¿Sabías que la primera descripción de una máquina especialmente diseñada para viajes espaciales apareció en un libro publicado en 1657?
Se trataba de una caja lo suficientemente grande como para alojar a un pasajero, con un techo de cristal hueco en el que unos espejos enfocaban los rayos del Sol.
El aire caliente dentro del cristal se elevaba y salía por un tubo en la parte superior, y para compensar entraba aire desde abajo.
Esa aspiración de aire, señalaba el inventor, impulsaba la máquina hacia arriba.
Así es como describió el despegue:
“De repente sentí que me temblaba el estómago, como el de un hombre levantado por un aparejo. Iba a abrir la escotilla para descubrir la causa de esa sensación, pero al estirar la mano, noté a través del agujero en el piso de mi caja que mi torre ya estaba muy lejos debajo de mí, y mi pequeño castillo en el aire, empujado hacia arriba bajo mis pies, me dio una visión momentánea de Toulouse hundiéndose en la Tierra”.
Aunque no está del todo claro cómo funcionaría esa propulsión impulsada por vacío, llama la atención que alguien estuviera especulando sobre viajes espaciales a mediados del siglo XVII.
¿Quién era esa persona que imaginó un vehículo para explorar nuevos mundos lejos de la Tierra?
Era un francés cuyo nombre posiblemente te sonará conocido: Cyrano de Bergerac.
Pero no estamos hablando del personaje de nariz grande representado por Gérard Depardieu en la película con ese nombre de 1990, ni por Steve Martin en el filme de 1987 “Roxanne”.
Cyrano de Bergerac fue una persona que realmente vivió en la Francia del siglo XVII.
Y su vida fue, en ciertos sentidos, mucho más interesante que la del de la comedia romántica.
Poeta, dramaturgo, pensador y libertino
Se llamaba Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, y realmente no venía de Bergerac, simplemente adoptó el elegante título porque su familia parisina tenía una pequeña finca en Gascuña.
Fue un soldado, jugador y duelista que se retiró de las hazañas militares a causa de sus heridas alrededor de 1639, a la edad de 20 años.
Así que estudió en la universidad y, a juzgar por sus obras, estaba bien versado en los debates filosóficos y científicos de su época.
Ensayó muchos géneros. Escribió obras de teatro, de las cuales su contemporáneo Molière robó una escena. Hubo sátiras políticas y hasta publicó una colección de cartas de amor ficticias, que se burlan de la solemne elocuencia amatoria por la que se distingue el personaje ficticio que lleva su nombre.
Pero quizás sus trabajos más exitosos fueron dos libros, llamados “Los estados y los imperios de la Luna” y su secuela, “Los estados y los imperios del Sol”.
Ninguno fue publicado durante la corta vida de Cyrano, pero fueron impresos por uno de sus amigos dos años después de su muerte en 1655.
Como la Utopía de Tomas Moro o los Viajes de Gulliver, se burla de la civilización europea aprovechando encuentros con extraños, en esta instancia, extraterrestres.
Pero además, las fantasías sobre los vuelos espaciales de Cyrano de Bergerac dejaron un legado científico y tecnológico.
Cuando Galileo descubrió la Luna
Aquello de viajar a la Luna no fue una idea completamente original de Cyrano.
Desde que, en 1610, Galileo Galilei había sorprendido a todos con un pequeño libro que describía lo que había visto al girar su telescopio hacia ese satélite natural de la Tierra, hubo furor por visitarlo.
La Luna, había anunciado el científico italiano, no es la esfera suave y perfecta como el filósofo griego Aristóteles había dicho que era. Es un mundo como el nuestro.
“Tiene montañas y valles”, dijo Galileo, “claramente evidentes en las sombras que se proyectan cuando el día lunar se encuentra con la noche”.
Todos hablaban del nuevo mundo de Galileo, y algunos escritores lo consideraron una especie de segundo Cristóbal Colón, un descubridor de nuevos horizontes.
El español en la Luna
El precursor más conocido de las ficciones de Cyrano fue un libro escrito alrededor de 1628 por un inglés llamado Francis Godwin, quien, dado que era obispo de Hereford, demostró que acoger la nueva imagen del cosmos propuesta por Galileo no tenía que estar en conflicto con las creencias religiosas.
El libro de Godwin se llamaba “The Man in the Moon” o “El hombre en la Luna”. Su héroe es un español llamado Domingo Gonsales, y viaja de una manera espectacular: enganchando un carruaje a una bandada de gansos salvajes que migran entre la Tierra y la Luna.
Había quienes pensaban que realmente había tales migraciones de animales, pues en ese entonces nadie sabía que el espacio carecía de aire.
Pero la fantasía de la Luna de Cyrano es más ambiciosa.
