El acuerdo al que han arribado Argentina y España para zanjar la cuestión REPSOL-YPF tiene aspectos destacables y otros no tan claros. En lo referente a la posición internacional del país, el fin del conflicto por la petrolera hispana deja, sin dudas, alguna una buena señal para los mercados. Otra cosa son las consecuencias futuras de la cuestión.
El precio acordado, la exacta mitad entre lo que ofrecía nuestro gobierno y lo que exigían los españoles, habla a las claras de una solución salomónica, que siempre es el punto ideal en cualquier acuerdo surgido de una negociación. El “fifty-fifty” logrado no puede ser tomado de ninguna manera como el triunfo de una de las partes; máxime cuando todo indica que ambos litigantes estaban pensando en sus necesidades más allá de una cifra determinada.
Argentina sabe que el yacimiento de Vaca Muerta, el más grande del país y uno de los tres más importantes del planeta, significa el retorno a un autoabastecimiento perdido por las políticas irresponsables del menemismo y el kirchnerismo. Y sabe que, por añadidura, representa una sangría que el próximo año llegará a los U$S 14.000.000 millones. Pero también sabe que esos 220.000 barriles de petróleo quedarían allí enterrados si no lograba un acuerdo de participación con alguna empresa que tuviese disponibles los fondos necesarios para su explotación.
Y la demanda que inició REPSOL en el CIADI planteaba una fuerte limitación al interés de terceros no involucrados para poner su dinero. Un fallo adverso a nuestro país (coleccionista de ese tipo de dictámenes en estos años) podría representar millonarios compromisos, que recaerían sobre el nuevo socio y, por lo demás, detendrían la explotación.
Demasiado riesgo para una inversión medida en miles de millones de dólares.
PEMEX, la petrolera mexicana interesada en participar del proyecto de Vaca Muerta, descubrió que en su mediación podía encontrarse con el más brillante negocio de toda su historia. Y en una fina “pinza” diplomática convenció a los contendientes de algo tan evidente como beneficioso: el enfrentamiento dejaba a ambos fuera de un negocio espectacular, la asociación servía a los intereses de ambos. Y la paz llegó; cara, pero llegó.
Argentina deberá enfrentar una sangría de reservas del orden de los U$S 1.500 millones; aunque las autoridades de Economía se negarán obstinadamente a reconocerlo. Y asumirá otros U$S 3.500 en certificados de deuda que, en el caso de no ser pagados en tiempo y forma, representarán una fuerte pérdida de posicionamiento accionario frente a REPSOL. En definitiva, los españoles saben que están haciendo un negocio que, por cumplimiento o incumplimiento, siempre les será beneficioso. Y saben, también, aquello de “un mal arreglo es mejor que un buen juicio”.
Existe, además, otra cuestión que aconseja apurarse a cerrar la pelea y comenzar el camino conjunto: el fracking, mecanismo para la extracción de hidrocarburos no tradicionales, está sufriendo serios cuestionamientos en el mundo entero. Y si hasta el momento no ha llegado la orden de frenar este tipo de explotaciones, se debe pura y exclusivamente al hecho de que su utilización le permitirá a los EEUU ser autosuficientes en materia energética por primera vez en su historia y en un plazo que no superará el año 2035.
Es decir que mientras sea del interés norteamericano o no ocurra un accidente de proporciones suficientes como para posar en la cuestión la atención mundial, está todo bien. Y Vaca Muerta es fracking en estado puro.
Argentina está, entonces, ante un cúmulo de buenas posibilidades, no exentas de algunos problemas puntuales. Las oportunidades suponen la certeza de que en un lapso relativamente corto el país retornará al tan ansiado autoabastecimiento, y ello redundará beneficiosamente en dos aspectos: por un lado, el drenaje de divisas con destino a la compra de energía debería ser cada vez menor, hasta desaparecer; por otro lado, la caída de ese ítem del gasto público debería también influir en la baja de por lo menos 2/3 puntos de la inflación actual. Ambas metas, posibles a partir del fin del conflicto, son tan deseables como necesarias para nuestro país.
Otras señales luminosas
Paralelamente, el Gobierno ha hecho público su deseo de revisar profundamente los mecanismos de medición del INDEC, algo que venía siendo exigido por todos los organismos internacionales, con el FMI y el BM a la cabeza. Un dato no menor, si se tiene en cuenta que hasta ayer nomás Cristina y sus muchachos desoían todos los llamados que ahora parecen querer atender prestamente.
Al mismo tiempo, y aunque aún sin suerte, se intenta llegar a un acuerdo con los holdouts. Y las negociaciones se hacen en forma pública y ostentosa, de manera tal que el esfuerzo no pase desapercibido para nadie, sobre todo para la justicia y el gobierno norteamericanos.
Y aunque por el momento sea el paso más dubitativo y menos convencido, es claro que se comienza a tomar distancia de la alianza carnal con la bolivariana Venezuela, a la que se seguirá acompañando en todas aquellas cosas que no representen un disparate internacional. Y esto, hasta no hace tanto, parecía imposible de entender para nuestros gobernantes.
Todas, señales de una administración que entendió que iba por el mal camino. Aunque a esta altura no podamos todavía saber si lo hace por convicción, tardía pero convicción al fin, o por necesidad. Si ocurre por lo primero, Argentina podrá beneficiarse de una nueva ola de crecimiento mundial que, aún algo lejana, ya comienza a mostrar los primeros síntomas de vitalidad. Si por el contrario, es puro maquillaje y oportunismo desesperado, no importa cuánto nos ofrezca el mundo y qué posibilidades se abran ante nuestros ojos, volveremos a fracasar como cada vez que el populismo y su torpe voluntarismo se adueñó de la realidad.
Y que sean justamente “los campeones del relato” los encargados de resolver esta cuestión, no es muy tranquilizador para nadie.