Las tropas rusas han destruido ya más de 60.000 hectáreas de bosques sólo en las zonas ocupadas.
Hace más de un año, miles de toneladas de agua recorrieron el Dniéper, el río más grande de Ucrania. Sucedió después de que varias explosiones sacudieran la presa de Kajovka, controlada por las tropas rusas, en lo que muchos expertos consideran fue un acto deliberado por parte de Moscú. Hasta ahora se desconoce el alcance total de los daños que causó, ya que muchas de las zonas afectadas todavía están bajo control militar ruso. Sin embargo, para el ecologista Maksym Soroka está claro que el impacto potencial puede ir mucho más allá de miles de hogares destruidos y cientos de víctimas.
«Es un caso espantoso de ecocidio que puede convertirse en un acto de genocidio», subraya. Junto a sus compañeros, Soroka ha formado parte de varias expediciones a las zonas afectadas. Al menos 1,5 millones de ucranianos dependen directamente del agua del embalse destruido de Kajovka, explica el ecologista. A menos que se reconstruya, es posible que tengan que reubicarse en otro lugar. No tendrán acceso normal al agua potable y la agricultura, la más fuente de sustento principal, será imposible en la región.
La mayoría de los agricultores dependen de los productos que cultivan en los invernaderos. Como el agua del embalse ya no está disponible, tienen que perforar pozos para utilizar el agua que es demasiado salada en esa zona. «Los cloruros de esta agua son tóxicos para el humus», subraya Soroka. Aunque los agricultores entienden que esto acabará con sus tierras a medio o largo plazo, ofrecen un argumento sólido en respuesta. «Dicen que pase lo que pase dentro de cinco o diez años, ahora mismo tienen que alimentar a sus familias durante la guerra», explica el ecologista.
En otro efecto que demuestra la fragilidad de los sistemas ecológicos interconectados, el agua del río Ingulets, situado a cientos de kilómetros de distancia, se está volviendo rápidamente más salada y ya ha alcanzado los niveles observados en el mar de Azov. El embalse fue crucial para mantener establemente la baja salinidad del río, a donde se vierte el agua salada de las numerosas minas río arriba. «Ahora se volverá cada vez más salado, lo que afectará a todo el ecosistema que lo rodea. No es normal tener un río largo con agua salada en medio del país», subraya Soroka.
La tierra, los bosques y los animales bajo impacto de las bombas
El caso de Kajovka, si bien es uno de los más trascendentales, es sólo uno de los muchos efectos que la invasión rusa ha causado en el medioambiente de Ucrania. El país, que quedó conmocionado por la magnitud del desastre de Chernóbil en 1986, se ha enfrentado una vez más a la amenaza de un incidente radiactivo después de que Rusia ocupara dos de sus centrales nucleares, incluida la contaminada Chernóbil. Y aunque probablemente sólo los soldados rusos sufrieron al cavar trincheras en el infame «bosque rojo», todo el país observa cómo las minas y los drones rusos siguen explotando cerca de la central más grande de Europa, la de Zaporiyia.
Ricas tierras agrícolas, en el este y en el sur, recuerdan a veces paisajes lunares. Miles de grandes cráteres de explosiones se esparcen en medio del mar verde. Solo en un campo de un kilómetro cuadrado cerca de Izium, los ecologistas del Grupo Ucraniano de Protección del Medio Ambiente contaron más de 2.000 cráteres. Según ellos, 50 toneladas de hierro, 1 tonelada de azufre y 2,35 toneladas de cobre terminaron en la tierra, mientras que 90.000 toneladas de tierra se elevaron al aire por las explosiones. Pueden pasar cientos o miles de años hasta que la concentración de diversas sustancias nocivas disminuya lo suficiente.
La destrucción de los bosques presenta otro problema más. En toda la estepa ucraniana se han plantado pequeñas zonas de árboles, conocidas como posadkas, para evitar la erosión del suelo. Durante la invasión, sirvieron de cobertura para las tropas. Muchas de ellas quedaron completamente destruidas. Según los investigadores ucranianos de NGL.media, Rusia también explota sin piedad los recursos capturados talando bosques y ya ha destruido 60.000 hectáreas de bosques sólo en las zonas ocupadas. En la región de Járkiv, entre el 40% y el 45% de los bosques han sido destruidos o minados.
«Los rusos tratan el medio ambiente como bárbaros», denuncia Soroka. Muchos de los parques nacionales de Ucrania, ubicados cerca de la frontera o en la costa del mar capturada, se han visto afectados. La dirección de su parque más grande, Askaniya Nova, en la región de Jersón, informa que algunos de sus animales raros fueron llevados por la fuerza a Rusia.
Otros parques dieron la alarma por el robo de equipos valiosos y otras propiedades, como máquinas extintoras. El 60% de Kinburn, una larga franja de playas de arena con restos de un bosque antiguo único, se ha quemado debido a los continuos combates, ante la indiferencia de las fuerzas rusas que lo ocupan, indica el ecologista Oleg Derkach.
Las minas esparcidas por una gran parte del territorio de Ucrania también matan a muchos de sus animales. A varios cientos de kilómetros de distancia, el profesor Ivan Rusev, ecologista de otro parque nacional costero, Tuzlivski Limany, siempre ha soñado con crear un gran refugio para los delfines, miles de los cuales viven en el mar Negro. Ahora observa cómo la actividad rusa en el área, desde donde sus submarinos atacan a Ucrania, ha provocado la muerte de miles de delfines y otros animales.
«La guerra convierte a los delfines en esqueletos. Los animales son conmocionados por los sonares militares, pierden peso rápidamente y luego mueren inevitablemente», escribe. Además de observar el impacto de las acciones rusas, algunos de los ecologistas del parque han tomado las armas, lo que también hace temer por el posible déficit de especialistas en protección del medio ambiente. «Los rusos matan brutalmente a todo lo que hay a su alrededor. No valoran ni a las personas ni a la naturaleza», subraya Rusev.