El reto de la “resistencia”: Vox reclama manifestaciones continuas contra la amnistía y el PP ve “difícil” mantener el ritmo

Cientos de miles de personas defienden una “resistencia” civil y sin siglas contra la “burla” de los pactos de Sánchez. Feijóo pide “no tener miedo” y Abascal llama a “no dar la batalla por perdida”.

A las 12.00 en punto aún bajaba hacia Cibeles una riada de banderas constitucionales y europeas. Por Serrano, por Alcalá, por el Paseo del Prado, por Gran Vía o por Alfonso XII. Tarde, pero a tiempo. Decenas de autobuses venidos de toda España descansaban a orillas del Retiro como barcazas varadas. Había menos apiñamiento que en otras ocasiones, pero ese goteo continuo fue surtiendo efecto, y un cuarto de hora después el afluente principal de la manifestación sobrepasaba ya Colón, a un kilómetro de distancia. El sol, que caía fortuito y vertical sobre el azul añil de las insignias comunitarias, le dio a la convocatoria el último empujón de asistencia.

La gran manifestación de la sociedad civil contra los pactos de Pedro Sánchez y los independentistas de Junts y ERC estalló entonces en un grito unívoco contra la amnistía: «¡No en mi nombre!». Según los organizadores, llegó a haber alrededor de un millón de personas. La Delegación del Gobierno rebajó la cifra a 170.000 asistentes, más del doble que los 80.000 que calculó el domingo pasado, también en Madrid, en la concentración convocada por el PP.

Sin siglas de partidos ni discursos de políticos, pero con la presencia de la plana mayor del PP y de Vox, la protesta de este sábado en Madrid se diseñó como el eje central de la respuesta contra los acuerdos para borrar los delitos del procés. O sea, como episodio inaugural de «la resistencia». Así la bautizó el filósofo Fernando Savater, quien insistió en que estamos sólo ante el «primer paso» de esa resistencia.

Lideraron la protesta Foro Libertady Alternativa, Unión 78, Cataluña Suma, Pie en Pared, S’ha Acabat!, y un largo etcétera de más de un centenar de organizaciones. Su manifiesto subraya que España está entrando «en una nueva fase de un proceso que pone en riesgo cierto la existencia misma de España» y «no podemos permanecer impasibles ante ello». «Nos jugamos el ser o el no ser», alerta.

Conjurado ya el peligro de haberse desfondado en las anteriores protestas, los manifestantes prorrumpieron en una gran ovación a Alejo Vidal-Quadras para desprecintar el acto. El ex presidente del PP catalán y fundador de Vox se recupera del disparo en la cara que sufrió hace una semana a sólo unas manzanas de allí. Desde el escenario principal retumbaron por la megafonía las palabras del tuit con el que dio prueba de su recuperación: «El sanchismo convierte al adversario electoral en enemigo a expulsar del sistema mediante la destrucción de los consensos constitucionales básicos».

Comenzaron a escucharse entonces los primeros cánticos, aún tímidos, como de calentamiento: «¡España unida jamás será vencida!». Y después el grito más entusiasta de la manifestación, «¡Puigdemont a prisión!», que escaló enseguida a «¡Pedro Sánchez a prisión!». Atronó también el insulto «¡Pedro Sánchez, hijo de puta!», seguido de su sinónimo eufemístico «me gusta la fruta». Esto último se lo repitieron con insistencia a su autora, Isabel Díaz Ayuso, a su llegada a Cibeles.

La presidenta madrileña -de largo la más aclamada- llamó a «parar entre todos lo que está sucediendo en España». «Nos están llevando a una situación límite y sin sentido, nunca vista en democracia. Y el daño es irreversible», alertó, desde el segundo plano de sus declaraciones a los medios. «No vamos a tener ningún tipo de miedo», arengó Feijóo a los suyos, también a través de la prensa. «Una cosa es tener el poder y otra tener la razón. Una cosa es haber conseguido los apoyos suficientes, pero saben que no tienen los votos para hacer lo que están haciendo», subrayó.

“BAJAR LOS BRAZOS”
Eso sí, al finalizar la protesta fuentes del PP alertaron de que va a ser «muy difícil» volver a celebrar manifestaciones tan multitudinarias y de manera tan continua una vez que Sánchez ya ha prometido su cargo como presidente con 179 síes de 350. ¿Por qué? Por la tendencia natural de los españoles a «bajar los brazos» cuando dan por imposible conseguir que el Gobierno dé marcha atrás. Y en la dirección de Génova están convencidos de que Sánchez seguirá «hasta el final» con su plan para amnistiar una década de delitos relacionados con el intento de separar a Cataluña del resto de España.

Santiago Abascal quiso virar el foco hacia el PP, y reveló que le había pedido una reunión a Feijóo para articular una respuesta conjunta y analizar las posibilidades que tiene el Senado de parar la ley de amnistía. El líder del PP le respondió «sin más», según su entorno. En todo caso, el presidente de Vox añadió ante la prensa que «no podemos dar la batalla por perdida, hay que seguir resistiendo con una movilización social sostenida, dar una respuesta institucional coordinada en las regiones donde no hay una mayoría golpista, en el Senado y comunicar a todos nuestros aliados internacionales qué es lo que está ocurriendo en España con el ataque a la independencia de poderes y a la igualdad de los españoles».

«Sé que ahora mismo, en esta plaza, también hay muchos socialistas» cómo él que se avergüenzan de un PSOE que está «ideológicamente muerto», dijo Félix Ovejero, profesor y columnista de EL MUNDO. Y el escritor Andrés Trapiello -también firma destacada de este diario- subrayó que «la compraventa» del Estado ha destapado una operación del PSOE para hacer luz de gas a quien piense distinto: «Sánchez quiere volvernos locos» con «una amnistía que es un adefesio y una burla moral», dijo, porque «su ambición personal no tiene límites ni escrúpulos».

Albert Boadella alertó de que España «va camino de acabar en una dictadura». «¡Me jode!», añadió gráficamente el dramaturgo. Y el ya citado Savater fue quien cerró los discursos: «Hay que escoltar a Puigdemont, me parece bien: hay que escoltarlo, llevarlo a Alcalá-Meco y dejarlo allí».

Finalizado el acto, una serie de manifestantes cortó durante la tarde la carretera A-6 y se quedaron a unos 150 metros de uno de los accesos al complejo de La Moncloa.