El país más desarrollado del continente lleva más de dos décadas de asesinatos selectivos de los granjeros blancos ante la indiferencia del gobierno, cuando no son alentados desde el mismo. La violencia general, los asaltos, violaciones y asesinatos están sumiendo al país en un agujero negro de difícil salida pacífica.
Llevaba tiempo oyendo de mano de otros periodistas y amigos interesados en el tema la peligrosa situación que está viviendo la comunidad agricultora blanca de Sudáfrica -los conocidos como afrikáner o bóer, el pueblo que consiguió vencer al hegemónico imperio británico a finales del s. XIX (Primera Guerra Bóer) y que después sufrió horribles matanzas a manos de los hijos de la Gran Bretaña en los primeros campos de concentración de la Historia durante y después de la revancha que se tomó la Reina Victoria (Segunda Guerra Bóer).
Como ante cualquier otra situación semejante, la primera postura que se toma es escéptica. ¿Cómo es posible una situación así en el país más occidental, culturalmente hablando, de África? ¿Por qué no se ha informado en ningún medio sobre esto? ¿Será cierto o es una campaña desinformativa más de las muchas que ocurren a diario en todo el mundo para ocuparnos mentalmente con otros asuntos en vez de centrarnos en los verdaderos problemas?
La información accesible a través de organismos no gubernamentales es, sencillamente, demoledora. Los vídeos de grupos de autodefensa como Suidlanders que muestran el estado de anarquía que asola el país son estremecedores. Para corroborar todas estas informaciones y conocer más profundamente la situación real de los ciudadanos blancos de Sudáfrica Actuall ha contactado con Sebastiaan Biehl, investigador y periodista encargado de la comunicación de Orania, una pequeña comunidad blanca autogestionada al noroeste del país creada para protegerse de los continuos ataques por parte de la población negra.
Los comienzos de la persecución
La tensión actual es fruto de una escalada buscada por el poder. El tema se ha usado como arma política por numerosos líderes y los éxitos entre la población negra son más que evidentes aunque la tensión está llegando a puntos de guerra civil según señalan algunos analistas.
La violencia ya viene de antes, durante el fin del apartheid cuando en 1986 Winnie Madikizela-Mandela defendía la técnica del “necklacing” (poner neumáticos en llamas alrededor de los cuellos de los traidores y quemarlos vivos) para avanzar en la causa del anti apartheid. Ya entonces se pudo ver los tintes macabros que estaba tomando la situación.
El conflicto actual surge tras el fin del apartheid con la idea de partidos comunistas mezclados con supremacismo negro de llevar a cabo una expropiación masiva sin compensación de los territorios propiedad de los blancos. Aunque la idea es expropiar los métodos de producción como las granjas, el problema se ha extendido a cualquier propiedad privada por lo que algunos sudafricanos blancos vuelven a sus casas después del trabajo y se encuentran con sus casas invadidas o roban en sus tiendas una y otra vez ante la pasividad manifiesta de las autoridades, lo que lleva a muchos a dejar el país y cerrar negocios con la consecuente caída en la producción y el empeoramiento de la crisis económica. “Las expropiaciones se aprobaron en febrero y dieron un plazo de seis meses para discutir el tema por lo que antes de que acabe el verano se espera que sea ley”, explica Biehl.
El Estado ha perdido efectividad de manera evidente en los últimos 20 años. Los bóeres llevan más tiempo en esas tierras que la mayoría del resto de la población negra y las infraestructuras han sido creadas en gran parte por ellos. El partido en el poder, el African National Congress (ANC), se muestra inútil para explotarlas como es debido y llevar a cabo las reformas necesarias por la sangrante corrupción que ha llevado a la deuda del país a ser consideradada como “bono basura”.
Muchos tienen miedo de que se sigan los pasos de Zimbabue o Haití, donde al expulsar a la minoría blanca estos países dejaron de funcionar y la hambruna y las enfermedades diezmaron la población. Haití es el claro ejemplo de esto: hoy en día es uno de los países más pobres del mundo. Los blancos de Zimbabue son conocidos como rodesianos y su origen es británico, irlandés, bóer, griego y portugués.
El odio es un arma que se extiende como la pólvora, cuyas consecuencias son imprevisibles.
