Tras la respuesta militar, Francia busca respuestas sociales contra el caldo del yihadismo.
Tras la firme respuesta militar a los atentados del 13-N, Francia se pregunta qué soluciones puede aportar desde la educación y la lucha contra la desigualdad. El ministro de Economía, Emmanuel Macron, se convirtió ayer en el primero en desmarcarse del tono marcial que el Ejecutivo francés ha utilizado en los últimos días. “Con el pretexto de que alguien lleva barba o tiene un nombre que suena musulmán, tiene cuatro veces menos posibilidades de tener una entrevista de trabajo”, dijo Macron. “No estoy diciendo que esa sea la raíz del yihadismo, que es la locura humana y la mente totalitaria y manipuladora de algunos. Pero existe un caldo de cultivo, y ese caldo de cultivo es nuestra responsabilidad”, añadió.
En las últimas horas, distintos intelectuales han empezado a exigir soluciones que vayan más allá de la seguridad y la defensa, capaces de paliar “una integración social que no funciona y una modernización social defectuosa”, como ha señalado el filósofo Jürgen Habermas en Le Monde. En un plano simbólico, el atentado ha evidenciado el conflicto entre dos juventudes opuestas: los favorecidos y los marginalizados. Cuatro de los terroristas implicados en los atentados –Brahim Abdeslam, Samy Amimour, Ismaël Omar Mostefaï y Bilal Hafdi, de entre 20 y 31 años– eran ciudadanos franceses, nacidos en París o su conflictiva banlieue y escolarizados en centros del país.
¿Qué les llevó a terminar disparando a bocajarro contra compatriotas de su misma edad? “Los jóvenes radicalizados son profundamente franceses, pero han tenido una experiencia infeliz respecto a Francia. Se sienten ciudadanos de segunda categoría”, explica el jurista Antoine Garapon, que preside el Instituto de Estudios Superiores de la Justicia y fue juez de menores en Créteil, en la periferia de París. Hoy participa en un programa para la reinserción de esa juventud tentada por la yihad en la banlieue de la capital.
“Encuentran en el islam radical un imaginario consolador, que les remite a una edad dorada de su religión, un momento histórico en contradicción frontal con la mediocridad que experimentan hoy. Es necesario hacer con ellos un trabajo de reconciliación”, opina Garapon, opuesto a la estrategia militar francesa. “Hay que ir con cuidado en no desmarcarse de los valores de la Ilustración al querer defenderlos. No hay que caer en la reciprocidad violenta hacia la que el enemigo nos empuja. A diferencia de los adversarios que tuvimos en guerras pasadas, al Isis no le interesa ocupar nuestro territorio. El peligro, esta vez, es de naturaleza moral”.
Peligro económico y cultural
Los sondeos confirman que la inmigración ya no es solo percibida como un peligro económico –“tres millones de inmigrantes, tres millones de parados”, rezaba un pretérito eslogan del Frente Nacional–, sino también como un síntoma de erosión de la identidad cultural francesa. Según un estudio realizado 2011, el 42% de los encuestados opinó que el Islam suponía “un peligro” para Francia. En otro sondeo aparecido en enero, el 51% consideró que el islam no era “compatible con los valores republicanos”. Para el politólogo Vincent Martigny, profesor de la Escuela Politécnica de París y especialista en ese modelo republicano, el mito francés de la adhesión feliz de las minorías ignora “una fuerte segregación social y espacial, además de una ausencia de integración cultural”.
“En el modelo republicano, la multiculturalidad es una palabra tabú, porque remite a la angustia francesa sobre el fraccionamiento de su unidad. Obsesionada por su indivisibilidad desde los tiempos de la Revolución, Francia teme que reconocer esa diversidad acabe provocando su explosión”, añade Martigny. “La apertura a las minorías y la noción de diferencia están muy presentes en nuestra política cultural, pero sigue existiendo una ambivalencia. Por ejemplo, en la lucha contra la discriminación laboral, en Francia no se ha hecho el mismo trabajo que con las mujeres y los homosexuales”.
Cada vez más frustraciones
Según una encuesta realizada por el instituto público de estadística en 2008, el 42% de los inmigrantes se decían víctimas de esa discriminación. Entre los hijos de inmigrantes, el porcentaje se elevaba hasta el 58%. A diferencia de lo que sucede en el mundo anglosajón desde los sesenta, las encuestas sobre los orígenes étnicos y religiosos, que permitirían cruzar datos para cuantificar con precisión el alcance de esas discriminaciones, están prohibidas en Francia, en nombre del principio republicano de igualdad. “En el modelo francés, uno se convierte en ciudadano sin que se tenga en cuenta su sexo, su edad, su lugar de nacimiento o su religión”, apunta Garapon a modo de explicación.
Aun así, los expertos han encontrado formas de demostrar que esas discriminaciones constituyen un fenómeno masivo. “Más que a la integración de los inmigrantes, es un problema ligado al propio funcionamiento de la sociedad francesa. Existen mecanismos estructurales de desigualdad que afectan a los hijos de inmigrantes, en especial, de cultura musulmana. Esos jóvenes nacidos y educados en Francia no tienen las mismas oportunidades que los demás, lo que provoca cada vez más frustraciones”, explica la socióloga Mirna Safi, del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), especializada en las discriminaciones de tipo étnico y religioso. “Si ningún político interviene en la cuestión, es porque atañe profundamente al modo en que Francia se define, a la retórica de la igualdad en el modelo republicano. Ante el auge del Frente Nacional, meterse en este tema es un suicidio”, opina Safi.
Prevenir y curar
La escuela también se encuentra en el punto de mira. “La institución escolar dispone de un gran discurso sobre los valores republicanos, especialmente desde el atentado de Charlie Hebdo [el ministerio de Educación introdujo entonces un nuevo currículo para reforzar la transmisión de esos valores]. Pero no existe ninguna política voluntarista para que alumnos de clases sociales y orígenes distintos se mezclen en cada centro escolar. En París sucede en muy pocos lugares, como los distritos 10 y 11, que ahora han sido atacados. No podemos llorar sobre este drama sin responsabilizarnos de las generaciones que vienen detrás”, sostiene Laurence Le Cock, profesora de historia en un liceo de Nanterre, en las afueras de París, y fundadora de Aggiornamento, un colectivo de maestros que aboga por reformar la educación pública.
Para la profesora, ha llegado la hora de que la institución escolar haga autocrítica. “La escuela no puede curar a los radicales. Puede sí preguntarse qué sucede para que un joven de 15 años adopte ese camino. La yihad le confiere un proyecto político, que es criminal y asesino, pero que le da poder, frente a una sociedad que no le ofrece poder alguno”, añade Le Cock. “La escuela debe decirle a ese alumno que es un individuo con valor, y que piensa darle sentido a su vida. Lo que no puede hacer es resignarse a no ofrecerle nada”, concluye.