El viernes venció el plazo de 45 días para que el Congreso de EE. UU. pudiera vetar la decisión de Obama de borrar a Cuba de su lista de países patrocinadores del terrorismo.
El 1 de marzo de 1982, Estados Unidos incluía a Cuba en esta lista negra, que hasta hoy compartió junto con Irán, Siria y Sudán. Corrían los últimos diez años de la Guerra Fría y Ronald Reagan enfrentaba el reto de cómo responder a la guerra civil en El Salvador, las guerrillas izquierdistas de Centroamérica y la infiltración creciente del grupo terrorista español ETA en América Latina. Asimismo, necesitaba frenar las acciones militares “internacionalistas” de Cuba en África y Medio Oriente. Eran escenarios donde el gobierno de Fidel Castro ejercía protagonismo, a la sombra o de modo abierto, y se aliaba incluso a grupos extremistas islámicos, como el núcleo terrorista palestino que en 1987 formaría Hamas.
Raúl Castro, desde 2006, cambió la estrategia de su hermano Fidel. Mantuvo su alianza moral con regímenes que promueven el “terrorismo de izquierda”, pero comenzó a cerrar puertas a miembros de grupos terroristas como el IRA (Ejército Republicano Irlandés) o ETA. También se erigió en mediador del proceso de paz entre las FARC y el gobierno colombiano e hizo más sutil su apoyo a grupos radicales del Medio Oriente como los Hermanos Musulmanes o Hamas. Además, comenzó a negar asilo a extremistas de la izquierda norteamericana y a negociar la devolución a Washington de renombrados prófugos de la justicia, como Assata Shakur, a quien acogió en 1984, pese a estar acusada de asesinato y terrorismo.
Esos pasos de avance en la nueva era iniciada el 17 de diciembre de 2014 resultan significativo a nivel bilateral, en tanto suavizan el terreno para discutir aspectos vitales en los que aún no existe consenso, como la represión de Cuba a los opositores, considerándolos “terroristas financiados por Washington”. A nivel regionales es la carta perfecta que demuestra a los gobiernos procubanos de América del Sur que hay un real cambio político de Washington y a nivel global pone a Estados Unidos en ventaja geopolítica respecto a quienes hoy compiten por el control de esa “llave de las Américas” que es Cuba.
La controversia se acentúa
Congresistas anticubanos, la oposición cubana de la isla y el exilio, y un sector amplio de los partidos políticos europeos lo consideran un error estratégico y un apoyo tácito a la más larga dictadura del mundo. Sin embargo, según encuestas, el sector empresarial norteamericano quiere evitar que la Unión Europea, Rusia, Brasil o China les dejen solo las migajas de la inversión en Cuba y hace lobby por una real apertura.
Entretanto, el periodista Carlos Alberto Montaner advierte en esta decisión un dilema: “aunque Obama cancele unilateralmente su enemistad (…) y decida que los enemigos de Estados Unidos han dejado de serlo, los adversarios de la democracia, el pluralismo y el mercado, seguirán combatiendo para cambiar regímenes, como sucede en América con la sagrada familia neopopulista de la ALBA, o como ocurre en el Medio Oriente con Irán, que desestabiliza a Yemen, conspira en la Franja de Gaza y amenaza a Israel con destruirlo y lanzar a los judíos al mar”.
Dos grandes escollos
Aún quedan dos grandes escollos: el cese del embargo y la devolución de la Base Naval de Guantánamo. Pero ya esta decisión elimina sanciones como la prohibición de la venta de armas por parte de Estados Unidos a Cuba, y facilita la concesión de ayudas, intercambio económico y transacciones financieras. Obliga también a la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) a flexibilizar o establecer nuevos conceptos de fiscalización para controlar las sanciones aún vigentes. Y, en especial, deja abierto el camino para la tan anunciada apertura recíproca de embajadas.
Qué puede traer económica y políticamente a Cuba es aún otro dilema: al creciente desarrollo del turismo que se evidencia hoy en la isla, podrían sumarse el arribo de nuevos inversionistas y un flujo más libre de las ayudas financieras. Mientras eso sucede, la pregunta del cubano de a pie es si todo este cambio en la macroeconomía y el ámbito financiero alcanzará a beneficiar sus vidas, aún depauperadas y bloqueadas ferreamente por el gobierno, cuatro meses después de la tan anunciada nueva era.