La capital británica impone a partir de este lunes un área sin humos, mucho más estricta que la anterior, en toda la almendra central que busca reducir un 45% las emisiones.
Antes de que caiga el Brexit, los londinenses tienen una cita improrrogable con un futuro sin malos humos. El 8 de abril entra en vigor la ya famosa ULEZ (Ultra-Low Emission Zone), precedida de las consabidas resistencias de los conductores, pero esperadísima por la mayoría de los ocho millones de habitantes que están pidiendo a gritos medidas drásticas para reducir la contaminación.
El alcalde Sadiq Khan, que padece asma desde niño por la mala calidad del aire al sur del Támesis, ha convertido la Zona de Emisiones Ultrabajas en su máxima prioridad. De momento se aplicará en la zona centro (el equivalente al Madrid Central, pero casi cuatro veces más extensa), pero en 2021 se extenderá 18 veces hasta abarcar la circunvalación de la ciudad (algo así como la M-30 madrileña).
Contra viento y marea, Londres aspira a hacerse más europea con esta medida, que aplica los estándares Euro 6 para los vehículos diésel y Euro 4 para los coches de gasolina. Quien contamina paga, y mucho más en la capital británica. A partir del lunes, los coches diésel anteriores a 2015 y los de gasolina de antes de 2006 pagarán un peaje diario de 12,50 libras (14,50 euros).
La ULEZ sustituye al así llamado T-Charge o peaje de toxicidad, que llevaba aplicándose desde 2017. Será efectiva 24 horas al día y siete días a la semana, y no solo en días laborables como hasta ahora. Se trata en cualquier caso de la medida más radical desde que el entonces alcalde Ken Livingstone introdujera en 2003 el «peaje de congestión», por el que hay que pagar 13,5 euros al día también para poder circular por el centro.
Se estima que hasta un millón de conductores pueden verse en la tesitura de tener que pagar el equivalente a 28 euros por «congestión» y «contaminación». Unas mil cámaras de tráfico vigilarán noche y día las matrículas para comprobar que no infringen las nuevas normas, con multas de 190 euros para los coches y hasta 1.150 para los camiones.
La introducción de la ULEZ servirá de entrada para reducir un 5% el tráfico en el centro (un impacto pequeño, comparado con la reducción del 30% que logró de la noche a la mañana el peaje de congestión). La nueva medida espera combatir de paso la proliferación de hasta 18.000 de vehículos privados de alquiler tipo Uber, a los que también afectará la medida.
Los fatídicos 20.000 black cabs, responsables de hasta el 16% de las emisiones de dióxido de carbono en Londres, quedarán sin embargo temporalmente exentos, gracias a las presiones del lobby de los taxistas. El alcalde ha apremiado no obstante a acelerar la renovación de la anquilosada flota con la nueva generación de taxis eléctricos, al tiempo que ha duplicado los esfuerzos para extender la flota de autobuses de dos pisos limpios o híbridos.
Sadiq Khan pretendía adelantar la extensión de la zona ULEZ a la periferia de Londres, pero optó por una aplicación paulatina, ante las resistencias vecinales y la petición en change.org para limitar su aplicación al centro de la ciudad, firmada por decenas de miles de personas.
«Todos los ciudadanos tenemos derecho a respirar un aire limpio y espero que los londinenses aprecien que esto irá en su beneficio», ha proclamado el alcalde, que confía en que la medida sirva para reducir hasta un 45% las emisiones más contaminantes en los dos próximos años. Khan ha impulsado también la creación de una red de Vecindarios de Bajas Emisiones, con la participación de distritos como Hackney, Islington y Tower Hamlets, que han introducido sus propios planes de peatonalización y restricción el tráfico.
El alcalde libra entre tanto una batalla personal con el distrito de Westminster por cuenta de la peatonalización de Oxford Street, que se enfrenta a las resistencias de los vecinos y de los comerciantes. Pese a que sólo circulan por ella autobuses y taxis, Oxford Street está considerada como una de las calles más contaminadas de Europa por el «efecto cañón».
La calidad del aire en Londres ha mejorado relativamente en los dos últimos años, aunque aún está muy lejos de cumplir con los estándares europeos. En 2018, la ciudad tardó apenas un mes en superar los límites máximos de dióxido de nitrógeno (NO2) permitidos para todo el año. El eterno punto negro de Brixton Road ya había superado por esas fechas 18 veces el techo anual de 200 microgramos de NO2 por metro cúbico.
El alcalde ha fijado también la meta de 2025 para lograr que la contaminación no exceda los límites legales cerca de las escuelas primarias. Khan ha impulsado un plan de 1,2 millones de euros para restringir el tráfico y levantar «barreras verdes» en los colegios. Se estima que cuatro de cada 10 niños británicos respiran un aire tóxico en las escuelas. Tan sólo en Londres, la contaminación contribuye todos los años a 9.500 muertes prematuras.