De acuerdo al último censo sobre basura provincial en la costa, impulsado por la Fundación Mundo Marino, se encontraron 21.670 elementos de ese material. La Fundación Vida Silvestre estima que constituye el 82% de lo que se recolecta.
El biólogo Sergio Morón sostiene sobre la palma de su mano lo que podría ser el recuerdo de su infancia. En cierto punto lo es, aunque ahora lo ve como el ejemplo de una amenaza para la fauna marina. La pequeña botella, redonda del tamaño de una pelota de tenis, tiene gravada “elaborado en 1982”. Sólo perdió su color, pero su contextura está intacta. “Esta botella de Naranjú deambuló por el mar más de cuatro décadas”, dice alarmado. Es que, a pasos agigantados, el Mar Argentino se convierte en una trampa insorteable para decenas de especies de animales. El plástico puede durar 1.000 años y arrasar con decenas de vidas.
De acuerdo al último censo sobre basura provincial en la costa realizado por la Fundación Mundo Marino, en concordancia con varias entidades y comunidades bonaerenses, se encontraron sobre la arena 21.670 elementos fabricados a base de ese material en una superficie que va desde Pehuén Co a Monte Hermoso. Botellas, restos de juguetes, tapas, pelotas, bolsas, cualquier producto que los argentinos arrojan sobre las distintas arterias que desembocan sobre las aguas del Mar Argentino se convierte en “una red que va a la deriva cazando animales”, grafica el Jefe de Educación Ambiental en la Fundación.
En las temporadas de verano, aumenta la presencia de palitos de chupetines y caramelos; mientras que en el resto del año son las botellas la que acaparan las playas.
Esa red mortal, que señala Morón, tiene como máxima caza a la tortuga marina y forma un camino que sigue su curso a lo irremediable si no se toman los recaudados inmediatos: la extinción. 37 ejemplares verdes se encontraron en un lapso de tan sólo cinco meses. Las especies Laúd, Cabezona y Verde utilizan toda la costa para alimentarse durante su etapa de migración. Caen en la trampa. Algunas aparecen en las costas, otras sobre las redes de los barcos pesqueros (otra de las amenazas).
“El problema principal es que confunden el plástico con algas o medusas y lo comen. Encontramos muchos pedazos en el estómago”, relata el Licenciado Sergio Rodríguez Heredia, biólogo responsable del Centro de Rescate y Rehabilitación, que recorre las dunas con una camioneta 4×4 ante cada llamado de pesqueros, vecinos o turistas por la aparición de un lobo marino, delfín, pingüino en la costa. “Lo cotidiano”, le dice a POPULAR.
“Defecan y vomitan plástico”. Heredia guarda los pedazos de lo que ingirió un animal como una muestra de los peligros que les acecha en el mar durante su ciclo. Cuando se acumula demasiada cantidad les corta la respiración e impide alimentarse. Muchas veces mueren por desnutrición, daños internos o por algún turista que prefiere tomarse selfies.
El Licenciado participa del censo y limpieza de las playas. Desde que comenzó hace 25 años en la Fundación, el paisaje cambió hasta llegar a un punto crítico en los dos últimos años. “Muchas veces caminás por acá (en San Clemente del Tuyú, donde se encuentra Mundo Marino) y lo hacés sobre una alfombra de plástico”, cuenta. “Es tristísimo”.
Verónica García, del Programa Marino de Vida Silvestre, señala que todo lo que se recolecta en los censos que realiza esa ONG “el 82% es plástico”.
“Es lo más peligroso porque se fragmenta y es durable”, asevera la Licenciada García. La falta de una política gubernamental y de concientización ciudadana para intentar sustituir el uso del material en la vida cotidiana conforma la máxima amenaza al futuro de todo el ecosistema marino.
Según la revista científica Nature, las aguas del Mar Argentino se encuentran entre las cien más contaminadas en todo el continente. Además, ocupa el puesto 28 de aquellos Estados que más plásticos arrojan al mar, de acuerdo a estudios publicados en Science en 2015.