“Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que reconozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos. Ustedes, tan liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo el amor por la cultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre”. Jean-Paul Sartre.
El 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Y el 19 de diciembre de 2007, redescubrió la hipocresía y la fragilidad de las instituciones que la gobiernan. Desde entonces, todos los americanos (gentilicio que nos corresponde a quienes habitamos este continente y no a los habitantes de una nación aislada) esperamos impacientes a que se ejecute la Ley 26.331 de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos. Una legislación sin precedentes en nuestra región del mundo. Su promulgación, se supone, aportaría a los argentinos el orgullo de llevar a la acción lo que se anuncia en los discursos: el respeto a la memoria, la verdad, la justicia y los Derechos Humanos.
Derechos Humanos y bosques nativos para todos
Desde ése 19 de diciembre hasta hoy, el vacío legal entre la sanción de la ley y su efectiva aplicación sólo se llena con los camiones que diariamente transportan la madera talada indiscriminadamente de los bosques nativos. Mientras en Buenos Aires se sancionaba esta ley, gobiernos provinciales como el de Salta concedían permisos de desmonte en cifras extraordinarias, aumentando en un 570% las concesiones. Hecha la ley, hecha la trampa. Y la corrupción, acompaña.
Miguel Bonasso, diputado de la Nación por Capital Federal y autor de la Ley de Bosques, denuncia en su blog que el Fondo Nacional para la Conservación nunca recibió los aportes correspondientes ordenados por la ley (0,3% del presupuesto nacional y 2% de las retenciones a las exportaciones agroganaderas y forestales).
En el mismo blog, Bonasso escribe: “la realidad fue bien distinta. No hubo fondos para cumplir la Ley de Bosques en 2008 y 2009. En 2010 se incorporó una partida de 300 millones, en vez de los mil millones que marcaba la norma; y de yapa, 144 millones fueron desviados al Fútbol para Todos por el entonces Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. En 2011, ante la falta de aprobación del presupuesto en el Congreso, se repitió la partida del año anterior. Y en 2012 se destinaron al Fondo 267 millones de pesos, siete veces menos que lo establecido por ley.”
Si bien el art. 124 de la Constitución Nacional establece que cada Estado provincial tiene dominio de sus recursos naturales, el art. 41 del mismo texto enuncia rotundamente que: “todos los habitantes de la Nación gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado y apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras”.
Para que quede claro. El incumplimiento de la Ley de Bosques no afecta solamente a los temas del suelo, los árboles o la biodiversidad. También afecta a los pueblos originarios, porque legisla sobre sus lugares de pertenencia, os únicos ámbitos donde pueden sentirse “parte de” y no “aparte” de una sociedad que los margina y criminaliza cuando tienen la osadía de reclamar por lo que se les quita. En el derecho indígena, el derecho a la tierra es fundamental y sobre él que se construye la identidad comunitaria.
Cuando los árboles no mueren de pie
“Los bosques preceden a los pueblos; los desiertos, los persiguen” profesa un dicho muy recurrente del norte argentino. En el oeste de Formosa crecen la injusticia y los alambrados. El Gobierno y sus amigos latifundistas hacen negocio de muerte en detrimento de las comunidades y de la humanidad, arrasando con los bosques, los recursos, el suelo y toda la vida ligada a ellos.
Según un informe elaborado en 2012 por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, en Argentina se conserva sólo un 30% de la superficie forestal original, esto es, 30 millones de hectáreas de bosque nativo. De más está decir que la nuestro país se encuentra en una verdadera emergencia forestal; agravada, en los últimos años, por las necesidades del sector agropecuario, que exige expandir la frontera sojera.
En el mismo informe se detalla cómo los artículos 7° y 8° de la Ley de Bosques, que tratan sobre los permisos para desmontes, son incumplidos e ignorados por las autoridades (in)competentes. Desde la sanción de la norma hasta hoy, se deforestaron más de 470.000 hectáreas en la región chaqueña y en las selvas misionera y de yungas.
En lugar de controlar y regular los permisos de tala, la Ley de Bosques, aprobada en parte gracias a la acción de un millón y medio de argentinos que firmaron a favor, parece haber surtido el efecto contrario. Sólo entre 2006 y 2011, la deforestación superó un 50% a la del período 1998-2001, cuando no había ley que prohibiera la tala ni la quema indiscriminada de bosques.
Bosques con gente
La deuda de los criollos para con las comunidades indígenas no hace más que engrosarse día a día. Además de ser desplazados de sus tierras para que otros las saqueen y planten soja, los miembros de las comunidades originarias de todo el país sufren cotidianamente la discriminación y el desinterés institucionalizados de quienes deberían velar por sus derechos.
Caminos inaccesibles a escuelas y hospitales, falta de agua potable, inexistencia de servicios básicos y una alarmante escasez de comida, con su correlato de desnutrición, son las potentes armas de destrucción masiva que acaban con los indígenas. Eso, cuando ciertas personas no se toman la molestia de matar “accidentalmente” a algún miembro de las comunidades.
Defender la aplicación de la Ley de Bosques Nativos es, efectivamente, defender la diversidad biológica y un futuro sustentable digno de ser vivido. Pero también, es defender la diversidad cultural. Es resguardar los Derechos de la Naturaleza y los Derechos Humanos. Naturaleza y sociedad no pueden disociarse. Ningún fructífero intento por defender a uno puede desatender al otro. Sin embargo, sus derechos son violados desde los tiempos de la colonización, han sido y siguen siendo manoseados en tiempos de democracia y aparecen solamente para adornar los discursos políticos.
La tierra volverá a quienes la trabajan con sus manos
“La tierra volverá a quienes la trabajan con sus manos”, predicaba Don Emiliano Zapata mientras conducía un ejército de indígenas y campesinos durante la Revolución Mexicana.
De este lado del mapa y de la historia, seguimos esperando la aplicación y el cumplimiento de la Ley de Bosques. Y seguimos esperando el reconocimiento real y no meramente literario de los indígenas como humanos. Derechos Humanos, para todos.