En 1993, el presidente de la liga joven del African National Congress Peter Mokaba -uno de los partidos políticos más radicales junto a Black First Land First de evidente influencia marxista cuyo símbolo es el puño cerrado en alto- se hizo famoso por corear la “Matad al bóer, al granjero” (Kill the Boer, the Farmer, en inglés). A pesar de que en 2003 la canción fue declarada por la Comisión de Derechos Humanos de Sudáfrica como “delito de odio”, se sigue cantando y sirviendo de motivación para asesinar impunentemente.
El 8 de mayo de 2011, su sucesor y una de las caras más populares entre los sudafricanos negros Julius Malema, dijo durante la campaña electoral que “los blancos son criminales y deben ser tratados como tal”. Esto lo dijo delante del presidente del país y de la ANC en ese momento, Jacob Zuma, y no tuvo consecuencias.
Ese mismo año, Malema fue acusado de delito de odio por repetir otra canción titulada Dubula iBhunu (Dispara al bóer, en el idioma nativo). La canción que cantan las masas enardecidas desde hace décadas, Shoot the Boer, reza así en sus primeras estrofas:
Ayasab’ amagwala (los cobardes tienen miedo)
dubula, dubula (dispara, dispara)
ayeah
dubula, dubula (dispara, dispara)
ayasab ‘a magwala (los cobardes tienen miedo)
dubula, dubula (dispara dispara)
awu yoh
dubula, dubula (dispara, dispara)
aw dubul’ibhunu (dispara al bóer)
dubula, dubula (dispara, dispara)
aw dubul’ibhunu (dispara al bóer)
dubula, dubula (dispara, dispara)
aw dubul’ibhunu (dispara al bóer)
dubula, dubula (dispara, dispara)
aw dubul’ibhunu (dispara al bóer)
dubula, dubula (dispara, dispara)
En este otro vídeo se ve a Malema cantando ‘Dispara al granjero’ pero cambiando “disparar” por “besar” para saltarse la censura:
El 5 de junio de 2012, el vicepresidente de la liga joven de la ANC, Ronald Lamola, dijo en público que los granjeros deberían “entregar sus tierras voluntariamente” y que “su seguridad no podría ser garantizada”. Pocas horas después de este discurso, mataron a una joven de 29 años de un disparo.
Recientemente, Cyril Ramaphosa -antes de ser el actual presidente de Sudáfrica- llevó a cabo una campaña del miedo contra la población blanca argumentado que si no le votaban a él “vendrían de nuevo los bóeres a gobernar”. El cuento del lobo funcionó. “Ramaphosa podría ser mejor presidente que el anterior pero también apoya la política de expropiación total a los blancos sin ninguna compensación. Estamos muy desilusionados”, dice Sebastiaan Biehl.
El pueblo convierte la matanza de blancos en un festejo:
Orania, el oasis en el desierto
La comunidad de Orania es uno de esos lugares que no se ven en otros países de Occidente donde ciertas personas pueden vivir con mucha más autonomía que lo que nuestros gobiernos en Europa o en América nos permiten. Pagan sus impuestos, cumplen las leyes sudafricanas, pero ellos se autogestionan al estar en un lugar bastante apartado de todo núcleo poblacional importante. “Estamos siempre bajo escrutinio del gobierno aunque Orania nació en 1991, lo que significa que es más antigua que la actual Sudáfrica, ya estaba aquí cuando el nuevo gobierno llegó al poder en 1994”, señala Biehl refiriéndose al primer gobierno negro del comunista Nelson Mandela.
“Siempre se ha hecho mucha diplomacia, con Nelson Mandela por ejemplo, y otros políticos. Orania es parte de Sudáfrica, no amenazamos a nadie y queremos que se nos reconozca. Los afrikáner pertenecen a Sudáfrica”, apunta orgulloso. Biehl llegó a esta comunidad hace 13 años atraído por su capacidad de autogestión y por la idea que representa: “Defender la historia, las ideas y valores de nuestro pueblo afrikáner”.
Como en cualquier otra comunidad, se han de cumplir unos requisitos. En este caso “ser cristiano, hablar afrikáner y defender su cultura”, señala, “no nos importa el color de la piel como algunos señalan, sino el que quieras de verdad pertenecer a esta comunidad”. Una afirmación que despeja las dudas sobre un posible racismo, una etiqueta muy habitual hoy en día si eres de origen europeo, pero que no se suele aplicar en sentido contrario.
