Un estudio independiente recomienda que los diputados se trasladen para que las obras vayan más rápido y duren seis años.
El Parlamento de Westminster en Londres, el complejo que incluye la archiafamada torre del Big Ben, es uno de los edificios más célebres del mundo y una atracción turística de primer orden. En contra de lo que sugiere su estilo, su imponente fachada es relativamente reciente. Se trata de un pastiche neogótico, obra del arquitecto Charles Barry, que comenzó a construirse en 1840, después de que un fuego arrasase el viejo palacio medieval en 1834, cuyos orígenes se perdían en el siglo XI. Además de ser una de las imágenes de Inglaterra, el Parlamento es, lógicamente, la sede de la maquinaría política del país. Pero tiene un problema. Aunque no lo parezca, se cae a trozos. Necesita una reparación de arriba abajo y a lo grande, como mínimo de 4.800 millones de euros.
Las Casas del Parlamento fueron muy castigadas por el el «Blitz» de Hitler. En 1941 las bombas alemanas sobre Londres hundieron la Cámara de los Comunes. El edificio tiene también problemas de amianto, pequeños desprendimientos en la piedra de la fachada, muy castigada por la terrible contaminación de Londres, y un cableado obsoleto, que no se ha mejorado desde los años 50. Hay goteras y algún diputado cotilla —o realista— añade que también ratas y ratoncillos. Su instalación eléctrica vetusta hace que la factura de la electricidad se dispare y la factura anual de mantenimiento es de 42 millones de euros al año. También es inadecuado el sistema de prevención de incendios.
Con este panorama, es sabido que tarde o temprano habrá que hacer obras y en esta legislatura los partidos decidirán cómo y cuándo. La decisión se tomará antes del 2020.
En 2012 se alertó de que el deterioro de las Casas del Parlamento podía ser irreversible si no se tomaba una decisión rápida al respecto. Como Inglaterra es un país serio, antes de arrancar se ha encargado un estudio independiente, una auditoría externa, que ha hecho un cálculo de cuánto costaría poner a punto el Parlamento. Sus conclusiones se acaban de conocer y vienen a decir que para que la obra sea más rápida y barata lo mejor es que sus señorías se vayan durante unos años con sus debates a otra parte.
Si los diputados se niegan a dejar el viejo palacio mientras se llevan a cabo los trabajos, la restauración costará 7.900 millones de euros y durará probablemente unos 32 años, aunque podría demorarse hasta 40 años, más allá del horizonte vital de muchos políticos actuales. Por el contrario, si aceptan irse a otro edificio provisionalmente, la factura bajaría a 4.800 millones y las obras podrían resolverse en seis años.
Trabajando sin el incordio de sus señorías, el proyecto de seis años permitiría dotar al Big Ben de un ascensor y crear para los diputados áreas de encuentro formales e informales. Para el público podría añadirse un nuevo centro de visitantes, una sala de exposiciones y otra de conferencias.
¿Y a dónde llevamos a sus señorías? Primero se irían los comunes y después, los lores, y ya se barajan varios posibles edificios alternativos. El más cercano es el Centro de Conferencias Reina Isabel II, a unos pasos del palacio actual. Otra opción es la Church House, también en Westminster, que ya acogió brevemente a los diputados cuando Hitler destrozó la Cámara de los Comunes.
Pero también han surgido propuestas más imaginativas. Algunos diputados proponen irse al Norte de Inglaterra, a la Birmingham Library, un excelente edificio concluido el año pasado en la ciudad del mismo nombre. Razonan que sería un modo bonito de imbricar al resto del país en la vida parlamentaria, acabando con que Westminster sea en el Reino Unido el sinónimo de clase política. Otra solución es la sala de juntas del Ayuntamiento de Manchester, aquí la percha es que se parece mucho en su decoración y arquitectura a las salas de Westminster, hasta el punto de que se ha utilizado para suplantarlas en algunas películas. Una última opción, dentro de Londres, sería ocupar el Centro de Medios del Parque Olímpico, en el Este de la capital.
Muchos diputados son remisos a abandonar la vieja casa. Creen que sería una marcha sin retorno y que el Parlamento podría acabar convertido en museo, o hasta privatizado como hotel para recuperar la inversión en su restauración.