Antiguo motor de crecimiento económico, la inmigración se ha transformado en una pesadilla social, tras la aparición de guetos suburbanos donde el multiculturalismo se ha convertido en un pudridero del tejido social.
Antiguo motor de crecimiento económico, la inmigración se ha transformado en una pesadilla social, tras la aparición de guetos suburbanos donde el multiculturalismo se ha convertido en un pudridero del tejido social. Entre 1946 y 1980, la inmigración creció del 4% al 7 % de la población nacional. Y la construcción de ciudades y suburbios de nuevo cuño permitió una integración satisfactoria, sin conflictos importantes. Fueron años de gran expansión económica.
La inmigración se convirtió en una pesadilla nacional entre 1980 y 2005. El 24 de diciembre de 1980, el Partido Comunista, miembro de un gobierno de izquierda, decidió expulsar «manu militari» a 300 inmigrantes africanos utilizando un «bulldozer» para destruir el hotel donde habían encontrado refugio en un suburbio del norte de París. En el invierno de 2005, el presidente Chirac tuvo que recurrir al Ejército y al toque de queda nacional para sofocar de ese modo la sublevación incendiaria de varios centenares de suburbios en toda Francia.
Entre 2005 y 2015, los suburbios -la «banlieu»- se transformaron en guetos donde la delincuencia, el tráfico de armas y drogas y las vocaciones yihadistas han crecido de manera espectacular. Entre 500 y 1.000 franceses nacidos en unas 780 «zonas urbanas sensibles» han huido de Francia para enrolarse en organizaciones terroristas islámicas, como Daesh o Al Qaida del Magreb. Durante los últimos tres años, un rosario de matanzas terroristas han sido protagonizadas por franceses de confesión musulmana, hijos o nietos de inmigrantes.
En su día, Nicolas Baverez declaraba a ABC: «La crisis de los suburbios, en el invierno de 2005, puso de manifiesto que han aparecido zonas donde la guerra civil multicultural es un riesgo creciente». Tras las matanzas terroristas del año pasado, Alain Finkielkraut insiste: «Francia vive una suerte de identidad desgraciada. Hay muchos ciudadanos que son franceses, administrativamente, pero no lo son culturalmente. Debemos frenar o cortar la inmigración para intentar reconstruir los fundamentos de nuestra vida en común».
Entre cinco y seis millones de franceses (en un país de 65,8 millones de habitantes) se dicen musulmanes. Otros tres o cuatro millones son franceses de raza negra. Desde principios de siglo, es imposible ser elegido presidente de Francia si no se cuenta con el voto negro y musulmán. Esa realidad política y sociológica comenzó a tener una dimensión dramática tras la expansión del terrorismo islámico.
Durante la crisis del invierno de 2005, los imanes musulmanes contribuyeron a frenar una violencia desalmada que sorprendió por su carácter incendiario. Gilles Kepel, entre otros, comenzó estudiando esa metamorfosis suburbana, que tuvo, de entrada, las características de una «búsqueda de identidad». Los jóvenes buscaban en la religión de sus antepasados una suerte de respuesta a la desintegración social y familiar. Con el tiempo, esa búsqueda de identidad se ha transformado en un proceso subversivo.