El velocista argentino de 88 años: “Me gustaría tener más competidores de mi edad”

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Isidoro Suller | A los 80 y 85 años logró el récord nacional de veteranos y sueña con repetir este año su marca. El cronómetro, dice, es su mejor entrenador. En esta nota, cuenta sus expectativas y cómo arma sus rutinas.
Isidoro Suller está siempre pendiente de sus rutinas de entrenamiento, del tiempo cronometrado en cada pique y, especialmente, de cómo restarle segundos a sus propias marcas.

Habla durante la entrevista de las expectativas que tiene para la próxima carrera y de cuánto espera mejorar en los próximos tres meses, que serán de preparación intensiva. Pareciera no dejar de pensar en el resultado que quiere alcanzar y en cómo lograrlo.

En sus palabras y pronósticos se nota el mismo nivel de intensidad y adrenalina que en los runners recientes. Sin embargo, su fanatismo es anterior a cualquier moda, y su edad duplica a la de la mayoría de los deportistas del circuito.

Orgulloso y hasta él mismo sorprendido, repite más de una vez que tiene 88 años y que el cuerpo “le responde muy bien” al ritmo de ejercicios que él mismo dosifica y sigue sin excusas.

“Empecé a correr en el año 51. Pero al poco tiempo abandoné porque no me iba demasiado bien y no podía dedicarme. Pude retomar en el 80 y desde ahí casi no tuve interrupciones”, resume con precisión.

Su especialidad es la velocidad y sigue desafiándola, dejando de lado deterioros y bajones. Es que a los 80 y a los 85 años Isidoro llegó alrécord nacional en 100 metros dentro de su categoría.

Su marca estelar  fue 15.8 segundos y sueña con repetirla. “Si pudiera hacer ese número en el próximo campeonato quedaría primero a nivel mundial. Pero ahora llego a la meta en 19 segundos y algunas centésimas. No pierdo las esperanzas de superarme. Para eso, tengo que insistir en la velocidad. Sé que de a poquito uno mejora y que cada décima y centésima de segundo valen”, calcula.

Para poner a prueba su rendimiento, Isidoro participa todos los años en el campeonato nacional de veteranos que se hace en diferentes provincias. Es su momento más esperado. Aunque su frustración es no contar con contrincantes de su camada. “Me gustaría que fuéramos más inscriptos de mi misma edad. Es lindo tener rivales. Pero quién va a querer correr a los 88 años. Hay un participante de 80 que me saca unos segundos. Estamos muy cerca en el tiempo. Pero, claro, yo tengo ocho años más”.

Pura constancia

Más allá de sus genes privilegiados, el secreto de Isidoro es su pasión por el entrenamiento. Día por medio viaja en colectivo desde Once hasta el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportiva), y completa una hora y media de práctica, entre trote e intervalos.

“Hago un pique de 100 metros, descanso cinco o seis minutos, hasta que me recupero, vuelvo a correr otros 100 metros y calculo si el tiempo fue más corto”, enumera. Luego, continua con una secuencia similar en 80 metros y termina con corridas de 50 metros, “de velocidad pura”, y una serie de estiramientos.

El mismo arma estas secuencias y regula la intensidad. “Entreno solo desde hace tiempo y me siento bien así. Mi maestro es el cronómetro. Lo llevo en el cuello o en la mano derecha. Lo pulso cuando largo y cuando llego, y ahí me fijo cómo estuve”, especifica.

Para los tramos más largos, usa zapatillas de lona convencionales (nada de modelos con cámara de aire ni otra tecnología que amortigüe las pisadas) y cuando recorre menos metros, busca los zapatos con clavos que reserva para las competencias.

Si el tiempo no acompaña, en cambio, hace algunos ejercicios en la habitación del hotel donde vive o en una plaza que tiene más a mano.

Además, es un alumno fiel de las clases de gimnasia del Centro Integral para Adultos Mayores de Amia. “Me sirven mucho como complemento. Todos los deportistas necesitamos trabajar los músculos. Y si estás frente a la profesora, sí o sí tenés que hacer la rutina”.

Cuidar la máquina

Con tanto desgaste, sabe que su alimentación debe ser variada y completa. De lunes a viernes, almuerza gratis en el comedor de Amia -un beneficio que brinda la entidad a los adultos mayores-, y los fines de semana compra comida por peso. “Esos días me doy algunos gustitos, pero midiéndome en las cantidades. Algunas veces me sirvo un puñado de papas fritas, que me encantan, y ensalada o carne. Me gusta alternar”, cuenta. De vez en cuando, además, toma una copa de vino, Coca- Cola o café liviano.

“Leí mucho sobre el tema. La nutrición es fundamental para el rendimiento. Porque la comida es para las personas como el combustible para un auto. Depende de la calidad de la nafta, cómo va a funcionar”, sintetiza.

Tampoco deja de lado los chequeos médicos de rutina. Los valores básicos, asegura, son casi impecables. Algo que hasta sorprende a su médico de cabecera. “Pero no tuve suerte con los últimos tres cardiólogos que fui a ver. No porque hubieran encontrado un problema. Si no, porque no están de acuerdo con su  exigencia física. Claro, porque con mi edad, no me van a decir que estoy apto para correr. Pero si yo me hago responsable qué problema hay”, dice con una lógica imbatible.

Según él, esa energía que lo lleva a cumplir lo que se propone, viene de una fuerza natural. Algo de eso puede haber. Pero su experiencia de vida debe haberle dado otra cuota extra. Porque Isidoro tuvo una infancia con carencias, en el campo, y ni bien llegó a Buenos Aires empezó a trabajar duro, como sastre y zapatero. Su primera mujer murió joven. Se volvió a casar hace algunos años y al poco tiempo volvió a enviudar. “No tuve la suerte de tener hijos. Pero estoy en contacto con la familia de mi segunda esposa. Me invitan a los cumpleaños y reuniones. Me tratan como a un abuelo”, dice.

¿Por qué su pasión por correr? “Porque si hago buenas marcas quiere decir que el cuerpo todavía responde”, dice contundente.