Aunque las tasas de desempleo siguen bajando, entre los jóvenes superan holgadamente a las de la población general. El desafío de encontrar trabajos que permitan seguir capacitándose.
Cuando salió a buscar trabajo Nathyuska Llanos (19) lo hizo con una idea muy concreta del empleo que le gustaría conseguir: uno que le permitiera contar con cierta flexibilidad horaria para poder seguir estudiando, formándose y acceder, en el futuro, a un puesto mejor. En eso, su aspiración se parece a la de tantos jóvenes que buscan insertarse laboralmente. Lo que le ofreció el mercado de trabajo fue bastante diferente: Nathyuska pasó por varios puestos, informales, mal remunerados, la mayoría con una alta carga horaria. Cuenta que trabajó como animadora de fiestas infantiles cobrando 150 pesos por cada fiesta y que se desempeñó como ayudante de peluquería por un sueldo de 2.500 pesos por mes trabajando incluso sábados y domingos, entre otros empleos. Todos le duraron poco, porque al mismo tiempo Nathyuska está terminando el secundario y participando de un programa implementado por una fundación local que la prepara para una mejor inserción laboral.
La historia de Nathyuska refleja la de muchos jóvenes que buscan insertarse en el mercado laboral con la expectativa de encontrar un trabajo que les permita seguir estudiando. Y encuentran un escenario muy diferente, en el que la oferta laboral está mayoritariamente representada por “trabajos de baja calidad, mal remunerados y con una alta exigencia horaria”, según describe Marcelo Koyra, presidente de la Fundación Crear, una ONG que desarrolla un programa que ayuda actualmente a 120 jóvenes de la Región de entre 18 y 24 años a prepararse para su ingreso al mercado de trabajo, apuntalando sus fortalezas, detectando y trabajando sobre las debilidades y dándoles herramientas para el trabajo en equipo y otros aspectos de la vida cotidiana en el mundo laboral.
El divorcio entre la expectativa de los chicos y los requerimientos del mercado de trabajo no es el único. Hay otro que se produce entre los requerimientos del mercado y la formación de los jóvenes que buscan trabajo. Y no sólo la formación en capacidades específicas, sino también en lo que los especialistas conocen como “habilidades blandas”: respeto a los horarios, toma de responsabilidad, capacidad para trabajar en equipo y capacidad para la comunicación, entre otras.
Los más perjudicados por esta situación son aquellos chicos provenientes de sectores sociales más vulnerables que ingresan al mercado laboral más temprano, con menor nivel formativo. De entre ellos, son las mujeres las que enfrentan situaciones de inserción laboral más desventajosas.
El resultado es una alta rotación de los jóvenes en sus primeras experiencias laborales. Según los datos manejados por la Fundación Crear, del total de los chicos que actualmente buscan trabajo sólo el 20% está buscando su primer empleo.
“El 80% ya tuvo trabajos, pero fueron empleos no amparadores que hacen que entren y salgan del mercado de trabajo en el marco de una fuerte inestabilidad”, dice Marcelo Koyra.
El grupo de los jóvenes aparece como uno de los más afectados por el desempleo. Aún en un momento en que este indicador baja, el número de afectados por la falta de trabajo en la franja que va de los 18 a los 24 años supera holgadamente al de la población general.
Así, mientras para la población general el desempleo se ubicó en el segundo trimestre del año en el 6,6% (según los datos difundidos esta semana por el INDEC) en el mismo lapso ese indicador ascendía al 26,3% entre los jóvenes de entre 18 y 24 años.
El dato surge de la Encuesta Permanente de Hogares, así como el que dice que la proporción de jóvenes en el desempleo global alcanza al 40%, una cifra preocupante si se tiene en cuenta que los jóvenes representan sólo el 20% de la población económicamente activa.
Dentro del grupo de jóvenes que buscan trabajo, los expertos distinguen tres grupos: el de los que están estudiando y buscan un empleo mientras tienen un proyecto ideado para la construcción de su futuro. El segundo grupo lo integran jóvenes con responsabilidades familiares. Y el tercero, jóvenes que no estudian ni trabajan al momento de buscar y que tampoco tienen un proyecto consolidado.
Se estima que en la provincia de Buenos Aires hay 154.000 adolescentes desempleados que no estudian; 69.000 jóvenes desempleados con responsabilidades familiares y 320.000 jóvenes que no buscan trabajo ni estudian.
Los especialistas destacan que, en la ciudad, los trabajos que se ofrecen para los jóvenes que salen al mercado a buscar son empleos de baja calificación en comercios (cadetería, reposición en góndolas, entrega de productos), o en la construcción.
Los salarios que se les ofrecen rondan los 3.000 pesos y la carga horaria puede implicar entre 10 y 12 horas, lo que dificulta que se sigan formando.
Entre los chicos que buscan trabajo sólo el 20% busca el primero. El 80% ya tuvo trabajos, pero fueron empleos de baja calidad, no amparadores
¿Qué le piden, mientras tanto, los chicos, a su primer trabajo?:
Kevin Gómez (19) dice que lo que pretende de un trabajo es que le otorgue cierta estabilidad y le brinde la posibilidad de seguir estudiando o de formarse en el mismo puesto laboral.
Kevin, que es del barrio de Villa Elvira, opina que “todo trabajo enseña y en todos aprendés algo”, pero también reconoce que pasó por muchos emplaos que dejó al poco tiempo de haber empezado, por su alta exigencia y escasa remuneración y estabilidad.
“Trabajé como tarjetero de boliches, como barman, vendiendo turismo estudiantil y en una casa de venta de celulares y sigo buscando un trabajo que me ofrezca mayor estabilidad mientras termino el secundario. Tengo un proyecto para después y es el de entrar en la escuela de Policía y paralelamente estudiar Derecho”, dice Kevin, que ensaya un consejo para los chicos que están por salir a enfrentar por primera vez el mercado laboral: “lo mejor es no perder el tiempo y estudiar para llegar a ese momento mejor preparado”, dice.