Es una sátira en la que las costumbres y los rasgos de las sociedades con las que se encuentra el viajero son exageraciones o inversiones de las nuestras, demostrando que, al fin y al cabo, todas son arbitrarias.
Ese es el tipo de ideología que la Era de la Exploración había producido al desafiar las certezas antiguas.
Irónico e irreverente
Contamos con detalles incompletos sobre el verdadero Cyrano de Bergerac, pero a juzgar por sus libros era un personaje irónico, irreverente, pero también inteligente y de mentalidad amplia.
Es más, el intrépido héroe de Cyrano probablemente era un autorretrato, pues su nombre es prácticamente un anagrama: Dyrcona.
Dyrcona hace sus primeros viajes en una embarcación hecha de botellas de rocío, basada en la idea de que el rocío se evapora porque hay una especie de atracción hacia el Sol. Ese plan falla, y se estrella en Canadá.
Sin embargo, luego logra llegar a la Luna gracias a una fuerza de atracción entre la Luna y la médula ósea que Dyrcona se había frotado en sus moretones para curarlos.
Aunque eso suena como pura superstición medieval, es más bien una expresión de las dudas sin aclarar de la época.
Los filósofos naturales aún no entendían bien las fuerzas en la naturaleza.
Se pensaba, por ejemplo, que la fuerza misteriosa que hace que una brújula apuntara hacia el norte demostraba que la Tierra misma era un imán gigante: una idea bastante loca, que resultó ser cierta.
A esos mismos protocientíficos les desconcertaba la fuerza de la gravedad, que se parecía al magnetismo.
Entonces, por supuesto que la Luna no atrae la médula ósea, pero dado que otras fuerzas invisibles de la naturaleza parecían tan fantásticas y extrañas, no era raro que lo consideraran.
Reto a lo sagrado
A lo largo de sus viajes, Dyrcona mantiene constantemente debates filosóficos con otros personajes sobre ideas científicas.
En Canadá, discute con el virrey si la Tierra está en el centro del Universo, como dijo Aristóteles, o el Sol, como insistía Galileo.
La misma nave espacial de vacío que Dyrcona usa para ir al Sol desafiaba la idea de Aristóteles de que el vacío era imposible en la naturaleza, un asunto que en esa época provocaba feroces discusiones entre los filósofos naturales.
A Dyrcona esa idea se la había transmitido en la Luna nada menos que Domingo Gonsales, el héroe del libro anterior de Francis Godwin, quien -en un maravilloso fragmento de meta-narrativa- aparece como una especie de mascota del gigantesco hombre-animal que gobierna la Luna.
Gonsales le confiesa a Dyrcona que dejó la Tierra desesperado pues la Inquisición española había reprimido sus puntos de vista antiaristotélicos.
Copos de nieve en llamas
Cuando Dyrcona regresa a la Tierra, escribe “Los estados y los imperios de la Luna” y lo acusan de ser un hechicero, por lo que parte en su caja de vacío a visitar los estados y los imperios del Sol, una “tierra tan luminosa” -dice- “que se parece a copos de nieve en llamas”.
Descubre que esa luminosa tierra es el lugar al que van las almas después de que la gente muere en la Tierra.
Y, mientras que la mayoría de las almas se funden con el Sol, las de los filósofos sobreviven. En las últimas oraciones del segundo libro, que Cyrano de Bergerac nunca pudo terminar, Dyrcona inicia un diálogo con uno de los filósofos famosos.
“Hay muchas cosas que leemos en sus libros que nos hacen pensar ‘¡Qué moderno!’ pero que en esa época eran peligrosas”, le comenta a la BBC Mary Baine Campbell de la Universidad Brandeis en Massachusetts, Estados Unidos.
“En esos tiempos, la gente estaba interesada en la gravedad, pues querían salir del planeta pero sabía que había algo que no lo permitía.
“Aunque algunos de los métodos que Cyrano inventa para Dyrcona son cómicos -como el de las gotas de rocío-, otros -como la nave propulsada por cohetes que se iban encendiendo en etapas, y botaba las partes quemadas a medida que avanzaba-, resultaron ser cosas que ahora sabemos que funcionan.
“Además, hay datos sorprendentes, como cuando a Dyrcona le falta un cuarto del viaje para llegar a la Luna, y nota que es esta la que lo está halando. Eso, además de ser preciso matemáticamente, es muy interesante porque implica pensar que la atracción de la gravedad de la Tierra no es única y que otros cuerpos pueden tenerla.
“Pero al escribirlo estaba insinuando una vez más que posiblemente la Tierra no era el centro del Universo.
Anotaciones de ese estilo hoy nos entretienen y asombran pero en la época eran potencialmente peligrosas”.
No obstante, Cyrano de Bergerac no murió por sus ideas.
Fue víctima de una viga suelta que le cayó en la cabeza cuando tenía 36 años.