La organización es primordial. “Tenemos una especie de parlamento, el Consejo Representativo de Orania, que es elegido por los adultos del lugar, pero también hay un Consejo de la ciudad que está enfocado en la organización el día, como si fuera un ayuntamiento (gestionar alojamientos, seguridad, basuras…)”, explica. “Tenemos seguridad privada por la que pagamos y también cooperamos con la policía más cercana. Prácticamente no existen crímenes en Orania y la seguridad está más enfocada al correcto funcionamiento de la comunidad que al castigar a los miembros”. El pueblo más cercano está a 40 kilómetros, su situación geográfica es peculiar.
El presidente de la comunidad es Carel Boshoff, “un tipo inteligente, educado y comedido”, según apunta Biehl. Estuvo en política y fue presentador de televisión, actualmente da también clases en el colegio.
Desde comienzos de año ha habido más de 100 ataques. Me intereso sobre la falta de seguridad. “Hay dos grandes problemas. El primero es que la policía es altamente ineficiente, hay una gran corrupción y muchas veces dan más cobertura a la ANC que a otros. El segundo es que los políticos no están comprometidos en cesar la violencia. Cuando se les plantea el problema siempre responden con que también los negros mueren. Existe ese racismo antiblanco, como que no importa que mueran personas y más si son blancas”, se queja amargamente.
Las estadísticas apuntan a un genocidio
Los asesinatos empezaron ya en 1991 con la llegada al gobierno de Nelson Mandela y en 1994 eran considerados como prioritarios para las fuerzas de seguridad. Por aquel entonces y hasta 2007 funcionaba el ‘sistema comando’, milicia de voluntarios desplegada por el gobierno para ayudar a las fuerzas de seguridad para llevar a cabo su misión, en especial en las zonas apartadas y rurales. El gobierno en 2007 eliminó esta unidad con la promesa de crear otra fuerza semejante, pero nunca se ha hecho.
Justo desde ese año, el gobierno ha dejado de publicar estadísticas de los blancos asesinados por lo que organizaciones sin ánimo de lucro como AfriForum se dedican a recabar la información que pueden. En 2007 el número de asesinatos aumentó en un 25 por ciento y en las últimas dos décadas el número de granjeros blancos en Sudáfrica ha decaído de 60.000 a 35.000, casi la mitad.
Un informe de AfriForum sirve de referencia sobre los ataques y los asesinatos teniendo en cuenta que el gobierno oculta deliberadamente los datos. En 2010 hubo 115 ataques y 64 asesinatos; en 2011, 96 ataques y 48 asesinatos; en 2012, 174 ataques y 53 asesinatos; en 2013, 231 ataques y 59 asesinatos; en 2014, 279 ataques y 61 asesinatos; en 2015, 318 ataques y 64 asesinatos y en 2016, 334 ataques y 64 asesinatos. En el 19 por ciento de los incidentes, se robaron armas o munición y en el 24 por ciento se robó el coche de la víctima.
Como se puede apreciar en la gráfica, los ataques aumentan año tras año desde 2011 y los asesinatos también.
Sebastiaan Biehl explica que “la mayoría de los dueños de las granjas viven en ciudades y van a trabajar a ellas porque es peligroso quedarse por la noche. Algunos granjeros blancos sí que lo hacen, pero están completamente rodeados por población negra en una proporción de 100 a 1 por lo que no hay nadie que pueda ayudarte si te atacan. Suelen estar a unos 10 km. unas de otras y eso es un problema”.
Ernst Roest, el director general adjunto de AfriForum, señala que estos asesinatos de granjeros blancos llaman especialmente la atención porque son “muy diferentes a los crímenes normales”. Primero por su “frecuencia inusitada”, el Instituto de Estudios sobre Seguridad (ISS en sus siglas en inglés) ha calculado que este tipo de asesinatos ascienden a 98,8 por cada 100.000 habitantes cada año. Esto supone el doble de asesinatos de policías, cuatro veces la media de asesinatos del país y 17 veces la media mundial de asesinatos. El total asciende -teniendo en cuenta la falta de estadísticas oficiales por lo que se prevén muchos más- a 1.610 asesinatos y 6.122 ataques desde 1990 (datos fechados en 2014).
