Para muchos, el deporte forma parte de la vida cotidiana. Pero en los sectores más vulnerables, el papel del Estado resulta fundamental a la hora de poner en práctica el desarrollo del deporte social como herramienta de inclusión.
La concreción de programas en deporte social en las esferas del Estado será posible solo si se pueden incorporar a la organización de las agendas políticas. Si se les otorga prioridad y se revisten de la importancia que nosotros creemos que la disciplina tiene, podrán convertirse en programas que formen parte de las políticas públicas de las áreas de desarrollo humano de cualquier gobierno.
En los últimos años del siglo XX se produjeron grandes transformaciones en el funcionamiento económico de la Argentina, que culminaron en un nuevo diseño de las relaciones con el Estado y la economía. Todas estas nuevas formas de funcionamiento mostraron un evidente crecimiento económico continuo, superior al de la década de 1980. Pero la irregularidad de sus beneficios ha traído aparejada, en general, una creciente desigualdad en las condiciones de vida de la población; y en particular, graves problemas de empleo, así como el crecimiento y la extensión de la pobreza, generando estos fenómenos estudios sociales para determinar las incidencias de los “nuevos pobres”.
En este contexto, la política social salta al centro de debate. Surge a consecuencia de las graves desigualdades que se observan en el tejido social, y aparece la pregunta acerca de cómo sería posible una equitativa distribución del crecimiento del PBI en todos los sectores de la población. Se habla, entonces, de eficientes políticas sociales. ¿Pero de qué política social se trata?
La respuesta sería tan amplia y variada que haría perder sentido al objetivo de esta nota, que no es otro que el de centrar en su justo valor la responsabilidad estatal frente a la promoción del deporte y los límites que en esa tarea deben ser respetados cuando se trata de disponer de los escenarios que, con fondos del erario público, han sido construidos con un fin determinado: el desarrollo de actividades deportivas.
La presencia del deporte en las políticas de inserción no está muy divulgada, y no son muy abundantes las iniciativas que se han emprendido en este terreno. Sin embargo, existe una opinión generalizada entre los expertos que destaca la creencia en las virtudes de la actividad física como vehículo para la integración social. Estas virtudes están fundadas en la concepción del deporte como cultura, es decir, como generador de sentido y de creatividad para quien lo práctica. La actividad deportiva sería, así, un medio que permitiría reforzar los procesos de socialización, de integración o reintegración de colectivos amenazados por dinámicas de marginación.
Estos atributos socialmente positivos de la actividad física han sido recientemente destacados por las instituciones responsables del diseño de políticas sociales, y han comenzado a cristalizar algunas investigaciones que abordan el estudio de la aplicación del deporte en el tratamiento con poblaciones socialmente desfavorecidas.
La actividad deportiva permite que una persona sea protagonista del juego en el que está participando. La mayoría de nosotros queremos dejar de ser espectadores y poder ser protagonistas. El deporte, cualquiera sea el que se practique, tanto individual como grupal, permite que el participante pueda tener un lugar de acción, de movimiento, de compromiso con el objetivo del juego. La ayuda de cada deportista para lograr ese objetivo incluye a distintas personalidades y la unión de tales para lograrlo. Los niños y jóvenes en sectores de riesgo social o ya totalmente marginados, ven la realidad desde afuera.
El resentimiento por ese mundo que los excluyó es la principal causa de las prácticas delictivas y violentas. El deporte es la oportunidad de sentirse “parte” de alguna actividad. Los hace protagonistas del juego que, aunque no signifique ser protagonistas de su vida diaria tal como desearían, es un comienzo. Puede generar en ellos una visión distinta de su lugar en el mundo: si pueden ganar en el juego, pueden hacerlo también en alguna otra incursión. El dejar de ser espectador, o lo que sería ideal, dejar de crecer sin serlo, incentiva a una vida con expectativas de cambio; de alguna forma, le puede otorgar un sentido a esa difícil situación de estos participantes.
El deporte es toda actividad física realizada por cualquier persona por su gusto al ejercicio, a la recreación o para lograr resultados competitivos. Y persigue como objetivo el promover el desarrollo físico, mental, social y cultural de la persona en forma positiva. Tiene características fundamentales como la participación, el protagonismo, la libertad de acción y elección, la igualdad de posibilidades y el libre acceso. Su práctica se halla a disposición de todas las personas, sin distinción de edades y con un sentido lúdico y de esparcimiento. Genera amistad e integración, sentimiento cooperativo y sensación de protagonismo.
Cada deportista triunfa en la medida de sus posibilidades y ante sí, frente al desafío que él mismo se fija. A diferencia del deporte convencional, los alcances y objetivos del deporte social apuntan a una mayor integración, no a la competitividad y al alto rendimiento. Como también hace referencia el Programa Nacional de Deporte Social de la Nación, el deporte social incorpora personas sin distinción de raza, sexo, edad, condición física, social o étnica, y con un carácter propicio para el desarrollo personal y social.
El Estado debe proporcionar actividades que brinden las condiciones necesarias para encontrar en sí mismos las oportunidades que le permitan desarrollarse como personas íntegras. Si este objetivo se cumple, es beneficioso para el Estado mismo, porque genera políticas públicas complementarias a las tradicionales que atienden a los problemas más estructurales.