Hitler y otros líderes defendían la agricultura biodinámica, las dietas naturales y la sanación natural.
En los campos de concentración de Auschwitz, Dachau y Ravensbrück había huertos orgánicos. No lejos de las duchas donde se gaseaba a los prisioneros con Zyklon B y de los crematorios donde se incineraban sus restos, los oficiales nazis mimaban sus hortalizas y sus plantas medicinales, que no se destinaban a nutrir a los prisioneros, sino a los líderes de las SS. El propio Hitler, vegetariano, tenía su huerto orgánico en el Berghof, su retiro alpino.
Puede parecer sorprendente, pero sólo si se desconoce que una de las líneas directrices que marcaron la ideología del nazismo fue la creencia en lo sobrenatural y la pseudociencia. De la consecuente oposición al progreso científico nacían las inclinaciones que el profesor de Historia de la Universidad Stetson de Florida (EEUU) Eric Kurlander, en su reciente libro Hitler’s Monsters: A Supernatural History of the Third Reich (Los monstruos de Hitler: Una historia sobrenatural del Tercer Reich; Yale University Press, 2017), resume así: “muchos ocultistas völkisch [la corriente nacional-populista que dio origen al nazismo] abrazaban las dietas naturales (orgánicas) y vegetarianas, la terapia magnética y la sanación natural, prácticas adoptadas después por líderes nazis como Hitler, Hess, Himmler y Julius Streicher”. “La salud a través de la vida natural; la armonía entre la sangre, el suelo y el cosmos”, añade.
Los nazis se entregaron a una pseudociencia llamada agricultura biodinámica, cuya popularidad ha perdurado hasta hoy y que Kurlander define como “la restauración de la cuasimística relación entre la Tierra y el cosmos, en la cual la Tierra se contempla como un organismo con propiedades magnéticas de simpatía y atracción que pueden dañarse por el uso de fertilizantes artificiales”. La agricultura biodinámica se basa en ignotas influencias astrales para establecer sus métodos y fechas de siembras, cuidados y cosechas, y rechaza el monocultivo, los pesticidas y los fertilizantes industriales.
Sangre y suelo
La agricultura biodinámica se inventó en el período de entreguerras, al calor de los movimientos ocultistas que comenzaron a brotar en Europa a finales del siglo XIX. Su creador fue el austríaco Rudolf Steiner, autor de la antroposofía, una especie de filosofía esotérica con pretensiones científicas. La corriente de la época contenía elementos mencionados por Kurlander que son perfectamente aplicables al momento actual: la relación entre mente y cuerpo, el rechazo a la medicina científica, lo orgánico, lo holístico, la homeopatía, el ambientalismo y la adoración por todo aquello considerado natural.
Aunque estas ideas también fueron predicadas por algunos personajes de ideas progresistas, sedujeron sobre todo a los sectores que flirteaban con el fascismo. La agricultura biodinámica, dice Kurlander, llegó a convertirse en “una de las pseudociencias más prominentes y ampliamente aceptadas del Tercer Reich”.
Había un elemento adicional para este interés del nazismo en la doctrina de Steiner, y era la obsesión por la tierra ancestral, la raza y la sangre pura, principios que se infiltraron en los laboratorios de biología para construir las teorías nazis sobre la “higiene racial”. Según este pensamiento de “sangre y suelo”, que mezclaba lo agrícola con lo ideológico, la tierra estaba siendo destruida por el capitalismo y la industrialización; o como lo designaríamos hoy con un término más moderno, por la globalización.
Según relata Kurlander, el principal promotor de la agricultura biodinámica en el seno del nazismo fue un discípulo de Steiner llamado Erhard Bartsch, fundador de la Liga del Reich para la Agricultura Biodinámica. Bartsch convenció al ministro de Alimentación y Agricultura Walther Darré de que la biodinámica era la solución para la autarquía agrícola de Alemania. Darré se sumó, aunque tal vez no con tanto entusiasmo como el lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, adalid de las ideas de Steiner en el Partido Nazi. Hess aplaudía un enfoque de la agricultura que castigaba a “las industrias interesadas en los fertilizantes artificiales, preocupadas por el tamaño de sus dividendos para montar una caza de brujas contra todos aquellos interesados en experimentar”. Según la historiadora Gesine Gerhard, Darré y Hess fueron dos de los líderes de lo que se consideraba el “ala verde” del Partido Nacionalsocialista.
Juegos Olímpicos biodinámicos
La biodinámica alcanzó tal preminencia que se aplicó en el césped de los campos deportivos de Berlín donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1936. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de Polonia, el líder de las SS, Heinrich Himmler, encomendó al gobierno del Reich la tarea de reformar el Este “siguiendo líneas orgánicas” para edificar en las tierras ocupadas un “imperio agrícola” colonizado por campesinos germanos y basado en la biodinámica. Fue entonces cuando se crearon las plantaciones en los campos de concentración, regentadas por seguidores de Steiner pertenecientes a las SS y donde se sembraba grano traído del Tíbet por los exploradores que buscaban el origen de la raza aria.
Pese a todo, la relación del Tercer Reich con las ideas de Steiner fue ambivalente; dentro del partido la antroposofía contaba también con sus detractores, como Reinhard Heydrich, el principal artífice de la llamada “Solución Final” de exterminio de los judíos. El propio creador de la agricultura biodinámica se opuso al nazismo y fue repudiado públicamente por algunas autoridades nacionalsocialistas. Su discípulo Bartsch fue finalmente apartado y arrestado por la Gestapo cuando se consideró que su postura antroposófica era demasiado sectaria. Tras la huída de Hess a Gran Bretaña para tratar de negociar la paz con los aliados, la filosofía de Steiner fue ilegalizada.
Fascismo orgánico en Gran Bretaña
Sin embargo, la relación entre agricultura orgánica y fascismo no se restringió a Alemania. Como destacaba recientemente en un artículo el historiador John Toohey, de la Universidad Concordia de Montreal (Canadá), una de las figuras clave de la introducción de esta práctica agrícola en Reino Unido en los años 30 fue Henry Williamson, autor de Tarka the Otter (Tarka la nutria), una famosa novela de tono bucólico y ambientalista publicada en 1927. Williamson, también granjero y oficial del ejército británico, fue desde 1936 miembro de la Unión Británica de Fascistas, el partido político pronazi liderado por Oswald Mosley.
Según Toohey, Williamson abrazó la idea de que “el paisaje británico y la gente que lo trabajaba debían defenderse contra las corporaciones, los bancos y sus aliados políticos que amenazaban los modos tradicionales de vida”, y fue esta convicción la que le llevó al fascismo, la única ideología “con un programa sensato de protección de la tierra”. Así, el escritor y militar promovió la agricultura orgánica con la que Gran Bretaña recuperaría la pureza de su suelo y su cultura, y alcanzaría su autosuficiencia. En 1941, Williamson fue uno de los fundadores de Kinship in Husbandry, una organización dedicada a fomentar la agricultura orgánica como medio de “restaurar la salud moral, física y económica de la nación”, dice Toohey.
Este historiador aclara que el movimiento medioambiental británico brotó de varias raíces, incluyendo el socialismo; pero añade que en el período de entreguerras la extrema izquierda y la extrema derecha “eran difíciles de diferenciar”. “Esta historia cuestiona la idea de que el ambientalismo y la política progresista son simbióticas, o al menos inevitablemente compatibles”, dice Toohey. Y añade que los ecos de la asociación entre la exaltación de lo orgánico y la extrema derecha no se han acallado: volvieron a resonar en 2016, en la campaña a favor del Brexit.