Lo que acontece en estas horas poco tiene que ver con la política. Tiene que ver con las personas. Con lo que han buscado en su vida, lo que han obtenido, lo que ambicionan, y lo que sienten que jamás van a tener.
Todo eso hoy está reflejado en la conducta personal de quien por ocho años ha gobernado el país hasta que las circunstancias políticas le obligan a dejar la primera magistratura de la nación.
Cristina Fernández, viuda de Kirchner, esta hoy a la luz del día, atravesada por su odio de clase que le lleva a extremos que exasperan a buena parte de la sociedad y agitan las broncas de un colectivo social que ve en ella el ejemplo a seguir.
No es casualidad que los peores momentos de Cristina se produzcan a consecuencia de los episodios de relumbrón mediático (y su subsecuente lectura política) en los cuales Mauricio Macri brilla de consuno a su pareja, Juliana Awada.
Ha dicho de ella el País de España: “de 41 años, es la tercera esposa del futuro presidente de Argentina, Mauricio Macri, 15 años mayor que ella. Bella y elegante, de esporádicas apariciones en las portadas de la prensa rosa de su país, ha acompañado a su marido junto con su hija de cuatro años, Antonia, en casi todos los viajes de la campaña electoral, pero solo en las últimas semanas apareció en entrevistas de televisión para apoyarlo sin apenas hablar de política”. Se dijo de Awada en los medios del mundo: “Causó sensación en las redes sociales cuando, al concluir el debate entre Scioli y Macri hace una semana, se subió al escenario y le estampó en la boca un beso de película a su marido. ‘Fue espontáneo’, dijo ella sobre un beso que, a juicio de muchos analistas, le ha valido al líder del frente Cambiemos más votos que muchos de sus discursos de campaña. Hace tres meses, cuando le preguntaron qué haría en caso de que Macri llegara a la Presidencia, respondió que seguirá dándole “prioridad” a la familia, pero ‘acompañando’ a su esposo en su nuevo rol. ‘Por supuesto que voy a tener mayores compromisos y responsabilidades. Voy a ocupar lo que me toque de la mejor manera posible. Me encantaría ayudar desde mi lugar a los niños, por ejemplo’”.
No va a figurar en ningún libro de historia pero es un dato de la realidad que este protagonismo de la esposa del primer mandatario tiene a la presidenta en el final de su ejercicio en muy mala posición. En doce años de protagonismo absoluto, Cristina Fernández jamás logro una cita de tremendo tamaño por su rol de mujer pese a los cientos de miles de dólares invertidos en vestuario, joyas, y accesorios de primeras marcas mundiales.
Los tuits lanzados en un intento de denostación de la masculinidad de Mauricio Macri no ocurrieron cualquier día. Fueron una cascada furiosa y tremebunda, solo aceptada por furiosos seguidores del gobierno saliente destilando un odio cerril sin fortuna ni destino. No es mera casualidad que haya expresado esta acción en la que destaca la frase “tuve que recordarle que más allá de nuestras investiduras, él era un hombre y yo una mujer, y que no me merecía que me tratara de esa forma” ¿De qué forma? En todo caso, era una conversación política, no de amigos o compañeros en pugna. Pero más revelador aun es este párrafo: “ahí pensé hasta acá llegó mi amor y le recuerdo 3 cosas: La 1ra, que no soy su acompañante. La 2da, que el 10/12 no es su fiesta de cumpleaños sino el día que asume como Presidente de todos los argentinos. La 3ra, que no pienso seguir tolerando en silencio, como hasta ahora, el maltrato personal y público que viene dispensando”.
Acostumbrada a maltratar —y sobran testimonios públicos al respecto—, Cristina acusa a Macri de algo que todos quienes le han tratado por años niegan: que trate de malos modos a cualquiera con quien deba mantener una relación por las razones que fueran. Una lectura atenta permite advertir que el tema de Cristina Fernández no es político, es femenino. Hay en el escenario alguien que tiene y goza de aquello que buscó siempre y jamás logro. Auténtica femineidad, y es obvio que, con o sin síndrome de Uris, eso la pone mal.
La tiene de los pelos.