La crispación ha provocado un nuevo ‘boom’ del periodismo político, pero también un efecto secundario: la explosión de los contenidos reconfortantes, muy buscados por una ciudadanía hastiada.
Ningún estadounidense, de izquierdas o de derechas, joven o viejo, de campo o de ciudad, negaría esta premisa: que la crispación en Estados Unidos está en niveles máximos de la historia reciente. Lo dicen múltiples sondeos de opinión, el faccionalismo de Washington, las protestas que se reproducen como hongos. La polarización ya estaba ahí, pero la elección de un presidente en guerra con las normas y la realidad empírica parece haberla agravado.
En este rudo paisaje se ha producido un curioso desdoblamiento. Desde 2016, de forma paralela a unos medios de comunicación en permanente estado de emergencia informativa, otro tipo de contenido está viviendo una silenciosa edad de oro. Los canales dedicados a las películas románticas y a los dramas para toda la familia han visto crecer las audiencias, como si de repente sirvieran de refugio frente a la desazón y el griterío de la política.
“En la Edad de Trump, la televisión de confort funciona”, escribió Joseph Adalian en Vulture. “En un momento en el que los acontecimientos del mundo real parecen obstinadamente sombríos, las audiencias acuden a la televisión para recibir el equivalente de la pequeña pantalla a la comida de confort”. Es decir, contenido que no exija concentración, ni estimule, ni turbe.
La tendencia habría sido inaugurada por la serie ‘This Is Us’, del canal NBC, estrenada en otoño de 2016 con un éxito inesperado. Es una parábola sobre los valores de la amistad y la familia en el escenario herrumbroso de Pittsburgh. Una serie “catártica”, según la crítica Abigail Chandler; un “masaje emocional” que nos permite canalizar nuestras angustias a través de unos personajes vulnerables. Otra serie nueva, ‘The Good Doctor’, se convirtió en la más vista de ABC. Trata de un cirujano pediátrico autista que salva la vida a un montón de niños mientras combate los prejuicios de sus colegas del hospital.
Pero el mayor beneficiado por este renovado interés sería el canal Hallmark, buque insignia de las historias lisas y bellas como la porcelana. Sin sangre, sin sexo, sin asperezas. De los 15 canales no informativos con más audiencia de Estados Unidos, Hallmark fue el único cuyo público subió en 2016. La tendencia se repitió el año pasado: la audiencia de Hallmark aumentó un 9% antes incluso de que llegase la temporada alta de este género, la Navidad.
Hallmark produce remesas de películas y series muy parecidas entre sí, como ‘Las Orillas del Chesapeake’, donde una ambiciosa neoyorquina vuelve a su pueblo natal, en Maryland, para ayudar a levantar el negocio familiar que lleva su hermana (y cruzarse de casualidad con un amor de adolescencia). Las Orillas se estrenó en 2016 y está a punto de empezar la tercera temporada.
Efecto postraumático
A esto se le llama feel-good TV o incluso warm bath TV, “el equivalente televisivo a un baño caliente de burbujas”. La audiencia tradicional de este contenido y de Hallmark siempre han sido las mujeres mayores. Pero, por alguna razón, este universo en el que siempre triunfa el amor está atrayendo a otros grupos demográficos, según la agencia Nielsen. Cada vez más hombres y mujeres jóvenes se dejan atrapar en las redes de miel de este canal.
La expansión de Hallmark empezó, precisamente, a finales de 2015, cuando el entonces precandidato republicano Donald Trump secuestraba la atención de Estados Unidos. La semana de las elecciones presidenciales, mientras Hillary Clinton y Trump se hacían la guerra sucia y la victoria de este último provocaba un cataclismo en la psique de millones de norteamericanos, Hallmark se convertía en el cuarto canal más visto del país en horario de máxima audiencia. Por delante de MSNBC. Casi a la par que CNN.
¿Son estas series orladas de azúcar, con personajes unidimensionales y moralejas como un lengüetazo de vaca, el reverso a las pulsiones tiránicas de Donald Trump y la histeria postraumática de la oposición? El propio consejero delegado de Crown Media Family Networks, matriz de Hallmark, Bill Abbott, así lo cree. “El ambiente es innegablemente polémico. Somos el lugar adonde puedes ir y sentirte bien”, declaró en una entrevista.
En una época de transformación, donde la televisión por cable ha perdido el trono y sigue en caída libre frente a Netflix, que ya es la primera opción televisiva de la mayoría de los estadounidenses (el 27%; 40% entre los menores de 34 años), Hallmark conserva el tipo y acaba de inaugurar un nuevo canal. Y la campeona, Netflix, también se apunta a este filón. Se ha dado cuenta de que dos de cada tres suscriptores (unas 80 millones de personas) ven, al menos, una película romántica al mes. Así que se ha puesto a hornear más contenidos “de baño caliente”.
Este no es el único fenómeno televisivo ligado, posiblemente, a la crispación y a la presidencia más divisiva que se recuerda. También proliferan las distopías en las que Estados Unidos ha caído bajo el puño de hierro del Tercer Reich, como en ‘El hombre en el castillo’, o de una dictadura cristiana fundamentalista, como en ‘El cuento de la criada’. “Ficción especulativa” y también muy oportuna, a la vista de las cifras de audiencia.
Como espectador, siempre es posible combinar ambas corrientes: satisfacer la curiosidad morbosa por el caos, la violencia, el fascismo, y luego correr a refugiarse en el cálido seno de un drama bobalicón. ‘El cuento de la criada’ “es tan estresante que necesito unas vacaciones después de cada episodio”, escribe Abigail Chandler. “’This is us’, en cambio, te deja con la sensación de que la raza humana quizás no esté condenada, después de todo”.