Las casas de Manabí se han convertido en «ataúdes» de cemento y ladrillo.
La provincia de Manabí es una de las zonas más afectadas por el seísmo de 7,8 grados que sufrió la costa de Ecuador. La tragedia ha dejado hasta ahora 499 víctimas mortales, pero podría ascender hasta el millar ya que hay más de 4.000 heridos, muchos muy graves. «Además es una zona rural de difícil acceso en la que todavía no se han contabilizado los desaparecidos. De momento se ha trabajado solo en los núcleos urbanos», indica a ABC Gustavo Cortez, editor de «El Universo», uno de los principales diarios de Ecuador, tras visitar la región.
Muchas de estas víctimas han perdido la vida aplastados o tras quedar atrapados por el derrumbe de sus viviendas. El propio presidente, Rafael Correa, achacaba el lunes, durante un recorrido por las zonas afectadas, a las «malas construcciones» y los errores estructurales el elevado número de muertos y señalaba como responsables de esto a «los gobiernos locales». Pero ellos no son los únicos, ni siquiera los primeros. «También es cierto que desde hace ocho o nueve años hay un Ministerio de la Vivienda entre cuyas funciones estaría regular eso», indica. Y, ¿se está haciendo? «Si le preguntamos a ellos, seguro que dicen que sí; pero si le preguntamos a los equipos de rescate le dirán que no. Pero ya se sabe que a los políticos les gusta echarle la culpa al otro. Si hay corrupción en la entrega de licencias, es algo que hay que investigar. Desde luego es algo que no está controlado, ahí están los edificios derrumbados», asegura Cortez.
El terremoto ha sido tan mortífero porque la mayoría de los edificios de las zonas afectadas «son construcciones hechas con cemento y ladrillo, muy pesadas, muy difíciles de remover», explica Cortez, que conoce bien la provincia de Manabí. «Las personas que están atrapadas tienen que esperar a que las saquen con maquinaria».
Inseguridad en Ecuador
El problema de estas construcciones es una consecuencia directa de la «inseguridad» que vive Ecuador. «La gente construye con cemento, ladrillo y hierro porque quiere que su casa sea segura frente a los ladrones. Pero cuando llega un terremoto esa estructura pesada le cae encima y le mata». Este tipo de edificaciones está autorizada por los gobiernos locales, a quienes Correa responsabiliza de la magnitud de la tragedia sin reparar en que existe un ministerio con competencias.
Pero hay un problema añadido. «Antiguamente, durante muchos años, ha habido corrupción en la entrega de las autorizaciones para construir. Hay mucha gente que en lugar de contratar a profesionales para levantar un edificio lo hace con personal no cualificado, más barato, pero que no sabe hacer los cálculos adecuados. «Evidentemente hay quien les ha permitido hacer esto». El editor alaba el trabajo de los albañiles, «gente muy capaz», pero reconoce que muchos prescinden del arquitecto y del ingeniero. «Así el dueño de la obra se ahorra pagar ese dinero. Y como resultado los edificios no están equilibrados y se han arrodillado. Las bases han quebrado. Se trata de un problema de hace décadas, pero que no se ha solucionado».
Es en catástrofes como esta cuando se verifica la calidad de las infraestructuras de un país. «Si usted compara con otros países que están en el cinturon de fuego del Pacífico, incluido EE.UU., las edificaciones están hechas con cemento y madera». Algo que en Ecuador no se aplica por razones de seguridad. «La gente busca sobre todo estar seguro, que un ladrón no dé una patada y pueda entrar. Es por esto que parece existir como un pacto tácito para levantar casas muy fuertes y pesadas. Y las casas se convierten después en un ataúd».
Miedo a los pandilleros
Esta costumbre de construir con cemento y ladrillo estuvo a punto de cambiar, pero el miedo lo impidió. Hace unos años se intentó introducir el uso de materiales prefabricados: «un hormigón muy liviano al que le ponen dentro espuma. Se hace con ella la construcción y luego la revisten de cemento», explica Cortez. El problema surgió cuando bandas como los Latin Kings «tomaron como deporte por las noches, mientras los constructores levantaban durante el día estas edificaciones novedosas, practicar en ellas karate y patearlas hasta derribarlas».
Al ver esto, la gente rechazó estos nuevos materiales, ideales para que si se te cae encima no te mate, y siguió pidiendo las casas tradicionales que les dan más seguridad y mantienen alejados a los pandilleros. Estas casas que pretendían salvaguardar el bienestar de sus ocupantes, el pasado sábado se convirtieron en tumbas para centenares de personas. A las pérdidas de vidas humanas se suman las ecónomicas, que rondan los 3.000 millones de dólares, según indicó ayer el propio Correa.