La modalidad consiste en instalarse en el exterior y producir desde allí. En Argentina, por ejemplo, Compañía Central Pampeana, de capitales chinos y dedicada a la compra y faena de ganado, ya se convirtió en el tercer exportador de carne vacuna local al país asiático. La estrategia involucra a rubros como el de las motos y los micros propulsados a electricidad.
Hace diez años, China empezó a sustituir una regla para fundar su auge económico por la otra, inaugurando el modelo del going out. Ya no se trata de producir adentro para exportarle al mundo sino de ir a instalarse a otros lugares para fabricar desde allí. La Argentina conoce de cerca esa nueva modalidad.
Hay por lo menos un ejemplo local de ese viraje en la estrategia de la potencia emergente, que en 2021 planea duplicar su Producto Bruto Per Cápita respecto al año 2010, según proyecciones estadísticas que maneja la Cámara de Comercio argentino china.
La génesis de Compañía Central Pampeana S.A prueba aquella nueva estrategia. La empresa, oriunda de la provincia de Shenzhen, localizada al sur de Cantón, resolvió instalarse en la Argentina para seleccionar directamente aquí el ganado que luego encomienda a un frigorífico faenar.
Según contó al 3Días el articulador de esta instalación, la firma prefirió no involucrarse de modo directo en el complicado mundo de los matarifes locales. Pero no quiso resignar la posibilidad de dominar el primer eslabón de la cadena para controlar calidad y costo del producto que luego se exporta directa y exclusivamente a territorio chino.
Resultado: la Compañía es hoy el tercer exportador de carnes vacunas argentinas a China.
Un ejemplo local nítido de un fenómeno que involucra a otros rubros, como el de las motos o los micros propulsados a electricidad: firmas chinas comenzaron su tarea de ensamblaje acá o están definiendo a su socio local o partnership para hacerlo.
“Aprovechan el know how y la marca país. Del mismo modo que cuando se radican en Nueva Zelanda para producir lácteos o en Francia para vinos”, explica el economista experto en economía china, Guillermo Santa Cruz.
La automotriz asiática Gelly no tuvo en Brasil el éxito comercial deseado con sus autos económicos pero sí mostró la voluntad de apostar a una fórmula diferente a la que utilizó agresivamente hasta hace diez años. En lugar de producir barato en su propia casa para inundar al mundo con sus productos, empezó a ensamblarlos o a fabricarlos íntegramente en territorio foráneo.
No se trata sólo de comprar empresas de rubros que consideran claves, como alimentos o energía (Cofco que compró la agrícola Nidera; o Cnooc que se asoció a Bridas para producir hidrocarburos, sólo por citar algunos ejemplos locales resonantes) sino de desarrollar industrias afines a sus intereses, a través de operaciones que tienen menos impacto mediático.
Si integran cadenas de valor, las firmas de capitales chinos quedan cerca de sus clientes, con las obvias ventajas que eso implica. Pero el salto de producir en el exterior también implica sortear las barreras aduaneras o paraarancelarias que las naciones compradoras le imponen a sus propios bienes.“Los chinos quieren aprovechar el proteccionismo de los países latinoamericanos para producir desde allí con ese amparo”, sentencia el otrora embajador Mario Quinteros, actual asesor de potenciales inversores asiáticos. De algún modo, sería como unirse al enemigo que no se puede combatir.
Sortear las barreras
Quizás no sean totalmente originales en este camino. Trasponer la frontera implica sortear barreras comerciales y lobbies empresariales que bloquean un mercado para abastecerlo desde adentro. Fabricar en el Mercosur puede resultar más propicio que despachar containers desde el otro lado del planeta, aunque el precio de su contenido sea muy competitivo.
América Latina recién empieza a ser escenario de esta nueva modalidad de producir que está adoptando el país gobernado por Xi Jiping, muy excitado por sus transiciones. Por ahora, Europa y los Estados Unidos son los lugares priorizados para este ensayo.
Un fabricante chino de vidrios para autos decidió instalarse en territorio estadounidense para producir allí mismo lo que hasta hace un tiempo le vendía a las terminales automotrices desde Oriente.
Pero lo que consiguió llamar la atención en Beijing y Shangai sobre esa instalación fueron las declaraciones que formuló este autopartista cuando proclamó que producir en Norteamérica resultaba más barato, entre otras cuestiones, porque la carga impositiva era menor. El planteo resultó revulsivo en el mundo de los negocios asiáticos.
Hoy se hacen más claras las consecuencias de un viraje estratégico que dio aquel país hace una década, cuando decidió prestar más atención a su mercado interno, con creciente poder de compra. Los costos de producir en China empezaron a trepar.
“Los salarios ya no son tan baratos como en otro momento y muchas trasnacionales o las propias empresas chinas empezaron su mudanza a Vietnam, Camboya o Bangladesh buscando menores costos de producción”, añade Quinteros.
Aquella nación es una de las principales receptoras de inversión extranjera directa del mundo pero, en esta segunda etapa de su reconversión al capitalismo, está revirtiendo ese rol. “Si bien aún no tenemos números consolidados, se dice que en 2016 China habría sobrepasado a Japón como segundo país emisor de inversión directa, sólo detrás de los Estados Unidos”, sentencia Santa Cruz.
Pero esa trasnacionalización, según destaca el joven economista, no es sólo producto de la iniciativa particular de firmas de capital privado o público sino que se enmarca en un rumbo definido por el poder central, después del ingreso a la Organización Mundial de Comercio, en 2001.
Entre las medidas promulgadas por el gobierno chino, está la flexibilización del control de divisas, la desregulación de la administración de inversiones en el exterior y el apoyo crediticio. Un paquete de estímulos para facilitar esa radicación afuera, que también incluye a las empresas de servicio como bancos y telecomunicaciones. Lo que allá se conoce como el going out.
La fórmula de producir “aquí” para vender “allá” también tiene competidores locales, que por ahora integran la audaz minoría de los que producen exclusivamente con miras a seducir al mercado más grande del mundo.
Un ejemplo es el de la santafesina Pampa Cheese, que desde la principal cuenca lechera argentina elabora quesos bajos en sal y lactosa para abastecer a sus tres clientes chinos, que luego distribuyen ese producto casi exótico allá con su propia marca.
Mauricio Macri llegará dentro de un mes al territorio asiático teniendo muy presente el complejo entramado comercial industrial bilateral, muy relevante para la Argentina, no tanto para el otro. Por ahora, el interés dominante de la agenda común está focalizado en los grandes contratos de obra pública heredados del gobierno anterior, que el de Cambiemos sostendrá con cierto pulido.
Las represas hidroeléctricas sobre el Río Santa Cruz o dos nuevas centrales nucleares, emprendimientos de mucha envergadura que no dejan de animar discusiones en los despachos oficiales sobre su conveniencia o real necesidad. O iniciativas más innovadoras pero igualmente urticantes, como la importación de 15.000 viviendas sociales chinas para un proyecto piloto, idea que esta semana promovió un pronunciamiento en contra del Colegio de Ingenieros de la provincia de Buenos Aires.
Otro fenómeno más nuevo en la organización económica china es lo que se conoce como “cooperación en la capacidad industrial”, que consiste en reducir su actividad en sectores donde tiene sobreproducción, como cemento y acero, y trasladarla a otros países a través de acuerdos con empresas del rubro.
La duda obvia es si esta estrategia germinal podría promover, por ejemplo, un joint venture entre algún gigante chino del acero y la siderúrgica de Techint, competidora acérrima en la región.