La candidatura de la senadora sube a lomos de un plan que refundaría el capitalismo en EE UU y despierta recelos entre los demócratas moderados ante la batalla de 2020.
Muchos mítines y charlas de Elizabeth Warren arrancan con su historia familiar. Cuando tenía 12 años, su padre sufrió un grave ataque al corazón que le retiró del mercado laboral y estuvieron a punto de perder la casa. La madre, que nunca había tenido un empleo, se puso a trabajar a los 50 años como operadora de teléfono, con el sueldo mínimo, pero salieron adelante. “La historia de mi madre”, dice la senadora, “es también una historia de Gobierno, porque cuando yo era niña, un trabajo a tiempo completo con sueldo mínimo pagaba la hipoteca y ponía comida en la mesa. Hoy un trabajo así no es capaz de sacar a una mujer y a un bebé de la pobreza… ¡Eso está mal! ¡Y por eso estoy en esta lucha!”.
La lucha de la que habla es la de ganar las primarias para convertirse en la próxima candidata del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos y derrotar a Donald Trump en noviembre de 2020. Este jueves, cuando soltó la última exclamación de su relato en un colegio de secundaria en Raleigh (Carolina del Norte), un pabellón lleno de gente estalló en aplausos y ovaciones. Warren se ha colocado a la cabeza de las encuestas en los primeros caucus demócratas, los de Iowa y New Hampshire, a lomos de un programa que supone una refundación del capitalismo estadounidense en toda regla. Las historias de las personas, este es su credo, son historias de Gobierno.
Sobre sanidad, el plan estrella de la campaña, defiende un sistema público y universal, eliminando la mayor parte de los seguros privados, que se traduciría en un aumento de 20,5 billones de dólares en gasto público en una década que promete pagar sin subir un solo céntimo los impuestos a las clases medias. El grueso de los precandidatos demócratas apoya ofrecer una cobertura sanitaria pública general, pero solo la senadora y el izquierdista Bernie Sanders apuestan por este sistema público único.
Warren también quiere condonar gran parte de las deudas estudiantiles, un grave problema en Estados Unidos, y ofrecer matrículas gratis para todos en las universidades públicas. El programa plantea nuevos impuestos a las empresas y a las grandes fortunas. Establece bajas familiares pagadas para los trabajadores, además de una subida del salario mínimo hasta los 15 dólares por hora de trabajo en el plazo de cinco años. Y es ya famosa su idea de trocear a gigantes tecnológicos como Facebook, arguyendo contra su dominio de mercado.
La doctrina Warren, aunque se aleja del socialismo de Sanders, otorga al Gobierno un grado de intervención que en Estados Unidos roza el sacrilegio. Con la candidatura moderada del exvicepresidente Joe Biden perdiendo fuelle, aunque sigue en cabeza en la media nacional de sondeos, buena parte de Wall Street se ha puesto de los nervios. En el mitin de Raleigh, Warren se mofó de los miedos de los millonarios. “Quiero que sepáis algo: vuestros primeros 50 millones de dólares de ingresos quedan libres del nuevo impuesto”, espetó. Y el pabellón estalló a reír.
Hay un caldo de cultivo que explica esa risa, ese apoyo. El índice de desigualdad económica entre los hogares estadounidenses alcanzó el año pasado su máximo histórico desde que comenzaron los registros hace más de medio siglo, según los últimos datos del censo, hecho público el mes pasado. Y su esperanza de vida queda en los niveles más bajos de entre los países desarrollados. “Creo que Warren es lo que este país necesita, le habla a la gente a la que Trump no ha defendido”, decía tras el mitin Binita Thata, de 19 años, estudiante de primero de Ingeniería Biomédica. “Mi familia también pasó dificultades con la crisis de 2008, igual que la suya cuando era niña y tuve que aprender de créditos… Todo lo que dice de las deudas estudiantiles me afecta”, añadía.
Las filias y fobias que despiertan sus planes reflejan el debate que se libra dentro del Partido Demócrata: si un giro atrevido puede electrizar a las bases en la fase de primarias, pero traducirse en otros cuatro años más de Trump en la Casa Blanca. Algunos demócratas han llamado la atención sobre las relevantes victorias electorales logradas esta semana en la gobernatura de Kentucky —pendiente de confirmación— y las cámaras legislativas de Virginia —por primera vez en 25 años—, con apuestas moderadas. “La gran mayoría de los candidatos que ganaron han seguido el modelo tradicional de Virginia de garantizar un Gobierno responsable fiscalmente”, dijo el senador de Este Estado Mark Warner.
Entre los cuatro precandidatos mejor posicionados, con tasas de apoyo de doble dígito, Warren y Sanders, de 70 y 78 años, respectivamente, protagonizan el giro a la izquierda; mientras que Biden, de 76 años, y Pete Buttigieg, de 37, representan la corriente moderada. Ambos acusan a la senadora de escasa concreción o realismo en sus propuestas.
Bernie Sanders afirma que su plan sanitario sí se traduciría en una subida de impuestos a las clases medias, pero les compensará de sobra con el ahorro de los gastos médicos actuales. Los estadounidenses corrientes, no cubiertos por los programas para los desfavorecidos, no solo pagan su seguro privado, sino que además suelen hacerse cargo de una parte de cada factura médica (el llamado “deducible”) y una cantidad total de gasto anual (difiere en función de cada plan), a partir del cual ya empieza a asumir pagos la aseguradora.
Warren, a diferencia de Sanders, asegura que su Medicare for all (seguro médico para todos) no supondría más presión para las clases medias. Estos son sus números: las empresas pagarían a la Administración una cantidad similar a la que ahora están pagando por la cobertura médica de sus trabajadores, lo que sumaría unos 8,8 billones en 10 años. Con un impuesto del 6% a los patrimonios de más de 1.000 millones de dólares y un gravamen anual para los beneficios por inversiones para el 1% más rico de la población, extraería otros tres billones en el mismo periodo. De la lucha contra la evasión fiscal, espera obtener otros 800.000 millones. A los Gobiernos locales y estatales les pediría el mismo monto que ahora pagan para los planes sanitarios para los desfavorecidos (8,8 billones). Y así, una larga lista de medidas con las que hacer posible un modelo a la europea que se establecería de forma paulatina.
Algunos expertos han salido ya a cuestionar las cifras. Warren, exprofesora de Derecho en Harvard y experta en legislación sobre bancarrotas, se ganó buena reputación a nivel nacional por su papel de asesora en la debacle financiera. Entre sus logros figura la creación de la Oficina de Protección del Consumidor Financiero. Pero es difícil imaginar que un plan así lograse apoyo suficiente entre los republicanos para salir adelante, si estos conservan la mayoría en el Senado. Una encuesta de Kaiser Family Foundation, un laboratorio de ideas sobre políticas sanitarias, señala que el 51% de la población apoya la sanidad para todos, pero si ello implica más impuestos o la eliminación de seguros privados, el respaldo cae al 40%.
En medio del dilema demócrata sobre la mejor propuesta para recuperar la Casa Blanca, el multimillonario Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York, estudia presentarse a las primarias de este partido, receloso como está del giro a la izquierda. Cuando salió la noticia el jueves, Warren le dio una bienvenida especial. Publicó en Twitter su cálculo de impuestos para grandes fortunas con una pestaña especial para Bloomberg, en la que le decía que formaba parte del 0,0002% más rico del país y que, con el nuevo impuesto de Warren a los millonarios, pagaría 3.079 millones de dólares el año que viene. Bloomberg se ve con posibilidades de ganar a Trump, otra cosa es la batalla previa, la demócrata.