Especialistas comparan esta etapa con la que se atraviesa en la adolescencia, cuando deben afrontarse cambios para lo mucho que queda por delante, y en la que hay todavía muchas cosas por hacer, en una especie de “crisis vital”
Cambios en el cuerpo, jubilación, partida de los hijos, pérdidas familiares, son algunos de los componentes desestabilizadores que pueden llegar a partir de los 60 años, una etapa que algunos especialistas ya comienzan a definir como gerontoadolescencia, porque representa una crisis vital en la que hay que redefinir un proyecto de vida para afrontar los más de 20 años que quedan por delante, y en la que hay muchas cosas todavía por hacer.
“Con gerontolescencia o gerontoadolescencia -explica la psicogerontóloga platense Silvia Gascón, miembro de Help Age Internacional- nos referimos a esta edad en la que no se es joven pero tampoco se es viejo. Es esa etapa de transición en la que se sabe que quedan 20 o 30 años por delante y hay que definir cómo se los va a vivir”.
Y así como la adolescencia es ese momento de la vida en el que ya no se es niño pero tampoco adulto, en el “post 60” ocurre algo similar, ya que no se es joven pero tampoco viejo, y al igual que en la adolescencia son muchas las cosas que hay que comenzar a plantearse, desde dónde vivir, con quién, haciendo qué cosa o con qué proyecto, para lo que, en algunos casos, hasta suele recurrirse a un nuevo test vocacional.
EL DESCONOCIMIENTO DEL “ENVASE”
A su vez, con la pregunta “¿Quién soy ahora, que ya no soy ese que fui?”, el psicogerontólogo Ricardo Iacub sintetizó todos los aspectos de esta crisis vital para luego describir los conflictos en cada uno de los frentes.
“El cuerpo -sostiene Iacub- es quizás el primer lugar donde uno comienza a notar los cambios. Y esto empieza antes de los 60. Uno siente que ya no tiene la misma energía, visualiza las canas, las arrugas, las formas diferentes del cuerpo y esto último también pasa en la adolescencia. Es decir, hay un desconocimiento de ese ‘envase’ que nos contiene”.
Esa transformación genera un impacto en la subjetividad tanto en el niño como en el adulto, que puede llevarlo a una inhibición hasta que vuelve a ‘sentirse cómodo’.
“Entonces -define Iacub- vemos que a las personas de 60 a 70 estas transformaciones físicas le generan mucha disconformidad, mientras que los de 70 u 80 ya incorporaron los cambios”.
MAS ALLA DEL CUERPO
Pero, más allá del cuerpo, existen otros cambios como la jubilación, que pueden también ser muy desestabilizadores.
“El impacto de dejar de trabajar, sobre todo en los hombres por la demanda social de ‘hacer algo productivo’ al sistema, requiere de mecanismos para lograr resoluciones felices, porque sino puede ser demasiado duro para quienes construyen su identidad a partir de su trabajo”, señala Iacub.
Y en este sentido también coincide Gascón, cuando dice que “es cierto que la jubilación afecta mucho más a los hombres. El varón que siempre trabajó de pronto se encuentra en su casa y no sabe qué hacer, siente que molesta en todos los espacios y no se siente motivado. Entonces, todas las propuestas le parecen ‘poco importantes’ en comparación con lo que era su trabajo”.
“A las mujeres, en cambio -interviene Iacub- las desestabiliza más la ida de los hijos, sobre todo a aquellas que no habían trabajado fuera de su casa. La jubilación no siempre las afecta tanto y esto se da porque, en líneas generales, aún las que habían trabajado afuera nunca dejaron de tener otras responsabilidades o tareas”.
En este contexto, según el psicogerontólogo, “la clave será poder encontrar un nuevo proyecto de vida, adaptarse a las nuevas realidades y ser lo suficientemente creativo para buscar nuevas experiencias, lo que demanda un enorme esfuerzo psicológico”.
“Desde que nacemos tenemos ciertas pautas sociales, como estudiar, trabajar, formar una familia; la vejez en cambio es una etapa en la que no hay un mandato social sobre qué hacer, lo que nos demanda una cuota de creatividad, y lo que observamos es que quienes logran reinventarse, son extremadamente felices”, concluyó Iacub.
CONTRA LOS DOLORES
Si bien el dolor deteriora notoriamente la calidad de vida en cualquier condición o etapa, la afecta particularmente en la tercera edad. En ocasiones, el dolor genera que la persona que lo padece no quiera salir a hacer las compras o a encontrarse con amigos o parientes.
“Poco a poco, el dolor que no es adecuadamente controlado puede ir cerrando al individuo, quitándole vida social e independencia. El dolor es la piedra que uno tira barranca abajo, pero si no es frenada a tiempo, puede transformarse en un alud para cuando llega a la base”, refiere el doctor Gustavo Blanco, jefe de la Unidad de Diagnóstico y Tratamiento del Dolor del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro.
Los dolores más frecuentes que refieren los pacientes son los procesos degenerativos como la artrosis de rodilla, en la columna lumbar y cervical o dolor en articulaciones de manos y hombros. Todas las zonas que han sido más exigidas a lo largo de los años comienzan a ‘quejarse’.
El manejo del dolor en pacientes mayores exige una atención especial por parte del especialista. “Es preciso conocer mucho del día a día del paciente, si vive solo, si tiene independencia para desplazarse, si suele salir de su casa o no, si duerme bien y si se alimenta lo suficiente”, sostiene Blanco.
ABORDAJES TERAPEUTICOS
“No podemos abordar de la misma manera el cuadro de dolor de un individuo de 70 años que se vale por sí mismo, que juega al tenis y lleva una vida activa, que el caso de un paciente de esa edad que fue operado de la cadera y sólo camina unos pocos pasos al día dentro de su casa”, añadió el especialista, para quien “el abordaje terapéutico de un cuadro de dolor de una persona mayor deja de ser simple y pasa a ser una situación muy compleja”.
“En general -afirma Blanco- el paciente demora en consultar al especialista en dolor y pasa muchos años de su vida soportando un flagelo cotidiano innecesariamente. Envejecer, el paso del tiempo, no tiene por qué causar dolor físico, puede hacerse mucho al respecto, aunque algunos médicos estén más concentrados en otras condiciones del paciente, minimizando o desatendiendo el dolor sin justificación alguna”.
Así, superar estas barreras y recuperar la vida social y la independencia, serán el bastón de ayuda para vivir a pleno una etapa de la vida en la que, según los especialistas en gerontología, “se puede ser extremadamente feliz”.