El insólito caso del padre Gerard Hammond, con más de 50 viajes al país comunista desde 1995, y sus ayudas humanitarias en la tierra que un día fue la Jerusalén del norte de Asia. Cada año en el país de los cohetes se registran 5.000 nuevos casos de la enfermedad.
Los pasillos de la sede de los religiosos Maryknoll en Corea del Sur están adornados con una colección de viejas fotografías que rememoran con nostalgia una Corea que ya no existe. Imágenes de iglesias desaparecidas, de congregaciones posando en torno a su sacerdote, de novicios y aspirantes a monja o de una pareja de novios casados bajo la cruz.
«Esta era la iglesia de Sinuiju (en la frontera con China). La reconvirtieron en estación de Policía», explica el reverendo Gerard Hammond mientras recorre la sede de su congregación en la capital surcoreana.
Aunque ese recuerdo se ha desvanecido, durante aquellos años de finales del siglo XIX y la primera mitad de la centuria subsiguiente, Pyongyang -la actual capital norcoreana- se ganó el apodo de ‘Jerusalén’ del Norte de Asia por el gran número de templos cristianos, seminarios, escuelas regentadas por religiosos y miembros de esa comunidad que acogía. La Sociedad de Misioneros Católicos Americanos (la segunda denominación de los Maryknoll) se estableció allí en 1923 y llegó a tener casi 90 sacerdotes. Toda esa era acabó en tragedia. Con la división de la Península y la implantación de un régimen prosoviético en el norte, los movimientos cristianos se convirtieron en «el núcleo de la resistencia al régimen comunista» -como aseguraba un informe de la inteligencia estadounidense en 1946, citado por Suzy Kim en su libro Vida diaria en la revolución de Corea del Norte (1945-50)- y las fuerzas leales al nuevo dirigente, Kim Il Sung, reaccionaron con una brutal represión.
Sacerdotes ejecutadosLos clérigos católicos huyeron al exilio, fueron ejecutados o internados en prisión, y las posesiones de esa confesión confiscadas. El propio obispo de Pyongyang, Francis Hong Yong-ho, permanece «desaparecido» desde esa fecha, según admitió el Vaticano en 1962.
Con estos antecedentes históricos y la creciente rivalidad que enfrenta a Washington y Pyongyang, la condición de estadounidense y religioso católico podrían entenderse como razones suficientes para impedir o desaconsejar la presencia de Hammond en el opaco Estado asiático, pero lo cierto es que el misionero atesora más de 50 viajes a ese país, desde que acudió allí por primera vez en 1995, adonde ha seguido viajando unas dos veces por año para tratar a enfermos de tuberculosis.
«Para nosotros es como peregrinar a un territorio sagrado. La palabra de Jesucristo dice que teníamos que estar donde hay sufrimiento. Algunas personas nos critican y nos preguntan por qué no les hablamos sobre derechos humanos. Nosotros no ponemos condiciones al amor. ¿Cuál es el mayor derecho humano? No es el derecho a la vida. Eso es lo que hacemos. Salvar vidas. Hay veces que predicas con la palabra y otras con los hechos», opina el miembro de la orden Maryknoll en su despacho de Seúl.
El primer contacto de Hammond con Corea del Norte se produjo durante los años de lo que Pyongyang apoda «la Ardua Marcha», la devastadora hambruna que acabó con la vida de cientos de miles de norcoreanos. «Pyongyang pidió ayuda internacional y organizaciones como Cáritas y el Servicio de Asistencia Católico contactó con los Maryknoll. Distribuimos 70.000 toneladas de alimentos y recorrimos todo el país. La situación era realmente difícil. Era muy obvio que la nación estaba sufriendo», añade Hammond.
Al misionero no le sorprendió aquella coyuntura. Cuando llegó por primera vez a la Península en 1960, Corea del Sur se encontraba todavía sumida en una devastación casi absoluta pese a que las hostilidades con el Norte habían concluido siete años antes. El religioso rememora los miles de refugiados que se encontraban en las calles, los huérfanos, el hambre y la pobreza generalizada. «Todo nuestro trabajo consistía en repartir ayuda a los refugiados. Era algo muy similar», asevera.
Una vez que las autoridades norcoreanas consiguieron superar la crisis de los 90, Hammond permaneció vinculado al trabajo de asistencia en ese mismo país incorporándose a los grupos de religiosos cristianos que participan de forma voluntaria en la distribución de medicinas para luchar contra la tuberculosis (TB), que apadrina la Fundación Eugene Bell.
250.000 tuberculosos
Durante las últimos dos décadas la ONG, de inspiración cristiana, ha tratado acerca de 250.000 pacientes de esta dolencia y desde 2007 se ha centrado en la distribución de medicamentos contra la TB resistente. «La TB resistente sigue aumentando en Corea del Norte. Hablamos de un país donde todavía hay tasas significativas de malnutrición y donde la población está muy debilitada. Es un entorno perfecto para que se difunda», aclara Hammond.
