El gobernador de California se ha labrado una carrera como progresista de San Francisco y ahora tiene que cabalgar los problemas del Estado en tiempos del presidente.
La primera bronca con Donald Trump no tardó mucho en llegar. El pasado 12 de febrero, apenas un mes después de tomar posesión como gobernador de California, Gavin Newsom dijo que se estaba replanteando las prioridades en la construcción del tren de alta velocidad del Estado. Trump acudió inmediatamente a Twitter para decir que quería que le devolvieran 3.500 millones de dólares de fondos federales adelantados para la obra. Newsom dijo después que se le había malinterpretado, que el tren se iba a construir igualmente. La reacción de Trump le vino estupendamente para tapar la confusión creada por él mismo.
El episodio vino a resumir los dos frentes en los que se va a mover el nuevo gobernador de California, salido de las urnas el pasado noviembre. Por un lado, Newsom hereda el estado más rico de Estados Unidos con problemas reales a los que atender, como las obras del tren de alta velocidad, la falta de dinero en las escuelas, el debate de ampliar la sanidad pública, la crisis de la vivienda y la desigualdad. Por otro, California se ve como el epicentro de la resistencia a Trump y presiona para ser el ejemplo de todas las políticas progresistas que son ahora el centro del discurso del Partido Demócrata. Gavin Newsom es el líder de la resistencia, tanto si tiene dinero para ejercer de ello como si no.
Los telediarios nacionales de Estados Unidos hablaron por primera vez de Gavin Newsom otro 12 de febrero, en 2004. Acababa de ser elegido alcalde de San Francisco. Newsom empezó a dar licencias de matrimonio a parejas homosexuales sabiendo que no había base legal para ello. Su audacia se extendió a otras ciudades del país, pero también provocó una reacción conservadora. En 2008, California prohibió en referéndum el matrimonio gay. Un desafiante Newsom mantuvo la validez de los matrimonios de San Francisco hasta que el Tribunal Supremo legalizó el matrimonio gay en 2015, más de una década después de que él pusiera el debate sobre la mesa a las bravas.
Durante la campaña electoral, Los Angeles Times le preguntó si mostraría como gobernador el idealismo de aquellos primeros meses como alcalde. “Eso espero”, respondió. “Soy un idealista. Eso es lo que me gusta”.
Gavin Christopher Newsom (San Francisco, 1967) comenzó a entrar en la política local de la Bahía de San Francisco a mediados de los noventa, primero en un cargo en el Ayuntamiento de San Francisco y luego como supervisor del condado. Pertenece a la misma generación de líderes de esa ciudad que Kamala Harris, a la que ha apoyado en su carrera presidencial. Ganó la alcaldía de la ciudad en 2003 y sirvió dos mandatos, en los que vivió la tensión de la política de San Francisco en la que se compite por ver quién es más progresista. “Newsom no es considerado lo bastante progresista en San Francisco”, apunta el periodista Joe Mathews.
En ese tiempo, se divorció de su esposa, Kimberly Guilfoyle, que curiosamente ahora tiene una relación sentimental con Donald Trump Jr. Actualmente está casado con Jennifer Siebel, actriz y documentalista de 44 años. Desde enero, el título legal de ella no es Primera Dama de California, como es tradicional, sino Primera Compañera (first partner), un gesto por la igualdad de género.
Newsom se presentó a vicegobernador de California en 2010 y ha estado los últimos ocho años a la sombra de Jerry Brown, un venerado demócrata con fama de conservador fiscal. En ese tiempo, ha podido elevar su perfil como icono progresista sin la responsabilidad de gestionar California. Newsom ha apoyado la legalización de la marihuana (que finalmente se aprobó en 2016) o la abolición de la pena de muerte (que fracasó en las urnas).
En sus planes siempre estuvo ser gobernador. Lo que no estaba era Trump. Cuando ganó con comodidad las elecciones del pasado 6 de noviembre, California ya llevaba dos años convertido en el Estado resistencia, en el bastión que se iba a oponer sistemáticamente a todo lo que hiciera el presidente y, si es posible, hacer lo contrario. Newsom llegaba además habiendo sido atacado varias veces en público por Trump, lo que realza aún más ese papel. Pero el enfrentamiento con Washington tiene sus límites. Trump ha amenazado con retirar fondos federales para la recuperación de los incendios de California, algo escandaloso hasta para los republicanos, pero que al final obliga a Newsom a mantener la educación institucional y dar las gracias cada vez que recibe esa ayuda. La última vez, esta misma semana durante una visita a Washington.
Mientras, California tiene problemas muy reales que tratar y que no tienen que ver con Trump. Básicamente, todos ellos se reducen a cómo pagar mejores servicios e infraestructuras en un estado con sus cuentas en el aire, por una estructura de impuestos demasiado dependiente de los impuestos a la renta de los ricos.
“Gavin Newsom no puede ser el líder de la resistencia”, opina Joe Mathews, columnista y coeditor de Zócalo y autor del libro California crack-up, sobre los problemas estructurales del Estado. “Ser gobernador de California es un trabajo muy grande, es lo más parecido que hay a ser presidente. Eso debería consumir su tiempo. Si pasa mucho tiempo haciendo de líder de la resistencia o apoyando a otros que lo hagan, tendrá problemas”, dice por teléfono.
Newsom se encuentra con unas cuentas estatales saneadas por el anterior gobernador, Jerry Brown. Brown era considerado demasiado conservador fiscalmente para las ideas progresistas de los demócratas que dominan completamente las instituciones californianas. Al mismo tiempo que se le alababa por equilibrar las cuentas, había ganas de que se fuera para poder gastar más. En ese contexto entra Newsom en el puesto. Cuando el debate sobre la sanidad universal, por ejemplo, están ganando muchos apoyos entre los demócratas.
En la campaña electoral, Newsom prometió que conseguiría un sistema público de sanidad para California, lo que se conoce como single payer (el Estado como pagador único de la sanidad, a la manera europea, en vez de la miríada de intermediarios lucrativos que encarecen la sanidad norteamericana). Un estudio del Legislativo de California calculó hace dos años que el sistema público costaría alrededor de 400.000 millones de dólares anuales. “Newsom tiene que lidiar con la realidad del Estado”, opina Mathews. “Sus promesas y fantasías son mucho más grandes de lo que la realidad le permite ofrecer. Es mejor que le critiquen por moderado”.