos sin beber varios días en su honor”-, vive y bebe junta en los parques cuando hace buen tiempo, y en las frías noches del invierno polaco deben pernoctar en residencias benéficas separadas.
Su mayor terror es perder la consciencia durante una de esas noches de hielo y cristales rotos en la calle y morir congelados. En su opinión, el alcoholismo es una especie de martirio que “le puede tocar a cualquiera” y que pone a prueba el carácter de las personas sin que tengan mucho que ver las decisiones personales. “Los ricos también tienen este problema: Kwiasnewski (expresidente del país), el escritor Slapkowski, Lech Walesa, Szarmach (una celebridad del fútbol de los 70). Le puede pasar a cualquiera”. De no ser por los comedores sociales, su dieta consistiría en vodka y yogures, aseguran.
Moldavia es una excepción en el río de vodka que anega muchas vidas en el este de Europa. Esta pequeña república exsoviética, donde una de cada cuatro muertes la causa el alcohol y hay más casos de cirrosis que en cualquier otro lugar del mundo, prefiere el vino al vodka. La ingesta per cápita es difícil de creer si no se conoce este lugar: cada moldavo mayor de 15 años bebe, de media, 167 botellas de vino al año.
En las zonas rurales, muchas familias hacen su propio vino y es imposible comer, socializar o descansar sin que el olor del vino tinto esté presente. Según contó la revista ‘Time’, el alcalde de Puhoi, una pequeña ciudad, ofreció un trabajo en el ayuntamiento y un premio en metálico a quien se comprometiera a permanecer sobrio seis meses. De los 20 candidatos, tan solo una pareja completó el reto, solo para gastarse el primer sueldo en una borrachera.