El padre Maryknoll exhibe otra colección de instantáneas que aluden al último desplazamiento que realizó entre el 7 y 28 de noviembre pasado, donde visitó cuatro provincias del entorno de Pyongyang. Las copias muestran las pruebas que realiza el equipo foráneo en colaboración con los servicios sanitarios norcoreanos. Hammond se encarga de recoger los esputos que depositan los enfermos en cubetas especiales. Se le ve cubierto con una mascarilla. Una de las instantáneas deja ver a un paciente que incapaz de llegar hasta el puesto móvil tiene que ser trasladado a hombros por otro vecino del área.
«La tuberculosis es muy contagiosa. Ayudamos a 12 centros en esas provincias, pero sigue siendo insuficiente. Tenemos capacidad para tratar a 2.000 enfermos por año pero cada temporada se registran 5.000», comenta el misionero.
La presencia de este grupo de voluntarios cristianos en una nación donde la fe casi excluyente que apadrina el poder es la ideología Juche -una mezcla de comunismo y pleitesía absoluta al liderazgo de la familia Kim- podría parecer un hecho insólito pero Hammond incide en que su condición de sacerdote nunca le ha generado problema alguno.
En parte, reconoce, porque la mayoría de los norcoreanos «no sabe lo que es un sacerdote, no entiende el concepto» tras casi siete décadas sin tener contacto con religiosos. «Nunca escondemos nuestra condición religiosa y a veces vamos vestidos con el hábito. Está prohibido hacer proselitismo pero comemos con ellos, trabajamos con ellos. Se trata de ver su rostro humano y no el que nos pintan los medios de comunicación», puntualiza.
Seguir al Papa
La labor del clérigo le reportó el año pasado el principal galardón que otorgan los Caballeros de Colón, la mayor organización laica de fraternidad católica, un premio que también han recibido personajes como la Madre Teresa de Calcuta. Él intenta restar significación a su desempeño. «Sólo sigo las palabras del papa Francisco. La Iglesia debe ir a la periferia».
La asistencia humanitaria que protagonizan Eugene Bell y misioneros como Hammond se ha visto complicada en los últimos años por el entramado cada vez más estricto de las sanciones adoptadas por Naciones Unidas y las unilaterales que apadrina Estados Unidos.
Hammond muestra los dos pasaportes que se ve obligado a utilizar desde que Washington prohibió viajar a Corea del Norte a la mayoría de sus ciudadanos el año pasado.
«Ahora tenemos que recibir un permiso oficial y un pasaporte especial en cada ocasión. Sólo sirve para un único desplazamiento y queda anulado. También nos hacen firmar un documento que exonera a EEUU de cualquier daño que podamos sufrir durante el viaje», precisa.
El estadounidense se encuentra todavía a la espera del siguiente consentimiento oficial que le permitiría obtener un nuevo documento para acudir en mayo a la siguiente ronda de distribución de medicamentos.
«Todo es incertidumbre. Nada les obliga a darme ese pasaporte. Hice la petición en diciembre, estamos a finales de enero y no tengo respuesta alguna», observa el religioso.
La semana pasada la ONG Amigos Cristianos de Corea alertó sobre el bloqueo durante dos semanas en el puerto chino de Dalian de dos contenedores repletos de material higiénico utilizado en el tratamiento de los pacientes afectados por tuberculosis porque, además de gasas y otros utensilios ad hoc, llevaban cortauñas.
Otro grupo similar, el Comité de Servicios de Amigos Americanos, está encontrando dificultades similares para enviar palas, trilladoras o mezcladores de abono, destinados a los proyectos agrícolas que apoyan en la nación asiática.
Ayuda esencial
En declaraciones a la agencia AP, Linda Lewis, una portavoz de este movimiento cuáquero, opinó que «las sanciones no deberían tener impacto en el bienestar de los ciudadanos normales. No deberían bloquear nuestro trabajo por cuestiones políticas». «Ahora no podemos enviar palas, nada hecho de metal», añadió cuestionando al mismo tiempo el uso militar que pueda tener ese instrumento.
El pasado mes de diciembre el responsable de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Raad Al-Hussein, advirtió de que la ayuda humanitaria es «literalmente un salvavidas» para cerca de 13 millones de norcoreanos que hoy se encuentran en una precaria situación y dijo que «las sanciones podrían afectar de forma adversa a esta ayuda esencial».
El máximo representante de la ONU en Pyongyang también alertó en octubre de que el entramado de castigos internacionales está generando un sinnúmero de dificultades añadidas para las agrupaciones implicadas en este esfuerzo humanitario.
«Productos de ayuda básicos, incluidos equipos médicos y medicamentos, han sido bloqueados durante meses pese a disponer del papeleo requerido que probaba que no estaban en la lista de elementos bajo sanciones», escribió en una misiva dirigida al consejo que controla las sanciones a Pyongyang.
Unicef, el fondo de las Naciones Unidas para la infancia, también se sumó esta semana a esta serie de avisos al indicar que los efectos colaterales del bloqueo impuesto en torno a Corea del Norte están provocando el retraso en el envío de ayuda humanitaria a los pequeños de ese país que sufren carencia de alimentos.
«Nuestra estimación es que durante este año 60.000 niños sufrirán malnutrición aguda. Es un estado que potencialmente puede significar la muerte», insistió Manuel Fontaine, un alto cargo de esa ONG.