Segundo, por sus “increíbles niveles de brutalidad”. Los asesinos se ceban con sus víctimas y se han producido escenas dantescas: a algunas víctimas les han sacado los ojos en vida y les han crucificado; a algunos niños les metieron en agua hirviendo de tal forma que se desprendía la carne de los huesos; se dio el caso de una mujer embarazada a la colgaron boca abajo y abrieron su vientre para sacar al niño todavía vivo y matarlo a palos mientras su madre agonizaba…
Tercero, la “importancia del rol de los granjeros en Sudáfrica”. El país es principalmente agrario y las granjas se encuentran en numerosas ocasiones alejadas decenas de kilómetros de cualquier vecino o comunidad por lo que son necesarias para mantener el empleo en estas regiones. Los granjeros son empleadores y juegan un especial papel a la hora de crear empleos, asegurar la alimentación básica de la población y la economía.
Para ilustrar mejor la situación, observe el lector estos tres vídeos representativos del nivel de violencia general recopilados por el grupo de autodefensa Suidlanders. Llama la atención que en los grandes medios de Occidente exista un bloque informativo total sobre este tema:
Algunos de los casos más dramáticos
Andre Van der Merwe, 49 años, estaba en su casa el 30 de abril de 2011 cuando escuchó un ruido en el porche sobre las 20 horas y salió a ver qué ocurría. Tres hombres le asaltaron y le dispararon en el pecho, en la espalda y en la cabeza. Robaron los objetos de valor de la casa y, agonizante, le ataron a su vehículo con el que le arrastraron durante un kilómetro y medio hasta matarlo.
El matrimonio Enger, formado por Mohammad y Razia, dormía plácidamente en su cama el 12 de diciembre de 2013 cuando cinco hombres entraron por la ventana y les atacaron. A Mohammad lo ataron, apalearon, apuñalaron y torturaron con un hierro incandescente como el que se usa para marcar al ganado. A su mujer le quemaron las piernas y la apuñalaron. A una trabajadora de la granja familiar, Nonhlanhla Gumede, la obligaron a atar a la madre de Razia de 82 y posteriormente la violaron.
El asesinato de John y Bina Cross (77 y 76 años respectivamente) es uno de los más aberrantes. El matrimonio volvía a casa tras asistir al oficio religiososo el domingo 16 de abril del año 2000. A Bina la dispararon tres veces en las rodillas y en la espalda y, mientras agonizaba desangrándose, le arrojaron agua hirviendo por todo el cuerpo, lo que acabó con su último halo de vida. A John le dispararon en los riñones y le arrastraron por toda la casa hasta la bañera de su casa donde le ataron y le metieron el mango de la ducha por la boca mientras estaba vivo con agua al máximo de temperatura. Tras horas de sufrimiento, le dispararon en la cabeza con una escopeta. El forense determinó más tarde que le habían quemado todos los órganos internos, no había visto una muerte más horrible en su vida.
El matrimonio Potgieter y su pequeña hija de dos años sufrieron un tormento semejante a manos de cinco atacantes. Al marido, Attie, le apuñalaron 151 veces con machetes y cuchillos. Le encontraron con un tenedor atravesado en su garganta. A la mujer, Wilna, la mataron de un tiro en la cabeza a modo de ejecución. A Wilmien, la hija, la dispararon en el pecho y la dejaron desangrarse lentamente dentro de un cubo de basura.
Son solo cuatro de los miles de casos contabilizados hasta la fecha. Imagínense hasta qué punto los granjeros blancos de Sudáfrica están siendo masacrados. Mientras que su propio Gobierno mira para otro lado y las instituciones internacionales se cruzan de brazos, el genocidio blanco continúa.
Pregunto a Sebastiaan Biehl por qué no se van a países como Australia o Rusia desde donde se les han invitado para ser acogidos. “¿Con qué dinero?”, me espeta. “Muchos no podemos pagarnos una vida nueva pero, lo más importante, es que esta es nuestra tierra y estamos atados a ella. Irnos sería el fin de los afrikáner en Sudáfrica”.
El orgullo que mantiene en pie al último pueblo blanco de África.